Desde hace años se conoce la toxicidad del dióxido de titanio (código E171) y, sin embargo, en forma de nanopartículas sigue siendo ampliamente utilizado por la industria alimentaria. En chicles, caramelos, fármacos (como las grageas) y hasta en dentífricos y suplementos dietéticos. ¡Está por todas partes..!
Chicles, medicamentos, dentífricos…
El dióxido de titanio es un mineral estupendo. Absorbe las radiaciones solares (UVA y UVB), los contaminantes atmosféricos, las bacterias y hasta las células tumorales. Incluso tiene propiedades antivaho que evitan el desagradable aspecto nebuloso al envasar productos ricos en agua).
Comercializado desde 1923, al principio se utilizó como pigmento por su brillo de un blanco perfecto, por sus propiedades para combatir la radiación ultravioleta y por su resistencia a la decoloración. Era un cotizado aditivo que se utilizaba en todas las cremas solares y cosméticos. El problema era que, en ocasiones, el dióxido de titanio provocaba alergias y dejaba manchas blancas en la piel. Su producción comenzó a disminuir a finales del siglo pasado, al empezar a utilizarse en proporciones nanométricas (la mil millonésima parte de un metro).
En formato nanométrico, el dióxido de titanio se vuelve invisible, pero conserva sus propiedades blanqueantes y fijadoras del color. Poco a poco, las empresas de la industria agroalimentaria comenzarían a utilizar el dióxido de titanio en nanopartículas para estabilizar los colores de sus alimentos, sobre todo de los dulces. Así fue comomuchas marcas de chicles en forma de pastilla (como M&M’s) e incluso cápsulas de medicamentos y suplementos decidieron darse un bañito de titanio. Hasta los dentífricos también son más blancos y brillantes gracias al E171.
Entre los años 2005 y 2010, la producción de dióxido de titanio pasó de 2.000 a 5.000 toneladas anuales.
Nanopartículas: hacia el corazón de la célula
El simple hecho de cambiar el tamaño de las partículas de dióxido de titanio, implica también modificar su toxicidad. Las nanopartículas son potencialmente más reactivas que sus homólogas de mayor tamaño, porque gran parte de los átomos que las componen se encuentran en la superficie, que es precisamente donde estas partículas pueden interactuar. El problema añadido está en que al tratarse de partículas tan pequeñas pueden intervenir de manera mucho más peligrosa en el organismo.
Mientras las de mayor tamaño se filtran parcialmente por los pulmones, el hígado o la piel, las nanopartículas pasan todas las barreras, incluidas las membranas celulares, con el riesgo de interferir con los mecanismos intracelulares.
El Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC) clasificó el dióxido de titanio, con su tamaño de partícula habitual, e inhalado en polvo, como posiblemente cancerígeno para el ser humano (grupo 2B). Sólo esto ya tendría que ser suficiente para alertarnos del carácter mucho más nocivo de su equivalente nanométrico, pero es que además el titanio está muy lejos de ser un metal útil o necesario para el funcionamiento del cuerpo humano. Por eso es preocupante su uso en los alimentos.
Cuando demostrar la toxicidad se convierte en una tarea heroica
En realidad no existe ningún estudio científico sobre la toxicidad de las nanopartículas de dióxido de titanio en las cantidades actuales. En Francia, las autoridades sanitarias informaron en 2011 que las nanopartículas de titanio no «parecen» traspasar las capas superficiales de la epidermis «según el estado actual de conocimientos», «siempre que la piel no esté lesionada» Los estudios de toxicología suelen realizarse con financiación de las empresas industriales del sector…
Advierten que conviene evitar las cremas solares a base de dióxido de titanio sobre quemaduras solares u otros eritemas, o en contacto con el agua. Con la exposición a la luz, el dióxido de titanio se dispersa y genera radicales libres, responsables del envejecimiento de la piel y de la aparición de cánceres cutáneos.
¿Qué sucede con estas nanopartículas al ser ingeridas? Un estudio de 2009 (Robert Schiestl, UCLA, Los Angeles) demostró (en laboratorio) que provocan reacciones que pueden llegar incluso a romper la estructura helicoidal del ADN.
Esta reacción inflamatoria se ha observado también en los pulmones, la boca (las nanopartículas de 25 nanómetros pueden absorberse por la boca) y los intestinos. Hoy los científicos se interesan por la relación entre el CEA (antígeno carcinoembriogénico) y las nanopartículas de E171 para demostrar que, en dosis masivas (más de 5 microgramos por mililitro) pueden dañar la barrera hematoencefálica, alterando severamente el equilibrio celular. ¿Qué dicen los científicos cientificistas? El habitual «no está suficientemente demostrado».
Conocer la toxicidad real
En España, en el vigente Reglamento (UE) 1169/2011 sobre la información alimentaria facilitada al consumidor, sólo se incluye el aditivo E171 en la lista de aditivos aprobados por la UE, siendo la dosis máxima permitida quantum status(es decir, que puede añadirse la cantidad necesaria del aditivo para alcanzar su efecto deseado en el alimento).
Se sabe que a finales de 2015, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) decidió intervenir, pero mientras no aparecen resultados concretos, como precaución, lo mejor es eliminar la exposición a estas nanopartículas, sobre todo en los niños. Recordemos que las chuches están entre los productos alimentarios que lo contienen en mayores cantidades. Lo mejor es no comprar productos que contengan el aditivo E171. Por suerte existen abundantes alternativas.