La conferencia de Félix Rodríguez de la Fuente en la Sociedad naturista vegetariana.
¿Eran los humanos vegetarianos en el origen?
Un 14 de marzo de 1980, el Dr. Félix Rodríguez de la Fuente falleció en un accidente de aviación en Anchorage (Alaska) mientras rodaba con su equipo escenas de la mítica carrera «Iditarod», de trineos tirados por perros.
El médico y profesor había debutado en un programa de televisión en 1964(1)en donde se enfrentó sin titubeos, simplemente mostrando la evidencia, a cazadores y pescadores relacionados con elementos casposos del régimen que entonces existía en España.
Cinco años después, en octubre de 1969, estuvo presente en la inauguración de los nuevos locales de la (en aquel tiempo, Asociación Vegetariana de Barcelona. En aquella charla, que reproducimos en este número, el Dr. Rodríguez de la Fuente expuso su modo de ver la vida y la agresividad, tan cercano al enfoque científico filosófico de la escuela de Konrad Lorenz, muy actual en aquellos momentos.
Su especial forma de hablar, el acento, el gesto, denotaban una singular personalidad. Y, rodeado de un excelente equipo, el «amigo Félix» consiguió que muchos ciudadanos nos interesásemos por algo tan próximo, pero tan distante, como es nuestra fauna. Sus palabras unen, de modo admirable, una auténtica lección de paleontología con el paisaje bíblico de Caín y Abel, relacionando la evolución de la especie humana con su supervivencia en la Tierra, y poniendo especial acento en el papel que ejerce la alimentación en todo ello. Vale la pena resaltar, además, que su conferencia se producía en unos años y un entorno muy poco favorable para los vegetarianos, considerados entonces como una minoría muy marginal.
No podemos reproducir su voz, esa apasionada cordialidad que sabia contagiar entusiasmo por cuanto decía, y movilizarnos por el amor a la vida y la Naturaleza. Publicamos este artículo en los inicios de la revista, cuando se cumplía un año de su desaparición. Hoy, de nuevo, le rendimos un homenaje.
Ir a la Luna y descubrir La Tierra
Señoras y señores, queridos vegetarianos y naturistas, siento la profunda satisfacción de encontrarme casi como en casa, porque aunque yo no merezca el título de «vegetariano», dado que cometo algún pecadillo que otro como carnívoro, admiro profundamente, sin embargo, el espíritu de todos ustedes; admiro su espíritu por encima de lo que puedan suponer las dietas y los regímenes alimenticios, y lo hago por lo que filosóficamente implica en esencia su postura ante la vida.
No cabe la menor duda de que el hombre y la humanidad entera se encuentran en el momento más crítico y peligroso de su existencia, en que los arsenales se llenan de bombas atómicas y la agresividad humana, por las razones que sean, que trataremos de explicar, aumenta cada vez más. En ese momento, el ver la vida como ustedes la ven, el ser tan extraordinariamente pacifistas y tan increíblemente poco agresivos que se limiten exclusivamente a tomar la vida en su forma más primaria para sobrevivir, es algo que todos cuantos nos enfrentamos con el problema humano debemos admirar profundamente, respetar y tratar, a toda costa, de promocionar.
Esta es la razón por la que he tenido la audacia de venir a hablarles a ustedes, y por la que me encuentro tan feliz y en su casa, donde estoy seguro que de una manera absolutamente cordial, íntima, sin cuartillas ni guiones, en una charla tranquila, vamos a hablar de un antiguo problema, una antigua historia, que me he atrevido a titular «Caín y Abel».
Todos ustedes, que como naturistas se deben interesar mucho por el planeta que soporta la vida y nos soporta a nosotros, habrán visto esas maravillosas fotografías de la madre Tierra que han hecho los astronautas desde la órbita de la Luna. Les habrá llamado la atención observar que, visto desde muy lejos –desde muy lejos en nuestra pequeña escala de entendimiento, porque la Luna no está demasiado lejos– la Tierra brilla como una perla esmeralda absolutamenle atractiva e incomparablemente más bonita que ningún otro planeta.
La energía de una estrella
Según han contado los astronautas en su viaje por el espacio, lo que más les impresionó no fue ver a Luna, sino ver a la Tierra desde lejos. Dicen que la Tierra es algo sumamente hermoso; que brilla en el terciopelo negro del espacio como una piedra preciosa. ¿Por qué la Tierra brilla así? ¿Por qué la Tierra no es fría, como una estrella lejana, por qué la tierra brilla con una luz propia, verde, viva, brilla con una luz que la hace ser deseada desde la Luna por sus hijos los astronautas como se desea el seno de una madre? La Tierra brilla así porque en la Tierra hay vida, lo que parece ser que hay en muy pocos astros. La Tierra brilla así porque está rodeada de una materia que los hombres de ciencia llaman la biosfera.
¿Qué es la biosfera? La biosfera es, ni más ni menos que una gigantesca comunidad, una comunidad muchísimo más apretada que la que, por ejemplo, formamos nosotros aquí. Una comunidad en la que, si los seres más humildes y primarios desaparecieran, los seres más orgullosos y evolucionados tardaríamos muy poco también en morir.
El hombre, quizá sin haberse dedicado a estudiar su historia (y al decir historia no me refiero a la historia de sus guerras o de sus conquistas, sino a la historia de su vida, de muchos millones de años en el planeta), quizá se siente muy orgulloso porque puede volar en un reactor, porque tiene un buen frigorífico, porque ve la televisión, y porque posee esos adelantos que nos ha proporcionado la cultura tecnológica.
A mí me gustaría contarle al hombre más orgulloso de todos que si un buen día unos elementos tan simples, tan sencillos y tan humildes que los pisamos con nuestros pies cuando vamos por el campo, unos elementos aparentemente tan inapreciables como son las plantas: la hierba, los árboles, las flores, de pronto se olvidaran de un milagro que se llama fotosíntesis, entonces todos los seres vivos del planeta moriríamos en muy pocos meses, porque los únicos seres que pueden transformar la energía solar en vidason las plantas. Todos los demás no somos más o menos que parásitos y subsidiarios del estrato vegetal que cubre la corteza de la tierra.
Por esta razón, a ustedes, que son tan adictos a las plantas, me gustaría contarles unas cosas a grandes rasgos, a unos rasgos grandes y superficiales que he bosquejado viniendo desde Madrid hasta Barcelona en avión, sin entrar en profundidades, porque les he de decir con toda honradez que no he podido dedicar más tiempo a preparar esta charla que el de mi viaje, pero también que lo he hecho con todas las fuerzas de mi alma y mi corazón.
Por consiguiente, vamos a hablar un poco de nuestra propia historia, vista la tierra, y vista nuestra silueta y nuestra imagen desde ese lejano punto sideral desde donde nos han visto, hace muy poco tiempo, los astronautas.
