Damastes, era llamado Procusto que significa “el estirador”. Era ni más ni menos que hijo del poderoso dios Poseidón. Vivía en el Ática, al sur de Atenas y regentaba una posada donde solían buscar acomodo los campesinos que querían probar suerte en la ciudad. Era amable y agradable con los huéspedes hasta que los acostaba en una cama de hierro, allí los ataba y si eran más grandes cortaba lo que sobraba, manos, pies o cabeza, y si eran más pequeños, los martilleaba hasta que encajaban en la cama. Murió de la misma manera a manos de Teseo, pero con su crueldad nos dejó una gran lección que aprender también hoy en día.
CARME GARCIA GOMILA (Médica y psicoanalista)
El síndrome de Procusto
No es propiamente un síndrome recogido en los manuales de diagnóstico psicológico, sino una metáfora para explicar determinadas relaciones laborales. Se refiere especialmente a políticos, maestros y directivos intolerantes que buscan la uniformidad, es decir que los trabajadores o alumnos se sometan a una única forma de pensar y hacer. Esto se debe tanto a la intolerancia a la diferencia como al miedo a que otros destaquen por encima de ellos en el partido, la universidad o la empresa.
Los procustos suelen ser gente insegura y envidiosa, que suele presentar una cara amable para conseguir confianza, pero que cualquier novedad, aportación o creación de los otros es destruida e infravalorada. Suele crear equipos en los que se funciona por sumisión, por miedo o por una admiración defensiva que hace desaparecer toda creatividad. Escribo esto en campaña electoral y cada día veo muchos ejemplos de este funcionamiento en los partidos políticos.
Sin embargo, la imposición del pensamiento único, el desprecio a la disidencia y a la crítica y el disfraz progresista y tolerante de determinados discursos, está imbuido en la sociedad alimentado por los medios de comunicación y por las redes sociales y no representan ni más ni menos que la amabilidad inicial de Procusto con la que conseguía que sus huéspedes se acostaran en la cama de tortura.
Pero vayamos más lejos… o más al fondo
Hemos dicho que Procusto era hijo de Poseidón el dios del mar, junto con Zeus y Hades, una de las tres principales deidades del Olimpo. Sumerjámonos pues en las profundidades del mar del inconsciente y del conflicto de todo ser humano.
La posada de Procusto estaba en el camino entre la naturaleza y la ciudad. Y una de las moralejas que se desprendía en la antigua Grecia de este mito, era la de representar las contorsiones y renuncias que debían hacer aquellos que se decidían a vivir en Atenas. Así, el abandono de la vida rural más sencilla con la posibilidad de poder ser uno mismo para vivir en una comunidad compleja como una ciudad, comportaba una adaptación que podía llegar a ser traumática: la cama de Procusto.
Procusto no es sólo un posadero mitológico, es también una parte de nuestro ser interior que nos puede amputar y deformar con tal de adaptarnos a los ideales no sólo de la sociedad en la que vivimos, sino muy especialmente a los ideales muchas veces inconscientes de lo que querríamos ser. En la esfera visible tenemos muchos ejemplos de cómo nos queremos mostrar según lo que creemos que se espera de nosotros, desde el vestuario, el maquillaje o el coche hasta las operaciones de cirugía estética o la anorexia. Es decir, un adaptarnos a los cánones en vez de buscar aquello que se nos adapta.
Sin embargo, es en la esfera psíquica, –es decir en la esfera del ideal del yo– donde la expectativa inconsciente de lo que deberíamos ser resulta mucho más difícil de detectar. No somos conscientes del ideal que esperamos de nosotros, ni del aspecto Procusto de nuestro inconsciente. Este que nos amputa o aplasta con tal de conseguir cruelmente un cierto parecido a un ser ideal creado a partir de proyecciones de padres, abuelos, maestros o sencillamente ídolos sociales. Se nota en la sensación de no ser nunca suficientemente bueno, sabio, trabajador, rico, hermoso o creativo. Esta tiranía interior genera un sufrimiento constante que acaba amputando las auténticas cualidades de nuestro ser.
Evidentemente no todos tenemos un Procusto tan cruel como el del mito, pero en el momento actual en que estamos bombardeados de imágenes y mensajes de lo guapos, ricos y enrollados que debemos ser, de que todo depende de nosotros, de que el triunfo está en nuestras manos y que querer es poder, a poco que nos despistemos, ya estamos atados a la cama de Procusto y torturando nuestro ser más íntimo.
Y ahora que lo sabemos, ¿qué hacer con Procusto?
El conocimiento intelectual de un funcionamiento psíquico desde luego no es suficiente para cambiarlo. A decir verdad, incluso resulta muy difícil reconocerlo en uno mismo, pero el poder de los mitos es el de crear una vía de conocimiento que no pasa sólo por el intelecto y la razón, sinó que va directo a nuestro inconsciente. Quizá esto permita que uno mismo tome consciencia de cuando, por miedo al que dirán, amputa o esconde una capacidad, calla o dice lo que no querría callar ni decir o abandona un camino deseado o no se atreve a cambiar de rumbo.
Teseo mató a Procusto en una jugarreta en que éste acabó en su propia cama y probando las torturas a las que había sometido a otros. Busquemos al Teseo interior y amputemos y aplastemos dentro de nosotros al ideal del yo que nos destruye. Y algo más fácil, no perdamos de vista, sobre todo, el efecto Procusto de las amables imágenes de las series de televisión o de las redes sociales… son caramelos envenenados.