Yanomami, la caída del cielo

Palabras de un chamán yanomami

En Brasil viven 1,69 millones de personas indígenas, maltratados por el hombre occidental, que envenena o destruye su hábitat natural, como ha ocurrido recientemente con la minería ilegal. En este reportaje os ofrecemos unas breves palabras en primera persona de Davi Kopenawa, chamán y portavoz de los yanomami de la Amazonia brasileña, que ha escrito un libro en estrecha colaboración con el antropólogo Bruce Albert, amigo suyo desde los años setenta.

Textos: Davi Kopenawa y Bruce Albert.

Informaciones adicionales recogidas por la Redacción de Integral.

Kopenawa (Toototobi, Brasil, 1956) pinta un cuadro inolvidable de la cultura yanomami pasada y presente, en el corazón de la selva tropical. Relata su iniciación y experiencia como chamán, así como sus primeros encuentros con forasteros: funcionarios del Gobierno, misioneros, trabajadores de carreteras, ganaderos y buscadores de oro. Describe vívidamente la represión cultural, la devastación medioambiental y las muertes provocadas por las epidemias y la violencia.

En su papel de embajador mundial de un pueblo en peligro, hace una crítica mordaz de la sociedad industrial occidental, cuya codicia material, violencia masiva y ceguera ecológica contrastan fuertemente con los valores culturales de los yanomami. A lo largo de sus casi 800 páginas, La caída del cielo es un relato histórico y una explicación de la filosofía chamánica al mismo tiempo, pero sobre todo es un apasionado alegato a favor del respeto de los derechos de los pueblos indígenas y un poderoso reproche a la acelerada depredación del Amazonas y otros tesoros naturales amenazados por el desarrollo y el cambio climático.

Hemos recogido apenas un breve trazo del inicio del texto. El libro contiene abundantes —e interesantes— notas explicativas de los comentarios de Davi Kopenawa sobre la cultura yanomami que en esta brevísima introducción hemos evitado en lo posible para facilitar la lectura.

Palabras dadas. Espíritus. Hace mucho tiempo, viniste a vivir con los yanomamis y hablabas como un fantasma. Poco a poco aprendiste a imitar mi lengua y a reírte con nosotros. Éramos jóvenes y, al principio, no me conocías. Nuestro pensamiento y nuestra vida son diferentes, porque tú eres hijo de esas otras gentes que nosotros llamamos napë. Tus maestros no te habían enseñado a soñar como nosotros soñamos. Sin embargo, viniste a mí y te convertiste en mi amigo. Te quedaste a mi lado y luego quisiste conocer las palabras de los xapiri, que en vuestra lengua llamáis espíritus.

Todo ser existente tiene una «imagen» (utupë) desde los orígenes; una imagen que los chamanes pueden «llamar», «hacer bajar» y «hacer bailar» como «espíritu auxiliar». Estos seres-imágenes primordiales («espíritus») son descritos como minúsculos humanoides con adornos y pintura corporal extremadamente brillantes y coloridos.

Practicar el chamanismo se dice xapirimu, «actuar como espíritu», y convertirse en chamán, xapiripru, «convertirse en espíritu». El trance chamánico implica, pues, la identificación del chamán con los «espíritus auxiliares» que convoca.

El lenguaje. Así que te confié mis palabras y te pedí que las llevaras lejos, para dárselas a conocer a los blancos que no saben nada de nosotros. Nos sentamos a hablar mucho tiempo en mi casa, a pesar de las picaduras de los tábanos y las moscas negras. (…) Antes, nuestros ancianos no les habían dicho nada de todas estas cosas porque sabían que los blancos no entendían su lengua. Por eso mis palabras serán nuevas para quienes quieran escucharlas.

Después te dije: «Si quieres tomar mis palabras, no las destruyas. Son las palabras de Omama y de los xapiri. Dibújalas primero en pieles de imágenes, luego míralas mucho. Entonces pensarás: «¡Haixope! ¡Esta es la historia de los espíritus!’: Y más tarde dirás a tus hijos: «Estas palabras de escritura son las de un yanomami que una vez me contó cómo se convirtió en espíritu y cómo aprendió a hablar para defender su selva: Luego, cuando esas cintas en las que está atrapada la sombra de mis palabras ya no sirvan, no las tires. Solo podrás quemarlas cuando sean muy viejas y haga mucho que mis palabras se hayan convertido en dibujos que los blancos puedan mirar. ¿lnaha tha? ¿De acuerdo?».