Plantas y supervivencia de otros seres vivos
¿Qué pasó en nuestro planeta, según el conocimiento actual, para que nosotros estemos aquí? (respetando, naturalmente, todas las tendencias y tradiciones religiosas). Pues ocurrió que en el mar primigenio, en ese período lejano en el que nunca podremos saber lo qué pasó con exactitud, los hombres de ciencia imaginan que unos elementos muy primarios, unas grandes moléculas, recogieron el fabuloso milagro de poder transformar la energía solar en vida. Como ustedes saben, las plantas tienen la gran virtud, gracias a la clorofila de sus hojas, de transformar las sales minerales, el agua, el anhídrido carbónico y el oxígeno en tejidos asimilables que constituyen ni más ni menos que la vida.
Figúrense esta Tierra, que de lejos se ve tan verde, poblada durante muchos millones de años por unos corpúsculos que pertenecían al mundo vegetal, al mundo de las plantas. Unos corpúsculos autónomos, que no dependían de nadie más que del Sol para sobrevivir. Figúrense lo increíblemente feliz que hubiera sido la existencia de este mundo vegetal, al principio protozoario, unicelular, si para siempre el panorama de la vida hubiera sido así.
Pero ocurrió una cosa, y en esto nos vamos a ver todos un poco retratados para desgracia de las primitivas plantas. Ocurrió que por otro capricho, vamos a decir, de la evolución, aparecieron otros seres que, carentes de tan complejas capacidades bioquímicas, se limitaron a comerse a las plantas para vivir a su vez. No se preocupen, porque nosotros no estábamos todavía en escena; estos seres eran también muy primarios, protozoarios, y de esto hace muchos millones de años.
Ya tenemos en marcha, esbozadas, dos de las primitivas columnas en las que se basa la estructura de la vida en nuestro planeta. La primera columna, la básica, la más importante, el mundo vegetal, que puede transformar los rayos solares en vida en verdes tejidos vegetales asimilables. La segunda columna, un mundo inmenso de animales vegetarianos, que va proliferando en el planeta, comiéndose a estos vegetales que transforman a luz en vida.
Hubiera sido también feliz y maravillosa la existencia de este otro grupo, de esta otra base de los vegetarianos, porque los vegetales se diversificaron de tal manera que acertaron a salir de los mares, colonizaron las llanuras y las montañas, y la tierra se cubrió de bosques, de flores y de frutos, hasta tal punto que los vegetales, que al principio pudieron encontrar unos potenciales enemigos en los animales vegetarianos, no tardaron en sacar una ventaja de esta aparente desventaja e hicieron cosas tan maravillosas como el hecho de fabricar frutos, con objeto de que los animales se los coman, transporten sus semillas lejos y las depositen a varios kilómetros, bajo un montoncito de abono. Había, por consiguiente, una maravillosa paz entre los vegetales y los comedores de vegetales.
Llegan los carnívoros
Desde luego, la historia hubiera sido quizá menos cinematográfica si no hubiera aparecido esa tercera columna del trípode de la vida. Ese tercer grupo de seres vivos, que carentes, como digo, de potencial para transformar la luz en vida, carentes también de jugos gástricos y de capacidad digestiva para asimilar los vegetales, no tuvieron más remedio que comerse a los vegetarianos para vivir. Este tercer grupo, esta tercera columna, es la de los carnívoros, que todos conocemos perfectamente: el tigre, el león, el lobo, el águila, el halcón.
Ahora bien, la sencilla mente popular ha creído ver muchas veces, y de hecho aparentemente es así, que entre estos tres grupos de seres vivos que pueblan nuestro planeta, los más inocentes, los que en realidad pagan el pato son los primeros, puesto que todos los demás vivimos a sus expensas; y que después, más sensibles, infinitamente superiores, los animales comedores de vegetales soportan la agresión de los animales comedores de carne. Pero los estudios que los sabios han ido haciendo durante muchos años han demostrado cosas asombrosas.
Ciervos en Arizona
En una zona norteamericana de la altiplanicie de Arizona, a principios del siglo xx se hizo una experiencia asombrosa. En esta reserva había una población de ciervos verdaderamente hermosa. Unas manadas de algunos centenares de ciervos vivían allí y, naturalmente, como todos los ciervos del mundo, se alimentaban de hierba, cortezas, gramíneas y frutos.
Los pobladores de aquella región, que eran gente bondadosa, decidieron que resultaba injusto que hubiera también en aquella zona lobos, pumas y coyotes que se comían a los inocentes ciervos, que al fin y al cabo no hacían ningún mal, puesto que su vida era muy pacífica. Entonces, aquellos hombres dictaron unas leyes de tal manera que en aquella reserva se mató absolutamente a todos los lobos, coyotes y pumas, y no quedaron nada más que ciervos.
¿Que creerán ustedes que pasó? Pues se lo voy a contar, porque está perfectamente especificado y escrito en fichas, con sus correspondientes curvas de crecimiento de poblaciones. Pasó que durante los primeros cinco años aquellos ciervos, que ya no tenían enemigos, proliferaron y aumentaron de tal manera que daba verdaderamente gusto verlos. Los hombres estaban felices y satisfechos porque vieron que los pocos centenares de ciervos se estaban transformando en muchos miles.
Pero a los diez años la cosa empezó a cambiar, porque los ciervos se habían hecho tan numerosos que no solamente se comieron toda la hierba que cubría la reserva (y que estaba en el centro de un límite desértico), sino que se comieron también la corteza de los árboles, se comieron incluso las plantas tóxicas, y se transformaron en un inmenso rebaño de seres absolutamente débiles, que hubo que sacrificar por verdadera piedad para que no se murieran todos de hambre y enfermedad. Esto vino a demostrar algo que hoy día constituye a base de lo que se conoce como ecología. En la Tierra, los tres grandes grupos que constituimos la base de la vida nos necesitamos los unos a los otros.
Los vegetales, que emplean a los animales vegetarianos como vehículo de transmisión de sus semillas, se harían tan numerosos también si no nos los comiéramos, que llegarían a competir entre sí, y otro tanto ocurre con los herbívoros respecto a los carnívoros. Pero ¿a dónde vamos por este camino? ¿Qué papel juega el hombre en este mundo de fuerzas primarias, el hombre que en nuestra historia todavía no ha aparecido? A esto es precisamente a lo que va el tema de mi charla.
Veinte millones de años atrás
Fíjense que en una época que los hombres de ciencia conocen con el bonito nombre del Mioceno, hace unos veinte millones de años, nuestro planeta estaba cubierto por inmensos bosques, por maravillosas praderas, por lagos, y era lo que se podría llamar un inmenso paraíso, un edén. ¿Por qué nuestro planeta estaba cubierto por un manto tan enorme de vegetales? Pues porque las condiciones del clima dieron origen a las circunstancias que permitieron esa especie de milagro.
