Texto: Natalia Jimenéz Restrepo, directora de «Cada célula una galaxia»
«La flor es un símbolo intemporal de las verdades que se transmiten misteriosamente. El olor de su perfume encierra un mensaje sin palabras, su belleza pasajera transmite el sentido de las fases transitorias de nuestra vida, los propios fenómenos florecientes hablan de lo que es posible cuando abrimos la puerta a lo divino».
El código secreto, Prya Hemenway.
El aparato reproductor femenino repite los mecanismos naturales de la tierra. Si le abres paso y lo respetas, florece y da vida.
Nuestro cuerpo, como parte de este ecosistema, pasa de forma cíclica por cambios internos del mismo modo que suceden cambios fuera de él. Venimos del invierno, de haber regado y cuidado los minerales de nuestro cuerpo, de fortalecer nuestros riñones, nuestra vejiga y nuestro aparato urogenital; Nos encontramos en el alba estacional. Comenzamos a salir de las profundidades hacía la superficie. Nuestra energía creativa precisa de sustento para dar de sí todo su potencial.
Un brote explota fuera de la tierra retorciendo su eje, buscando la luz. Estallan colores y aromas que retumban entre los árboles y viajan con el viento. Huele a jazmín. La primavera es la llegada del ascenso, de la creatividad, de la fertilidad, de la apertura, de visibilizar el interior y espolvorear vida; es el enclave idóneo para manifestar nuestros sueños y que esos primeros destellos de luz temprana comiencen a ver la luz.
Observando la simetría entre la tierra y nuestra salud femenina, Marzo nos recuerda que vienen días más largos, cálidos y ligeros; que nuestras zonas meridionales se activan gracias a la luz que impacta en nuestra pupila, cambiando el flujo de las hormonas. Cambia también el movimiento del hígado y de la vesícula biliar -órganos energéticamente conectados con nuestros aparato reproductor femenino-.
Me gustaría aclarar que no creo en las verdades absolutas, ni en las monodietas que no tienen en cuenta los detalles únicos de cada individuo. No creo en nada que no se sostenga en el movimiento y en el cambio. Tengo la certeza de que todo lo que hoy conocemos viene del conocimiento de antiguas civilizaciones que entendieron cómo funcionaba el entorno que les rodeaba, gracias a increíbles capacidades de observación: miraban el cielo, el mar, la tierra, la luna y el sol, los animales; sentían el viento, los cambios atmosféricos e incluso, con mucho sosiego, el crecimiento de las más pequeñas plantas, flores y seres venidos de la fecunda tierra fértil; aprendieron a reconocer sus propiedades. A través de la observación y la presencia sabían cómo sanar o equilibrar su cuerpo en cada momento, entendiendo el ser como un compendio de células capaces de equilibrarse y transformarse según su entorno externo e interno; tomaban los regalos de la tierra para hacerlos formar parte de su cuerpo y permitir su curación.
Por eso, ahora más que nunca, en una sociedad ajena al entorno, desconectada del sentir, del presente y abducida por una realidad virtual, necesitamos hacer referencia a los movimientos energéticos que nos regala cada estación. A la hora de invitar a cualquier mujer a reconocerse y conectarse con su energía y aparato reproductor femenino debemos considerar entonces la energía de la primavera.
En una era en la que la infertilidad femenina se ha convertido en un negocio para muchos y un gran sufrimiento para muchas, hay que recordar el origen de la consciencia más elevada puede llevarnos a no estar atadas a patrones establecidos de conducta. Patrones en los que nuestra edad y nuestra forma condicionan nuestro futuro, sin opción alguna de indagar en nuestro conocimiento personal.