Al igual que yo, te has vuelto más sabio con la edad. Has dibujado y fijado estas palabras en pieles de papel, como te pedí. Se han ido lejos de mí. Ahora querría que se dividieran y se propagasen muy lejos para que se escucharan de verdad. Te he enseñado estas cosas para que se las transmitas a los tuyos; a tus mayores, a tus padres y suegros, a tus hermanos y cuñados, a las mujeres que tú llamas esposas, a los jóvenes que te llamarán suegro.

Los yanomamis llaman a las páginas de escritura y, en general, a los documentos impresos con ilustraciones (revistas, libros, periódicos) utupa siki, «pieles de imágenes». Para el papel utilizan un neologismo: papeo siki, «pieles de papel». Se refieren a la escritura con términos que describen algunos de los patrones de su pintura corporal: oni ( serie de rayas cortas), tiri ( conjunto de puntos grandes) y yäikano (sinusoides). Escribir es, pues, «dibujar rayas», «dibujar puntos» o «dibujar sinusoides», y la escritura, The ä oni, es un «dibujo de palabras». Las grabaciones que dieron lugar a este libro se realizaron con una grabadora de tipo casete. La expresión the ti utupe, «imagen, sombra de las palabras», se refiere a la grabación sonora.

Si ellos te preguntan: «¿Cómo has aprendido estas cosas?», tú les responderás: «He vivido mucho tiempo en las casas de los yanomamis y he comido su comida. Así es como, poco a poco, su lengua arraigó en mí. Y me confiaron sus palabras porque les da pena que los blancos sepan tan poco de ellos».

Vivir sin urgencias. Los blancos no piensan mucho más allá de lo que tienen delante. Están siempre demasiado preocupados por las cosas del momento. Por eso querría que pudieran oír mis palabras a través de los dibujos que has hecho de ellas y así penetren en su espíritu. Me gustaría que después de haberlas comprendido, se dijeran: «Los yanomamis son unas gentes distintas a nosotros, pero sus palabras son rectas y claras. Ahora entendemos lo que piensan. ¡Son palabras de verdad! Su selva es bella y silenciosa. Fueron creados en ella y en ella viven sin preocupación desde los primeros tiempos. Su pensamiento sigue otros caminos que el de las mercancías. Quieren vivir según su deseo. Su costumbre es diferente. No tienen pieles de imágenes, pero conocen los espíritus xapiri y sus cantos.

La tierra. Quieren defender su tierra porque desean seguir viviendo en ella como antes. ¡Que así sea! Si no la protegen, sus hijos no tendrán un sitio donde vivir felices. ¡Se dirán entonces que sus padres debían de ser muy poco inteligentes como para haberles dejado una tierra desnuda y quemada, impregnada de humos de epidemia y surcada de arroyos de agua sucia!». (…)

Dibujos de escritura. Sin que nosotros lo supiéramos, unos extranjeros decidieron remontar los ríos y penetraron en nuestra selva. No sabíamos nada de ellos, ni siquiera por qué querían acercarse a nosotros. Sin embargo, un día llegaron hasta nuestra casa grande de Marakana, en el alto Toototobi. Yo era entonces muy pequeño. Quisieron ponerme un nombre, «Yosi». Pero a mí me parecía una palabra muy fea y no lo quise. (…) Omama tenía mucha sabiduría. Supo crear la selva, las montañas y los ríos, el cielo y el sol, la noche, la luna y las estrellas.

Fue él quien, en los primeros tiempos, nos dio la existencia y estableció nuestros hábitos. (…) Pero aquellos primeros extranjeros se marcharon pronto y su mal nombre se perdió con ellos. Luego pasó el tiempo y llegaron otros blancos. Estos se quedaron. Construyeron casas para vivir con nosotros. (…) Antes de que los blancos apareciesen en la selva y se pusieran a repartir sus nombres a diestro y siniestro, llevábamos los que nos ponían nuestros allegados.