Durante milenios, posiblemente unos veinte millones de años según calculan los paleontólogos, llovió sobre la Tierra incesantemente. Hacía un calor tropical y casi desde los Polos hasta el Ecuador existía una vegetación parecida a la que hoy podríamos encontrar en el Congo o en las selvas tropicales de Sudamérica o del Sureste asiático. En aquel clima vivían unos seres que, como nosotros, pertenecían al orden de los primates. La vida de aquellos seres era verdaderamente paradisíaca: la mayor parte de ellos eran arborícolas y habían logrado algo que seguramente nosotros nunca hemos tratado de analizar, pero que es muy importante para nuestra existencia.
Visión estereoscópica
Ignoro si ustedes alguna vez se han puesto a pensar en la diferencia que hay entre cómo ve las cosas un hombre y cómo las ve un perro. Pues la diferencia es extraordinaria, porque los perros, y casi todos los animales, tienen los ojos puestos a los lados de la cabeza y nosotros los tenemos en el plano frontal. Poseer los ojos a los lados es muy útil para tener un enorme campo de visión lateral y trasera; es muy útil, por ejemplo, para que a una liebre no la coja un galgo, porque está viendo constantemente lo que pasa detrás de ella y está viendo muy bien lo que pasa a los lados; pero sin embargo es un gran inconveniente, porque con un ojo por lado nada más, no se tiene lo que se llama visión estereoscópica o visión en relieve: no se calculan bien las distancias. La diferencia que hay en cómo una liebre ve el mundo y cómo lo ve un hombre es que la liebre tiene un campo de visión muy amplio, pero nosotros podemos calcular exactamente la distancia que hay de una cosa a otra y juzgar perfectamente el relieve, porque los campos de nuestros dos ojos se superponen y dan lugar a la visión estereoscópica.
¡Es magnífico que podamos tener una visión estereoscópica y también una mano tan maravillosa que nos permite coger cosas, llevárnoslas a la boca, conducir un coche, accionar la palanca de un avión o jugar a los dados! Bien, pues parece ser que aquellos larguísimos millones de años de selva tropical fue lo que permitió a unos antepasados lejanísimos nuestros el desarrollar algo tan importante como la visión estereoscópica y las manos para poder coger cosas. Porque es lógico y natural que unos seres que pasan su vida en los árboles necesiten un aparato óptico que les permita calcular perfectamente las distancias y necesitan también una mano que pueda agarrarse.
Nosotros, sin darnos cuenta, nos hemos encontrado como esas personas que se les muere un tío en América y heredan millones, con la herencia más fabulosa que se ha podido encontrar cualquier ser: nos hemos encontrado con la herencia de unos ojos que nos permiten ver en relieve y calcular las distancias, de unas manos que nos permiten coger cosas, y de un cerebro que nos permite pensar y reflexionar. La historia del cerebro ya es mucho más delicada. Pero a ella vamos.
Vida y supervivencia
Nos encontramos pues en este período del Mioceno, en una inmensa selva con toda clase de primates, con todo género de vida imaginable. Dentro de estos grupos de primates, piensan los hombres de ciencia, hay dos divisiones muy claras: los típicamente forestales, que no se bajan nunca de los árboles, y otros primates terrícolas que se bajan de vez en cuando de los árboles, andan por las praderas y comen lo que se encuentran.
Pero, ¿saben ustedes lo que pasó por estos azares geológicos por los que ha atravesado nuestro planeta a lo largo de su larguísima historia? Pues pasó una cosa que no pudo ser más desagradable para los habitantes de aquel paraíso. El bonito período Mioceno dio paso a otro que los hombres de ciencia llaman Plioceno, famoso por ser la época más seca y dramática que ha atravesado nuestro planeta. Una sequía de tres años puede causar la ruina de un país eminentemente agrícola como España, pero una sequía de doce millones de años debe ser algo absolutamente espantoso. Y esto es, por lo visto, lo que ocurrió en la sufrida Madre Tierra durante el Plioceno. Durante doce millones de años llovió poquísimo y existió un clima parecido al que hay hoy en las estepas y en las sabanas de África, donde llueve tres meses al año y después sigue una larguísima época de sequía.
¿Qué influencia tuvo esto en la capa de vegetales que viste a nuestra Tierra? Qué influencia tuvo esto en la vida? Pues una influencia absolutamente catastrófica; fíjense que la inmensa jungla que cubría casi por entero el planeta se redujo a lo que son hoy las selvas primarias que son mínimas comparadas con el resto de extensión de la Tierra. Como no llovía, el bosque se fue retirando, los ríos fueron haciéndose menos caudalosos, los lagos más pequeños, y entonces la selva se redujo escuetamente a los cursos de los grandes ríos tropicales como el Congo, el Amazonas o el Ganges. El resto del planeta quedó cubierto por una seca, reseca sabana, y por lo que se llama en África el bush, o la estepa arbustiva.
¿Qué influencia tuvo esto en los habitantes del paraíso verde, lleno de árboles y frutos? Tuvo una influencia decisiva, porque ocurrió que los que estaban exclusivamente especializados en la vida arborícola, los que habían inventado un sistema de marcha que se llama braquiación, y que consiste en colgarse con las manos de las ramas de los árboles, tuvieron que defenderse de la competencia y el ataque de aquellos otros que vivían en las praderas a cuatro patas y que solamente subían a los árboles para evitar que se les comieran sus enemigos ancestrales, los leopardos y los leones: no había ya selva para todos.
Estos seres, que tenían la ventaja en la época buena de no estar excesivamente especializados, se encontraron con que no podían seguir en el bosque, que se hacía más pequeño, porque los verdaderos especialistas en el bosque luchaban contra ellos y defendían férreamente sus territorios y alimentos. Y se encontraron con que en la pradera abierta, en la sabana, la vida les resultaba verdaderamente difícil y espantosa, porque la sabana y la estepa estaban pobladas, como todas las sabanas y estepas, de fieras, de depredadores, de animales carnívoros, que buscaban la carne de estos seres para alimentarse.
Nuestros antepasados
Pues miren qué casualidad, que parece ser que hoy día, en el criterio de los más eminentes antropólogos, entre aquella tropa de desventurados seres, entre aquellas pobres hordas que no podían competir en el bosque con el gorila o el chimpancé, mucho mejor adaptados que ellos a las ramas de los árboles, y que no podían alejarse por las sabanas porque se los comía el leopardo o el león, estaban ni más ni menos que nuestros antepasados. ¿Y cuál era el aspecto de estos antepasados?
Hay una cosa que nos interesa mucho saber, para no perder el hilo de nuestra historia, y es que hasta este momento, tanto los que se quedaron en los árboles como los que andaban por tierra defendiéndose de los leones, todos, se alimentaban exclusivamente de vegetales. Eran vegetarianos exactamente igual que el más riguroso de ustedes. No habían aprendido todavía a comer carne; ni siquiera su aparato digestivo estaría en condiciones de digerir las proteínas de origen animal.
