El cerebro, diseñado para nuestra supervivencia, tiene sus mecanismos para decidir qué retiene y cuándo recuperarlo. Pero algunas estrategias ayudan a mantener ágiles las conexiones neuronales. Repasaremos algunos aspectos de la memoria, al margen de tratamientos*.
TEXTOS: LAURA TORRES
La memoria es una de las capacidades que nos definen como seres humanos. Es esencial no solo para aprender, sino para desenvolverse en el mundo. Y, sin embargo… ¡qué poco sabemos de ella y qué poco la ejercitamos!
Olvido y recuerdo
La memoria es una de las funciones intelectuales que más apreciamos, junto con el lenguaje o la capacidad de decisión. Nos confiere un pasado, una identidad, y de ella –y también del olvido– depende que podamos progresar y sobrevivir. Solemos quejarnos de que tenemos mala memoria, de que olvidamos cosas. Y, sin embargo, hacemos poco para estimularla y conservarla en buen estado. Quizá vamos al gimnasio para mantenernos en forma, queremos llegar a la vejez gozando de salud, pero no pensamos que la memoria también requiere de tiempo y dedicación.
Es más, desconocemos incluso cómo funciona. Por ejemplo, ¿no resulta sorprendente poder recordar el nombre de los compañeros de escuela al ver una foto de la infancia y, en cambio, no ser capaces de acordarse de qué se cenó hace dos noches o dónde se han puesto las llaves del coche?
Tres clases de memoria
• Tenemos tres clases de memoria. La memoria a corto plazo nos permite retener un número de teléfono o una dirección unos instantes, el tiempo necesario para usarla, y luego se desvanece.
• La memoria sensorial procede de la información que envían los sentidos y que apoya al sistema cognitivo, se asegura de que le llegan los estímulos necesarios para que los procese.
• Por último está la memoria a largo plazo, que se compone de aquella información que el hipocampo decide almacenar: datos sobre hechos, personas, lugares, momentos, acontecimientos: cómo montar en bici, o usar los cubiertos, qué pasó aquel día, etc.
Un cajón de sastre
La mayoría de cosas que vivimos no quedan registradas en las neuronas y las perdemos para siempre, sin tan siquiera ser conscientes de ello. Y aunque suele compararse con el «disco duro» de un ordenador, lo cierto es que poco tiene que ver con él nuestro «disco blando».
Nuestra memoria funciona como un gran cofre en el que vamos depositando recuerdos sin ningún orden determinado. Las neuronas captan la información pero no la clasifican para que luego sea más fácil recuperarla. Es un poco un cajón de sastre.
«El recuerdo de una experiencia concreta se compone de fragmentos de información que se guardan en lugares distintos del cerebro. Y cuando recordamos, lo que sucede es que esos pedacitos de información vuelven a unirse desde las diferentes parte del cerebro», explica Daniel Schacter, especialista en memoria y neuropsicología y autor de Los siete pecados de la memoria.
Hipocampo
En todo ese proceso de adquisición de la información y archivado, el hipocampo desempeña un papel fundamental. Se trata de una región con forma de caballito de mar situada en el corazón del sistema límbico, el llamado cerebro emocional o social. Procesa la información que le llega de las neuronas y actúa como una especie de director, que determina lo que se almacena y lo que no.
Luego, aquello que considera valioso y que vale la pena guardar lo distribuye por el córtex cerebral. De manera que los recuerdos se diseminan, se mezclan, se apelotonan. Es un gran embrollo, por lo que el cerebro necesita pistas para volver a acceder al conocimiento.
Esas pistas son los contextos en que se produjo el recuerdo. Funcionan como ganchos con los que pescar los diferentes retazos de memoria del córtex auditivo, del visual, del olfativo, del sensorial, para luego apedazarlos y evocar el recuerdo. Por eso, nos acordaremos mucho mejor de cómo se prepara el pastel de zanahoria y nueces si estamos en la cocina, que si tenemos que contarle la receta a alguien de memoria en un bar o en la oficina.
La percepción del tiempo y el paso de los días
A medida que cumplimos años tenemos la sensación de que el tiempo vuela. La memoria está detrás de esta percepción. Es en ella donde se genera la sensación subjetiva del tiempo. Valoramos el paso de los días a partir del número de recuerdos.
En las épocas en que generamos muchos recuerdos, como en la niñez o la adolescencia, trazamos un extenso mapa de las horas. Es más, esos recuerdos están cargados de más emoción, por lo que los recordamos más vívidamente. En cambio, en la edad adulta, cuando nos sumergimos en la rutina y la repetición, no creamos nuevas memorias, por lo que los días nos parecen iguales y más cortos que a los veinte años. Un buen antídoto es emocionarse y vivir la vida con pasión a cada instante.
Un cerebro práctico
Que la memoria funcione por contexto tiene sus ventajas. Tal y como ocurre con el buscador Google, por ejemplo, prioriza recuerdos y recupera antes los que más se usan. Pero, a veces, también comporta problemas, como cuando experimentamos dos situaciones similares.