Los «nombres de blancos» son, cuando se prestan fonéticamente a ello, objeto de inagotables deformaciones humorísticas, como la de una pobre chica llamada Ivana que se convirtió en iwa na, «Vagina de Caimán». Por lo demás, wiiiiha yahatuai, «maltratar el nombre», equivale a «insultar».

Mito. En aquel momento, mi única compañía eran los espíritus xapiri. Fueron ellos los que quisieron ponerme un nombre, y me dieron este, Kopenawa, por la rabia que había en mí para enfrentarme a los blancos. El padre de mi esposa, el gran hombre de nuestra casa de Watoriki, al pie de la montaña del Viento, me había dado a beber el polvo que los chamanes extraen del árbol yakoana hi. Bajo el efecto de su poder, vi cómo venían a mí los espíritus de las avispas kopena, que me dijeron: «Estamos contigo y vamos a protegerte. ¡Y por eso vas a tomar este nombre, Kopenawa!». Es así.

Este nombre viene de los espíritus avispa que chuparon la sangre derramada por Arowe, un gran guerrero de los primeros tiempos (…)

La realización de una sesión chamánica también se denomina yíikoanamuu, «actuar bajo la influencia del polvo de yíikoana». Davi Kopenawa fue iniciado en el chamanismo a principios de los años ochenta por el padre de su mujer, el líder de la comunidad donde ahora vive con su familia, Watoriki. Aunque se dice que se «bebe» (koai), el polvo de yakoana se inhala. Se elabora a partir de la resina de la parte profunda de la corteza del árbol Virola elongata, que contiene un potente alcaloide psicotrópico, la dimetiltriptamina (DMT). La DMT tiene una estructura química similar a la del neurotransmisor serotonina y actúa uniéndose a algunos de sus receptores. Sus efectos psíquicos son similares a los del LSD. Además, la yíikoana contiene varios ingredientes que probablemente potencian su acción: hojas secas y pulverizadas de maxara hana, y ceniza de la corteza de los árboles ama hi y amatha hi.

«Yo soy la selva». La entrevista de Ima Sanchís

La voz del Amazonas. Davi Kopenawa, chamán y portavoz de los yanomami de la Amazonia brasileña, está casado con Fátima, tienen seis hijos, una niña es adoptada, y 4 nietos. «Mi flecha es la lucha verbal contra los hombres de la ciudad, los políticos y los capitalistas, para que no destruyan la selva. Soy chamán, cuido de la tierra.»

Davi consiguió que los yanomami fueran dueños de su tierra, la mayor área selvática del mundo gestionada por un pueblo indígena. En el 2004 fundó Hutukara, asociación que defiende los derechos de los yanomami y desarrolla proyectos de protección territorial, educativos y de atención médica. Ha viajado por todo el mundo para explicarles a los blancos, desde alumnos de primaria y universitarios de Brasil, Europa y EE.UU. hasta la Asamblea General de la ONU, el papel vital de su pueblo para la conservación de la selva y para denunciar la masacre de los suyos. Ha sido galardonado con el Nobel Alternativo. Es muy crítico con Occidente, con su codicia, violencia y ceguera ecológica. Con su amigo el antropólogo Bruce Albert ha escrito La caída del cielo (Ed. Capitán Swing), en el que cuenta la cultura y la filosofía chamánica.

Los yanomami somos los humanos más antiguos de la selva amazónica.

El blanco llegó más tarde.

Llegó desde otro mundo a nuestro mundo, vio lo grande y rica que era la selva en salud, comida y vida, y quiso explotarla, comercializarla, sacarle provecho.

¿Otra manera de pensar y sentir?

Dicen que los blancos que viven en ciudades no tienen conexión con la tierra. No es cierto, la tienen, para extraer oro, diamantes, petróleo y deforestar. Así es como están conectados con los bosques.

¿Y ustedes?

El corazón de la gente de la selva es muy diferente, nosotros somos la selva. Yo soy la selva. Y el conocimiento de los yanomami sobre cómo preservar la selva y sus animales, sus incontables plantas medicinales y su inmensa biodiversidad, hacerlo de manera sostenible, es una riqueza para toda la humanidad.k

Usted es chamán.

Sí, somos guardianes de un inmenso conocimiento botánico, de los animales, los árboles, las cascadas, los ríos, las montañas, el viento, la lluvia.

¿Y cómo lo hace?