Nos encontramos, por consiguiente, con unos seres vegetarianos que se han alejado ya del bosque (puesto que no los dejan penetrar en él los verdaderos dueños de la floresta, los animales que pueden colgarse de las ramas y que son muy fuertes), y que tienen que afrontar como pueden el acoso de sus enemigos, que son las fieras.
Los restos que se han encontrado de estos seres, que parece ser que vivieron hace unos doce millones de años, tienen una característica: unos colmillos extraordinariamente largos y desarrollados; colmillos que, al parecer, les servían para hacer frente a sus enemigos naturales y para defenderse de ellos.
Papiones y trigo
Pero les ocurrió también otra cosa: no sé si saben que los seres más sociables, más gregarios y más agresivos que hay para todo lo que sea algo exterior al grupo, actualmente vivientes, son unos primates que se llaman papiones. Los he observado muchas veces en la Naturaleza, y su vida es verdaderamente asombrosa. Estas tribus de papiones se desplazan de unos árboles a otros, en la noche siempre buscan las rocas o los árboles para dormir, cuando viajan por la sabana o por la estepa saben que tienen un enemigo verdaderamente peligroso e implacable que es el leopardo. Los papiones tienen unos colmillos inmensos, unos colmillos más grandes que los del propio leopardo; pero no son tan corpulentos como él.
En una de las películas de «Fauna» proyecté precisamente un documental donde se veía un papión luchando con un leopardo y venciéndole. Pues en estas tribus de papiones, que son extraordinariamente gregarias, que no se separan nunca, que tienen un cooperativismo y una ayuda mutua enorme, se da la circunstancia de que cuando un leopardo ataca a estos animales, inmediatamente, de manera voluntaria, todos los machos de la tropa se lanzan contra el leopardo, y aunque mueran tres o cuatro en la lucha, al leopardo lo descuartizan, y el resto de la tribu puede seguir viviendo en aquel territorio, alimentándose de sus raíces y bulbos.
Algo parecido a esto debió ser la organización de los seres humanos en aquella terrible etapa del Plioceno, en aquella seca etapa en la que nos habíamos alejado ya del bosque y nos estábamos adentrando en la tierra firme en la que ahora somos absolutamente dominantes.
Si alguna vez han estado, no ya en África, sino simplemente en una llanura de Castilla en la época en que el trigo tiene un metro y pico de altura, me gustaría que hicieran una experiencia que he tenido algunas veces en África. África, como ustedes saben, está poblada en gran parte por ese tipo de paisaje que se conoce con el nombre de sabana, que parece ser que es lo que cubría la mayor parte de la tierra en aquel período. Y es posiblemente el lugar que alberga más fieras del mundo. En ella viven los leones, los leopardos, los perros cazadores y múltiples y poderosos carnívoros, que en cualquier momento pueden matar al ser que viva allí.
Yo, en la sabana, un día en que habíamos estado con el Landrover fotografiando leones y leopardos me bajé del coche, me alejé unos metros a la sombra de una acacia, y, sin darme cuenta, hice una cosa muy normal, que fue sentarme en el suelo. Y al sentarme en el suelo me di cuenta de que había hecho algo que podía costarme la vida. Porque cuando uno se sienta en el suelo de una llanura inmensa, cubierta por hierbas de un metro veinte a un metro cincuenta de altura no ve. Y cuando en una llanura donde hay leones y leopardos no se ve, lo más normal que le puede ocurrir a uno es que para cuando vea se lo haya comido un león.
Andar de pie
Es decir: en una llanura del tipo en la que vivían aquellos pobres señores (que ya no podían vivir en el bosque porque les habían echado sus propietarios), lo peor que puede ocurrir es estar agachado o sentado, porque no se ve. Entonces, aquellos lejanos primates, todavía cuadrípedos en el sentido de que apoyaban sus manos, que ya eran prensiles, en el suelo, tenían que pasarse necesariamente la mayor parte de su vida estirados y puestos de pie para ver al leopardo o al león que trataba de comérselos. He visto muchas veces esto en los papiones y, desde luego, para un primate simio es verdaderamente incómodo el estar de pie. Es necesario llegar a una organización anatómica como la del propio hombre, que es la bipedestación.
Ahora quiero contarles una cosa que, si la siguen con detenimiento, quizá les resulte bastante práctica, sobre todo ahora que las ciencias biológicas se divulgan tanto. Uds. dirán: «El Dr. Rodríguez de la Fuente nos está hablando de que unos señores desarrollaron una mano para coger, otros un ojo para ver, pero cómo pasan estas cosas? Nos gustaría saber cuál es la mecánica que ha empleado la vida a través de sus ramas para transformar unas estructuras anatómicas en otras».
Evolución
Muy bien: han oído hablar muchas veces de una ciencia que se llama evolución, cuyas teorías hoy casi todo el mundo acepta; uno de los más grandes evolucionistas fue el famoso jesuita Teilhard de Chardin, que ha escrito unas obras extraordinarias sobre evolución humana, muy en la línea de lo que yo ahora les estoy contando. La evolución quiere decir que las estructuras de los seres vivos se van transformando desde los seres más inferiores a los más superiores.
Que realmente, la extremidad, por ejemplo, nuestra extremidad, que está formada por el húmero, el cúbito, el radio, los huesos carpianos y las falanges es exactamente igual, básicamente, que la extremidad de un delfín, que al tener vida acuática se ha transformado en aletas, pero que posee húmero, cúbito, radio, huesos carpianos y falanges. Igual que la de un murciélago, extraordinariamente modificada, pero que en esencia tiene también los tres grupos de huesos descritos.
Así que la vida puede ser modelada por el tiempo para adaptarse al medio. ¿Cómo? Pues por dos fuerzas poderosísimas, que son las mutaciones y la selección natural. Dirán ustedes que esto de las mutaciones ya es hablar en latín, pero vamos a explicarlo para saber cómo influyen en la evolución de los seres.
Figúrense ustedes que los conejos que viven hoy en España son pardos y tienen un matiz gris que les resulta muy práctico porque de noche, que es cuando los conejos salen de sus madrigueras, normalmente no se les ve. Para andar de noche, y para que no se lo coma a uno un zorro o un búho, lo más práctico que hay es ser del color de un conejo. Ahora bien, en esos conejos, con una relativa frecuencia, nace un conejo blanco y albino, y además esa mutación (es una verdadera mutación, que afecta a uno de sus genes) tiene la característica de ser hereditaria. Así, si se encuentra con otro conejo blanco tendrán más conejos blancos.
¿Qué pasa con este pobre conejo blanco que, como por un capricho de la naturaleza, ha aparecido entre los conejos españoles de color pardo? Pues que como es blanco y se le ve muy bien de noche, es al primero al que se comerá el zorro o que matarán el búho o el cazador. Para los conejos que viven en montes pardos no es nada cómodo ser blanco.
Pero figúrense que ocurre una cosa que ha pasado varias veces en la Tierra y es que de pronto empieza a hacer mucho más frío. Vienen glaciaciones y el paisaje de España se transforma en un paisaje como el que hay, por ejemplo, en el Polo Norte y en Groenlandia. Entonces lo que ocurre es que a los conejos que se les ve es a los pardos y a los que no se les ve es a los blancos, y los conejos que se comerán los zorros y los búhos serán los pardos, sobreviviendo los blancos.
Esto es una mutación seleccionada por el medio y así, poco a poco, es como la vidaha ido «fabricando» cosas tan curiosas como la visión estereoscópica, las manos que pueden coger y la bipedestación, que es lo que yo quería contarles.
Los primates, antepasados remotísimos nuestros, que no pertenecen todavía ni siquiera a la familia «homo», viven en ese ambiente tan absolutamente precario, rodeados de fieras, subiéndose a los árboles para pasar la noche y para no ser devorados, tratando de comer semillas, hierbas, bayas y los pocos vegetales que encuentran, y lo hacen con una cosa que les resulta verdaderamente negativa, y es que como no son todavía bípedos tienen que estirarse para que no les sorprendan el león o el leopardo. Imagínense que una mutación modificó en uno de estos primates la pelvis y la musculatura posterior de los glúteos; mientras los otros pobrecitos no verán al leopardo cuando venga para comérseles, él lo veía desde muy lejos y se libraba del leopardo.
Así conquistamos esto tan importante que es calzar zapatos solamente en los pies y andar derechitos mirando hacia adelante por la calle, algo fabuloso para el posterior desarrollo de nuestra mente que fue la bipedestación.
Nos encontramos entonces ya en los albores de otro período, el Pleistoceno, que es nuestro periodo; se caracteriza porque no ha sido seco ni húmedo, ni cálido ni frío, el Pleistoceno ha sido ¡de todo! Ha habido glaciaciones, calores asfixiantes, épocas de lluvias torrenciales y épocas de sequías intensas…
Sobrevivir en la sabana
Pues bien, en el Pleistoceno vivirán estas tribus de primates pertenecientes a nuestro propio orden, que han alcanzado ya la bipedestación, pueden andar por las sabanas erguidos; poseen desde muchísimo antes la visión estereoscópica (conquistada cuando vivían en los árboles) y tienen también, gracias a las mutaciones y la selección natural, la mano que permite coger cosas. Pero aquí viene algo que seguramente les va a llamar mucho la atención: nosotros podemos hacer una cosa con las manos que no hace ningún otro primate, que es el coger objetos muy pequeñitos oponiendo el dedo pulgar al índice. A los grandes primates arborícolas, con pulgares muy pequeños, para colgarse de las ramas les estorba el pulgar. Los campeones de barra fija saben que los pulgares más bien les estorban para trabajar.
¿Por qué nosotros nos hemos encontrado con un regalito tan maravilloso como es el tener este pulgar que permite al cirujano coger el bisturí, al deportista el volante del automóvil, y a la madre tomar a sus hijos con ternura? Parece ser que aquí intervino algo decisivo en lo que se refiere a nuestra dieta vegetariana.
Los antepasados remotos, los que vivían en las ramas de los árboles eran frugívoros porque se alimentaban de frutos o de hojas. Para coger un fruto, tener un pulgar delicado no sirve tampoco para nada, porque un fruto grande se coge casi con la palma (hace un gesto) y se lo lleva uno a la boca, una boca con unos cómodos maxilares prominentes, porque se mastica mucho mejor una banana tropical teniendo una boca muy grandota y muy hacia adelante que teniendo la boca corta y los cortos maxilares del hombre actual.
Así que parece ser que aquellos pobrecitos primates que no podían ya ir al bosque (y por consiguiente no podían cogerles las bananas ni las piñas tropicales a los otros monos) tuvieron que aprender a nutrirse con algo que jamás había utilizado un primate anterior como alimento. ¿Saben lo que es? Pues nos vamos a preguntar: qué es lo que más hay en una sabana?
Enseguida lo comprenderán. Un trigal inmenso de Castilla es una sabana artificial, una sabana hecha por el hombre. Las sabanas están pobladas por gramíneas, que es lo que llamamos hierba, que son gramíneas salvajes, primitivas. El alimento son los granos. Y es exactamente eso lo que tuvo que adaptarse a comer nuestro remoto antepasado, los granos que encontraba en los suelos de las sabanas y de las estepas.
¿Y Uds. conocen alguna manera para coger granos del suelo, grano a grano, que no sea así, con el dedito pulgar enfrentado con el índice?
Del grano a la dentadura
Bien, estos buenos señores, poco a poco, se encuentran ya con cosas verdaderamente extraordinarias. No solamente pueden andar de pie, no solamente pueden considerar las distancias, no solamente tienen una mano hábil desde siempre para coger ramas, sino que pueden coger cosas tan delicadas como un grano de trigo. Pero había otro problema: se trataba de poder masticar ese grano.
Ignoro si habrán visto alguna vez la boca de un mono (clásico y actual), pero se diferencia fundamentalmente de la nuestra en una cosa que los odontólogos –yo soy odontólogo– llamamos diastemas, que son las separaciones existentes entre unos grupos dentarios y otros.
Los primates vivos actuales, los simios, tienen los dientes y las muelas muy separados, a través de unos espacios de encías que se llaman diastemas. Con un tipo de dientes así no se puede masticar un grano de trigo, porque se mete siempre entre dos dientes, a no ser que los maxilares se acorten, que la cara del primate se transforme en la cara humana, que tengamos de pronto una dentadura como la humana (que, básicamente, se diga lo que se diga, es una dentadura de granívoro), unas superficies molturadoras: nuestras famosas muelas, y los tres movimientos –lateral, antero-posterior y de apertura y cierre– para poder comer tranquilamente maíz silvestre, cebada silvestre y trigo silvestre.
Es decir, que el tipo de alimentación granívora nos ha dotado del pulgar oponente y nos ha aplastado la cara por acortamiento de nuestros maxilares.
Masticar y llegar a las estrellas
Pero señores míos, pasó una cosa increíble. Para mover unos maxilares muy grandes, unos maxilares como los de los primates antiguos (y los que viven actualmente que no son hombres), se requieren unos músculos muy grandes. Ustedes saben que los músculos son como gomas que tiran del esqueleto, y cuando el brazo de palanca es muy largo se necesita una goma más poderosa para poder mover ese brazo de palanca. Pues bien, con unas mandíbulas prominentes, perfectamente adecuadas para comer frutos, se necesitaban unos músculos que se insertaran en lo alto de la bóveda craneal.