Escuchando a nuestros mayores, siglos de sabiduría, y tomando yakoana, polvo que obtenemos de un árbol que te permite conectar, a través de un elaborado ritual, con el alma de la selva y curar a sus moradores, para que tengamos salud, alegría y estemos unidos.

¿Cómo es un día en la selva?

Tenemos nuestro huerto para alimentarnos y hay risas, aprendizaje y calma. El hombre blanco dice que los indios somos perezosos porque con comida y agua limpia ya somos felices, ¡pero es que tenemos tantas riquezas!

¿A qué se refiere?

Árboles, frutos, comida; y somos ricos en historias. Nos tumbamos en la hamaca cuando oscurece y soñamos para poder ver otro mundo. A veces soñamos con la pobreza de las selvas taladas o quemadas. La gente del mundo es un solo pueblo, pero los hombres blancos quieren apoderarse de todo.

No todos.

Ustedes comercian con lo que no es suyo, la naturaleza, la tierra, no les pertenece, pero ustedes creen que sí, y lo tienen tan arraigado que van a destruir el planeta. No entienden que ustedes mismos son naturaleza.

¿Por qué se fue a trabajar con los blancos?

Tenía 14 años cuando el gobierno militar construyó una carretera que atravesaba las tierras yanomami, y volvieron misioneros, ganaderos, buscadores de oro que destruyeron aldeas y asesinaron. Sus enfermedades causaron epidemias que mataron al 20% de la población yanomami. Y siempre vuelven.

¿Por eso quiso trabajar para ellos?

Quise aprender portugués para poder dialogar con las autoridades. Explicarles que nosotros también somos seres humanos. Que ustedes tienen universidades, pero nosotros sabemos cuidar el bosque, por eso es muy importante que los gobiernos del mundo nos escuchen.

Lo consiguió, habló ante la ONU.

Y el gobierno de Brasil reconoció el territorio yanomami en 1992, para nosotros, nuestro hogar; para ellos, 96.600 km2y uno de los reservorios de diversidad genética más importantes del planeta.

Su papel de embajador de la selva ha sido incansable.

En el 2019 unos 10.000 garimpeiros (buscadores de oro) invadieron nuestras tierras, contaminaron los ríos con mercurio y generaron una epidemia de malaria. El gobierno consiguió echarlos, pero siempre vuelven.

¿Por qué ha querido dejar su sabiduría en un libro?

Quería mostrarles a los blancos la riqueza del pueblo yanomami. Este libro es para ustedes, para los estudiantes, que necesitan ver de otra manera la selva. Y estoy muy contento porque el libro ha llegado a las universidades; eso es lo que quería.

¿Qué les dice a los jóvenes yanomami que quieren irse con los blancos?

Solo en nuestra selva puedes dormir en paz, y no estás obligado a trabajar para nadie, eres libre de salir a cazar o quedarte tumbado si te apetece. Si quieres jugar, juegas; si quieres pasear, paseas. Solo aquí serás libre.

¿Los blancos hemos perdido la conexión con la naturaleza?

Mi mensaje para todos los pueblos de la tierra es que el comercio, el yo te doy lo que sea si tú me pagas, está destruyendo la Tierra.

¿Qué es para usted la riqueza?

Tener buena relación con tu gente. Nosotros vivimos en comunidad, sin conflictos, estamos relajados. También es tener comida; una buena casa, en las nuestras corre el aire y en la noche nos arropa el universo. Los blancos también son hijos de la tierra, pero sin los indígenas en la selva, todo va a ser peor.

¿Los blancos somos hijos de Yoasi?

Sí, el espíritu que se apartó de la tierra. Es ciego, no ve nada, solo mira el dinero y se pierde el universo y, claro, no entiende nada.

Los yamomanis

La etnia yanomamö o yanomamis corresponde a tres grandes grupos (sanumá, yanomam y yanam) que hablan lenguas diferentes, pero se entienden entre ellos. La nación yanomami corresponde al estado Amazonas de Venezuela y a los estados brasileños de Amazonas y Roraima. Son uno de los grupos étnicos de menor estatura promedio en el mundo.

En muchos idiomas se conocen como yanomami porque los misioneros salesianos de origen italiano se encargaron de las misiones católicas en la región y en italiano el plural de yanomamo es yanomami.