Y ¿saben lo que pasaba? pues que aquellos músculos no permitían el desarrollo de la bóveda craneal y el posterior desarrollo del cerebro. Al acortarse las mandíbulas de los primates, no fue necesaria la enorme fuerza de los músculos temporales masticadores, y por estas mutaciones (como la del conejo blanco que les he contado) la inserción de los temporales descendió a la parte lateral, donde la tenemos hoy día, y dejó libre toda la bóveda craneal para su desarrollo.
Nos hemos encontrado entonces con que la dieta estrictamente vegetariana, quizá la dieta más noblemente vegetariana que existe en el mundo (la que comían también los anacoretas: la alimentación a base de semillas sin molturar) es la que le regaló al Homo sapiensla capacidad para que desarrollara su bóveda craneal y su cerebro, y el dedo que nos ha permitido, a través del empleo de útiles, llegar a ser lo que hoy somos y lo que nos está permitiendo llegar hasta los astros.
Pero, naturalmente, hace mucho tiempo que nosotros estamos aquí y nos hemos olvidado de aquellos seres tan curiosos que ya casi casi son como nosotros mismos. Se diferencian solamente en una cosa, en que como su pobre bóveda craneal se acaba de liberar, precisamente porque se han acortado sus maxilares, el cerebro todavía no ha crecido. Puede crecer, potencialmente la masa encefálica de aquellos seres podrá crecer, pero todavía no ha crecido. Y concretamente en este momento es cuando entran en escena dos elementos que tienen dos nombres de esos que se ven en los libros y que se olvidan también muy pronto, y por eso les voy a dar los nombres familiares que a todos nos han repetido desde la infancia***.
Nos encontrarnos, según los fósiles que se han hallado en los últimos veinte años, en África Oriental y en África del Sur, con dos homínidos, con dos seres que estaban en la línea evolutiva que ha producido al hombre, que se diferenciaban profundamente por algo que estoy seguro que les va a afectar un poquitín y a mí también.
A uno de estos seres los hombres de ciencia le ponen el nombre de Paranthropus robustus. El Paranthropus robustustiene los huesos casi exactamente igual que los nuestros. Se diferencia en que su cráneo es mucho más pequeño y sus mandíbulas poderosas tienen muelas grandes, por lo que se le conoce también con el nombre de Hombre cascanueces. Está perfectamente especializado en alimentarse de estos famosos granos de los que les estoy hablando. Había llegado al no va más en la alimentación granívora en las estepas y en las sabanas donde vivía, porque su aparato masticador había perdido ya aquel freno que prohibía el desarrollo del cerebro.
Las semillas alimentan muchísimo (ustedes tienen que saberlo mejor que nadie) y unos seres que se alimentaban a base de semillas casi exclusivamente llegaron a una corpulencia y a una fuerza que ha llevado a los hombres de ciencia a darles este apellido de «robustus». Estos robustusson los que yo me atrevo a llamar Abeles.
Colmillos o armas
Eran los seres más pacíficos que ha producido La Tierra. Habían llegado a unos 70-80 kilos de peso, habían alcanzado seguramente una organización social muy fuerte y coherente, y encontraban todo lo que necesitaban para vivir en la inmensa sabana de África, sin más trabajo que ir cogiendo los granitos e ir moliéndolos con sus enormes molares.
Pero tenían una cosa decisiva: estos Paranthropus, estos Abeles (a los que vamos a llamar así para que no se nos olvide), tenían ya los caninos tan cortos como los nuestros, no tenían colmillos como sus antiguos antepasados los simios de tierra y como los actuales papiones. ¿Por qué no tenían colmillos?
Un vegetariano que vive en tierra y no tiene colmillos necesita un arma para defenderse. Cuando un vegetariano como elParanthropuspierde sus colmillos como arma defensiva es que ya ha inventado el arma artificial. Y efectivamente, en los mismos sitios donde se encontraron a los Paranthropus, en los mismos estratos, como dicen los hombres de ciencia, donde se encontraron los huesos de estos Abeles, se encontraron enormes piedras, cantos rodados a los que groseramente se les había sacado una punta y que seguramente en manos de aquellos hombres poderosos eran armas arrojadizas que podían poner en fuga a las hienas, a los leopardos, e incluso a los leones.
Estos seres vegetarianos, pacíficos, habían inventado ya las armas, pero ¿para qué? Habían inventado las armas para defenderse, y esto es muy importante que lo tengamos en cuenta. Porque no se alimentaban de carne, no eran cazadores, habían descubierto ya las terribles piedras (que yo he tenido en mis manos, en África, y he podido sopesar, considerar y observar que en manos de un ser de ochenta kilos, con una puntería seguramente fabulosa, le podían librar perfectamente, en plena pradera, del ataque de las fieras).
Nuestro Abel había llegado a reconquistar otro paraíso, ya no tenía que volver al bosque, porque podía permitirse el lujo de dormir en plena sabana, porque las fieras, lo mismo que al hombre actual, le tenían miedo. Sabían que podía lanzar proyectiles a distancia y le respetaban.
Mientras tanto, había ocurrido otra cosa que verdaderamente no sé si la tenemos que agradecer a la evolución o si algún día tendremos que lamentarla profundamente. Y es que mucho más al sur (allí se han encontrado los fósiles), otro elemento que venía de esta misma rama que Abel, del Paranthropus robustus, al que los hombres de ciencia han dado el nombre de Australopitecus africanus, por una mutación como la que transforma el conejo gris en blanco, se transformó de vegetariano en carnívoro. Por primera vez, un primate –y miren lo que digo, que no digo un hombre–, un primate se especializó en la matanza de animales y en la alimentación carnívora.
Primate carnívoro
¿Cuánto tiempo hace de esto? Se cree que aproximadamente entre dos y tres millones de años. ¿Cómo ocurrió? Se han hecho muchas conjeturas, porque todo lo que estamos hablando es al fin y al cabo una conjetura con un gran índice de probabilidades de que haya ocurrido así. Se piensa que este Australopiteco llegó también a la conquista de la pradera y de la sabana con armas defensivas. Se pudo observar que las armas que empleaba no eran piedras redondeadas, sino parte de los huesos de las patas de los antílopes, que utilizaba como puñales. Esto es lo que se ha encontrado en las cavernas donde vivían estos pequeños carnívoros sudafricanos a quienes, si no les parece mal, yo voy a llamar caínes.
Imaginen lo que supone para un primate ágil, para un primate que ha conquistado ya la posición bípeda, que tiene los pies del hombre, la masa de los músculos glúteos que nos permiten andar de pie sin cansarnos, la ensilladura lumbar que mantiene toda nuestra arquitectura vertical, que ha desarrollado su inteligencia, porque estos miles de años que ha pasado comiendo semillas le han permitido, como digo, la liberación de la bóveda craneal. Imaginen lo que supone que este ser que conquista las primeras armas, que son huesos de puntas afiladísimas, se lance de pronto, por una mutación en un gen, a alimentarse de carne, y a matar…
Estos seres debieron pasar muchos miles de años en África del sur cazando antílopes. Se dice que llegaron a cazar hasta grandes antílopes de 700 Kg. de peso para alimentarse, y dejaron toneladas y toneladas de huesos en las cavernas donde vivieron, huesos que hoy están sirviendo a los hombres de ciencia para reconstruir su sanguinaria historia.
Y pasó lo que tenía que ocurrir. Pasó que, como sabemos muy bien, la caza aumenta extraordinariamente la agresividad del hombre. El hombre que buscaba su alimentación en las semillas que caían en otoño de las gramíneas era un hombre necesariamente pacífico, que debía odiar la agresión, puesto que la agresión para él no era más que una representación de la fiera.
Pero el hombre que ha conquistado el arma y que por una mutación se ha dedicado a matar animales para alimentarse, automáticamente no sólo ejercita (por este proceso evolutivo que les estoy citando) la fuerza del brazo para matar y la velocidad de las piernas para correr, ejercita algo que es mucho más importante para el cazador: la agresividad, la agresividad potencial.
Y ocurrió que, un buen día, Caín, el Australopiteco, con su agresividad potencializada por miles y miles de años de existencia agresora y cazadora, se encontró con Abel, con el Paranthropus robustus. ¿Y qué pasó? Pues que Caín mató a Abel (además, probablemente, con un hueso como arma). ¿Y qué significa que Caín matara a Abel? Pues que descendemos de Caín.
Abel y Caín
Por el momento que se sepa, es muy dramático considerarlo, pero parece ser que el grupo de los Paranthropus, de estos poderosos primates que se alimentaban de semillas desapareció sin dejar ningún rastro de su existencia hace aproximadamente dos millones de años. Mientras que el grupo de los Australopitecusse fue transformando ya en los famosos Pitecanthropusque encontró Duval en Java, en los famosos hombres de Pekín que estudió el padre Teilhard de Chardin, en los famosos hombres de Neandenthal, en los famosos hombres de Cromagnon, y en nosotros.
Desde luego tienen ustedes todo el derecho a decir: «¡Pues no nos da la gana descender de estos cazadores de las sabanas de África a quienes el Dr. Rodríguez de la Fuente se ha atrevido a lamar caínes!» Pero vamos a analizar un poco la situación con frialdad, como si estuviéramos hablando, como les decía antes, en una mesa de tú a tú. ¿Cuál era la especialidad de Caín, del Australopitecus africanus? A qué dedicaba toda su atención, y por lo menos el 70% de su potencialidad? A fabricar armas, puesto que los seres humanos no tenemos armas propias, ya que venimos de un grupo de pacíficos vegetarianos.
De la piedra a la bomba
Tenía constantemente que mejorar sus armas de hueso y sus armas de piedra. Al principio, un canto de sílex puesto en la punta de una lanza es suficiente incluso para matar un león, pero figúrense lo que pasó cuando después de muchos miles de años de pensar cómo mejorar esto, Caín inventó el arco y la flecha: podía matar a distancia. ¿Y qué paso cuando inventó el veneno con que untar la punta de la flecha? Pasó que podía matar animales tan grandes como rinocerontes y elefantes.
Así, cuando unos hombres de ciencia van a un yacimiento de restos del Australopitecuspara acá, de hace dos millones de años hasta hoy, y cavan y encuentran unos restos que no se sabe muy bien si son de mono o si son de hombre, entonces buscan un hallazgo que demostrará que son de hombres. ¿Cuál es ese hallazgo? lo que se llaman útiles. Y qué son los útiles? Armas. Donde ha habido hombres ha habido siempre armas, desde el Australopiteco, a quien llamo Caín, hasta las fuerzas armadas de los EE.UU., o de Rusia o las nuestras.
El 70% de las economías de los países actuales, lo mismo que el 70% del potencial del australopiteco, se dedica a la fabricación de armas. Somos, por consiguiente, queramos o no, descendientes del negro, del matador y del perverso Caín que terminó con su buen hermano Abel. Entonces esto es para llorar, es para llevarse las manos a la cabeza; es para pensar en este problema mucho más que en cualquier otro que se nos presente, por próximo que nos parezca.
Efectivamente, y precisamente por eso, queridos señores, es por lo que me encanta haber venido aquí. Porque en una época en que la agresividad humana aumenta de tal manera que si uno lee cualquier periódico o escucha cualquier radio o ve cualquier televisión, todo son comunicados de que si los israelíes han hecho una incursión con aviones, o si los egipcios, o si el Vietnam… Todo son trabajos para armarnos hasta los dientes.
La importancia de la comida
Yo mismo tengo dos infelices halcones que están colaborando a que los pájaros no choquen con los Phantom que cruzan el cielo a velocidad supersónica. En una época así, ¿en qué vamos a pensar, sino en hacer algo para que un buen día no nos matemos unos a otros? Y qué hay que hacer para que sea así? Exactamente lo que hacen ustedes. Y al decir esto no me refiero a comer sólo patatas, frutas y granos; no. Me refiero a tener un espíritu pacifista, a ser tan extraordinariamente amantes de la vida que uno no se debiera atrever ni siquiera a quitar la de un animal para alimentarse, porque la vida es la energía más sagrada que hay sobre nuestro planeta.
Porque la vida es algo que ha salido de un milagro que nunca nos cansaremos de agradecer, de las manos de Dios. Y porque el hombre, a fuerza de haberse acostumbrado y especializado en quitar la vida para alimentarse, ha llegado tan lejos que puede muy bien quitar la vida a todos sus semejantes en una infinita e inmensa cacería con bombas atómicas, que ojalá no ocurra nunca.
Por eso ahora yo no vengo a enseñar sino a aprender, porque a mí me gustaría ser como ustedes y tener su espíritu. Llevar tan lejos el sentimiento de respeto a la vida, que me diera ¡hasta vergüenza! llevarme a la boca un pedazo de carne, simplemente pensando que ha pertenecido a un ser vivo, y yo no sé si realmente tengo derecho a quitar la vida a un ser para sobrevivir (aplausos).
Estamos llegando casi casi al final de esta panorámica, que ya les he dicho que no puede dejar de ser muy superficial y rápida, pero no por ello menos apasionada y cordial. Estamos llegando al final de esta dramática historia entre Caín y Abel. Creo que habrán podido comprender que, efectivamente, deben tener bastante razón los hombres de ciencia cuando nos demuestran que nuestros antepasados hasta anteayer (porque en la historia de la vida dos millones de años es anteayer) fueron profundamente vegetarianos, que me han podido seguir cuando les he dicho que la alimentación granívora nos proporcionó posiblemente la capacidad de evolucionar por el desarrollo de nuestra bóveda craneal, y por el surgir del dedo oponente y el acortamiento de nuestras mandíbulas.