En la selva. Alrededor de 20.000 personas que integran los yanomamis viven en la selva tropical, en aldeas separadas por muchos kilómetros de selva virgen. Alrededor del 70% ocupan el sur de Venezuela, en el estado Amazonas, mientras que el resto se distribuye por zonas adyacentes en Brasil. Las comunidades yanomamis se concentran en la zona de la cuenca del río Mavaca, en los afluentes del Orinoco, y en la sierra Parima.

A pesar de que los contactos del pueblo yanomami con la sociedad dominante se iniciaron hace más de dos siglos, a consecuencia de la colonización de los portugueses en el Amazonas y el río Negro, estos permanecieron relativamente aislados en territorios de refugio.

Mitología y adornos corporales. Los yanomamis tienen una tradición mitológica muy rica que continúa hasta el día de hoy. Varios de los mitos más importantes describen los orígenes del Sol y de la Luna, la creación de los tepuyes (monte Rorarima o Dodoima en pemón) y las actividades del héroe creador Makunaima y sus hermanos.

Una de las costumbres de esta etnia es la práctica del canibalismo endogámico como ritual sagrado: en una colectiva ceremonia funeraria se comen las cenizas de los huesos de su pariente muerto. Creen que en los huesos reside la energía vital de la persona fallecida y que al ingerir sus cenizas la reintegran al grupo familiar.

Las mujeres se adornan atravesando con un palo pequeño su tabique nasal y las comisuras de los labios. Utilizan también pinturas corporales. La etnia lleva siempre el mismo corte de pelo, con flequillo y la coronilla rasurada (estilo capuchino).

Las cicatrices son muestra de valor y madurez. Se visten con un cinturón tubular los hombres y un pequeño fleco las mujeres.

Actualmente siguen utilizando motivos decorativos ancestrales en sus cuerpos, que estampan con ciertos pigmentos naturales.

Subsistencia. Los yanomamis son nómadas. Sus frecuentes desplazamientos están motivados por el corto periodo de la productividad de sus cultivos. Cultivan en sus huertos la mayoría de alimentos: plátano, ñame, batata y malanga. Un cultivo dura dos o tres años. Cuando la tierra se agota, el poblado crea una nueva plantación en otro lugar. También recolectan productos silvestres y comen ranas.

Para pescar utilizan la flecha y el timbó, una especie de planta que pulverizan y esparcen en el agua para aturdir a los peces y de esta manera poder capturarlos fácilmente. Al basar su economía en principios básicos de autoconsumo (elaboración de sus propias pertenencias, como cestas, garrotes, arcos y flechas), no tienen relaciones comerciales con pueblos vecinos.

Alucinógeno. Consumen la planta «epená» o virola, que contiene una sustancia alucinógena que utilizan en rituales curativos por los chamanes para comunicarse con los espíritus. Se utiliza en poca cantidad y en polvo, y se introduce en el chamán por medio de las fosas nasales soplándola a través de un palo hueco. Utilizan también un veneno (curare), que untan en la punta de las flechas para cazar su alimento.

En 2018 sufrieron un peligroso brote de sarampión.

 En estos momentos el ejército está logrando poner fin a las actividades mineras ilegales que envenenan el agua y destruyen su tierra.

El rock y la selva

En 1989, el cantante Sting y el indio brasileño Raoni hicieron una espectacular gira por 22 países para llamar la atención sobre las amenazas a la selva amazónica y a los pueblos que la habitan. El aspecto exótico de Raoni —con un disco que agranda su labio de modo descomunal— era un símbolo de los indígenas indefensos ante la voracidad de los explotadores. El rock, la ecología y la defensa del buen salvaje se daban la mano.

Sting creó en 1989 la Rainforest Foundation, con la que consiguió reunir un millón y medio de dólares para proteger las tierras de la tribu amazónica de los kayapos. Sin embargo, Raoni no era jefe ni chamán de ninguna tribu, y los suyos le reprochaban que se hubiese dejado exhibir por medio mundo como un salvaje. Sting terminó por reconocer que Raoni llegó a manipular sus objetivos ecologistas y hoy su visión de los indios es también menos ingenua que la de hace años: «Ellos siempre intentan engañarte y tienden a ver al hombre blanco como una fuente de recursos más que como a un amigo».

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