Pero que, por desgracia, la mayor parte de la humanidad no es como aquellos Abeles, que fueron asesinados por los Caínes, sino que, sin querer, hemos recibido el bagaje genético de nuestros antepasados, esa agresividad potencial, que nos lleva a mal emplear nuestro dominio sobre el resto de la vida del planeta, y a sacrificarla casi sin darnos cuenta, pensando y considerando que todo lo que hay en él es nuestro. Queridos señores, es indudable que su postura filosófica ante la vida es admirable.
Llegaría a admitir, y creo que ustedes conmigo, que un hombre que se limitara simplemente a tomar de la tierra la cantidad de proteínas animales que necesita para sobrevivir incluso se podría considerar como tolerable. Pero lo que es tremendo es que el hombre siente placer, por primera vez en la historia de los seres vivos, en matar. El hombre es el único carnívoro que mata por gusto, por deporte, y esto es absolutamente asombroso.
Animales que matan
No quiero quitar ni poner nada a los hombres que matan por deporte, pero sí que puedo decir una cosa con la mano en el corazón, y creo que nadie podrá hacer que me retracte. He estudiado profundamente durante años a las especies animales que pueblan nuestro planeta. Creo que me he pasado más de dos años en el continente africano entre unos viajes y otros, observando directamente leones, leopardos y perros cazadores.
Tengo en mi propia casa cinco lobos que me aceptan como jefe de manada, y a los que he llegado a conocer profundamente, y puedo decir una cosa: todos los carnívoros que pueblan nuestro planeta, todos esos seres a los que se ha considerado como encarnación del demonio y a los que el hombre ha venido persiguiendo no sé con qué derecho, matan únicamente aquello que necesitan para comer, y no conozco ni creo que se haya dado jamás el caso de que un león, un leopardo u otro carnívoro haya matado por placer o por gusto. La única criatura viviente que mata por placer o por gusto es el hombre, y mientras sigamos en el seno de una sociedad en la que se considera un placer, un negocio, un espectáculo, o un deporte el matar, habrá, desde luego, para rasgarse las ropas.
¿Qué vamos a hacer? Nos encontramos con un panorama verdaderamente negro: matamos por deporte y estamos con bombas atómicas hasta los dientes. ¿Qué vamos a hacer?
Podemos hacer algo que sólo es factible a escala individual: no sé si han observado que en todo el mundo hay una reacción verdaderamente milagrosa. No sé si habrán observado que, de verdad, la gente se está «volviendo buena». Hay, sobre todo en los jóvenes, un movimiento que me parece maravilloso, y no me importa nada que la juventud se equivoque, no me importa nada que la juventud se vista de colores o se deje la barba; lo que me parece maravilloso es que la juventud no quiera matar. Esto es lo básico y lo importante (aplausos del auditorio).
Nosotros vivimos en el mundo y nos pertenece, porque el mundo es de los seres humanos. Y deberíamos ocupar una posición en el mundo que fuera la de la no-agresión, la de recordar y adherirnos espiritualmente a Abel, a aquel Abel que fue asesinado por Caín.
Ignoro si habrán observado que, desde hace cinco años, en todas mis charlas, en todas mis emisiones de televisión, en todas mis películas y en todos mis escritos, de una manera sincera y sin sensiblerías, porque no me gusta ser sensiblero, no he hecho más que un canto a la Naluraleza y un canto a la defensa de la vida.
Quiero a toda costa, y sobre todo, inculcar en la juventud el respeto a la vida, quiero que se den cuenta que esto que vieron los astronautas desde la órbita de la Luna, tan hermoso, tan bonito, ese bello verde como de una esmeralda que despide nuestro planeta, no es más que la vida. Y quiero que se den cuenta que de la vida formamos parte todos, que la vida no es un monopolio ni una propiedad del hombre, que la vida es una comunidad armónica; que la vida va desde la bacteria más humilde hasta el más orgulloso de nuestros sabios o de nuestros deportistas.
Que debemos considerarnos en este mundo, todos, hermanos estrechamente unidos, y en una hermandad verdaderamente franciscana. Qué maravilla, que intuición, y qué visión, quizá por primera vez en la historia del hombre, tan justa del destino de la Tierra, como la de San Francisco de Asís: llamar hermanos al viento, al agua o al lobo (aplausos).
Sé indudablemente que seguir, no ya la doctrina, el ejemplo, el programa, de Francisco de Asís, o remontándonos más –y permítanme la irreverencia– de aquellos San Franciscos de Asises muertos por los Australopitecusque se alimentaban de semillas y no se metían con nadie es difícil, pero también sé otra cosa: creo firmemente en el destino y en el futuro de la humanidad. Tengo una fe absoluta en que la humanidad tiene una profunda conciencia, quizá colectiva, quizá invisible, de lo que le es en verdad justo y le conviene.
Y creo de verdad que la gran revolución actual no viene más que de la humanidad se ha dado cuenta de que si sigue por un camino de agresión y de exaltación de la agresividad potencial del hombre no va a ninguna parte. Por eso no he dudado un segundo en venir a hablarles, por eso me encuentro como en mi casa y por eso me han hecho ustedes a mí el favor al permitirme dirigirles a palabra y al permitirme escuchar sus aplausos. Y sólo les digo ya que, aunque no me lo merezco, porque no he podido todavía en la práctica entrar entre las filas de los vegetarianos, espiritualmente soy apasionada y profundamente naturista, vegetariano y respetuoso de la vida. Buenas noches. (aplausos finales).
* El programa de TVE «Fin de Semana» estaba dedicado a la caza y la pesca. Presentado por Marisa Medina, contaba con la participación de individuos como el orador Jaime de Foxá (gobernador civil franquista, presidente de la Real Federación de Caza, etc.). La primera intervención de Félix Rodríguez de la Fuente en TV fue junto a personajes así. Y resultó suficientemente demoledora como para mover, a pescadores y cazadores, a recordar, en la semana siguiente, su gran amor por la Naturaleza: «cazar no es matar» y otros tópicos parecidos. En el siguiente programa, el Dr. Félix Rodríguez de la Fuente inició, definitivamente, la andadura que le haría famoso: glosó con todo detalle y rico verbo la peripecia de un cazador al amanecer, caminando entre el rocío y la hojarasca, fatigándose en un duro periplo hasta encontrar a su presa, de una belleza admirable. «Y entonces, el cazador, ¿qué hace? ¿dispara o no dispara?», afirmó. Fue suficiente.
** Conferencia transcrita por Jaume Rosselló y publicada en la revista Integral n.º 22. Agradecimientos: Dr. Santi Giol y SNVB.
*** Algunos estudiosos de la mitología y los simbolismos asocian a Caín con el Tiempo y a Abel con el Espacio: el cazador Tiempo mató a su hermano Espacio. Desde entonces, un aspecto de esta vida es su temporalidad.