La memoria también tiende a recordar mejor las tendencias generales que los datos concretos. Por eso nos cuesta memorizar una fecha o un teléfono. Tenemos un cerebro diseñado para buscar patrones, básico para la supervivencia, pero no para guardar detalles.
Emociones para fijar la memoria
Los avances neurocientíficos de la última década han demostrado que existe una estrecha relación entre los sentidos, la memoria y la cognición. De hecho, cognición, recuerdo y emoción se generan físicamente en el mismo lugar, el hipocampo, por lo que parece lógico que estén relacionados. Roger Schank, un afamado experto en la teoría del aprendizaje, defiende que solo aprendemos de verdad aquello que experimentamos, por lo que ha emprendido una verdadera cruzada contra el modelo educativo tradicional, basado en la memorización y en la repetición «como un loro».
«Los recuerdos van ligados a las emociones, a las vivencias. La escuela es lo opuesto a la educación. Porque la educación llega a través de la experiencia en la vida. En lugar de enseñarte el nombre de los ríos, ¿por qué no hacer una excursión con los alumnos y visitar ciudades y aprender in situ? Puedes aprender de memoria un montón de datos sobre una ciudad, pero carecerán de sentido. En cambio, una vez has ido, toda la vida recordarás si por allí pasa o no un río, y cómo se llama. No se te olvidará».
Las emociones funcionan como un potente fijador de recuerdos. Eso explica en parte por qué a medida que nos hacemos mayores nos volvemos más olvidadizos. Además, con la edad el cerebro no procesa con tanta intensidad lo que ve y lo que oye, de manera que no guarda de forma tan vívida las experiencias. De ahí que cueste más recordarlas y que nos resulte más fácil rememorar algo que nos ocurrió con quince años que hace dos semanas.
Recuerdos «fabricados»
Que las emociones estén implicadas en el proceso de grabación de memorias pone de manifiesto también que los recuerdos son maleables. Cada vez que recordamos algo, lo reescribimos; la memoria no es un fiel registro de las experiencias vividas.
Además de las emociones, que la información que nos rodea quede registrada depende también de la atención que prestemos. Centrarse en una cosa ayuda a nuestro cerebro a codificar la información, que luego, si no es trivial, se consolida. A nuestro consciente se le da francamente mal realizar varias tareas al mismo tiempo, por lo que dividir la atención puede ser garantía de error.
A partir de cierta edad
El cerebro madura durante las primeras dos décadas de vida. En este periodo, asimilamos nuevos conocimientos sin esfuerzo. No obstante, llegada una edad, como ocurre con otras partes del cuerpo, nos cuesta más fijar información en la memoria. El cerebro también envejece y con los años disminuye su capacidad de procesamiento, aprendizaje y retención. Pero eso no quiere decir que se haya de aceptar con resignación el deterioro de la mente.
Hasta hace apenas 30 años se creía que nacíamos con un número determinado de neuronas y que, a cierta edad, iban muriendo irremediablemente, por lo que se pensaba que no éramos capaces de aprender nada nuevo, de retener conocimiento. Sin embargo, en la última década se ha demostrado que el cerebro se desarrolla a lo largo de toda la vida.
Si bien es cierto que mueren neuronas, también se crean nuevas células nerviosas en algunas partes del cerebro, por ejemplo en el hipocampo.
Además, ahora se sabe que no es tan importante la cantidad de neuronas como las conexiones sinápticas entre ellas. Y estas sí pueden renovarse, densificarse y ser estimuladas. Tenemos un cerebro plástico, capaz de modificarse para adaptarse a las circunstancias toda la vida.
Y a pesar de la edad, se puede aprender. Pero para ello, debemos trabajar la mente. Como dijo el premio Nobel de medicina español Santiago Ramón y Cajal, «es como un músculo, si no se ejercita, se pierde».
Para una buena memoria
La mejor receta para mantener la memoria en excelente forma incluye:
- una buena alimentación, rica en ácidos grasos omega-3 (favorecen la plasticidad cerebral);
- practicar deporte con regularidad (se sabe que está estrechamente relacionado con la salud de las neuronas);
- apartar el estrés y la ansiedad del día a día.
Tenemos una mente sumamente perfecta e imperfecta a la vez. Y tener descuidos es también muy humano.
Con informaciones de Cristina Sáez.
- Más sobre la memoria en Integral 181, 245 (plantas medicinales), 319, 386, 465 (bacopa), 470 (huperzina), 479 y 504.
Gimnasia diaria para la memoria
• Pequeños desafíos. A menudo se piensa que hacer crucigramas y sudokus estimula la memoria. Pero en general las tareas repetitivas no ayudan a recordar. La rutina es el peor enemigo del cerebro. Es esencial hacerlo trabajar con pequeños desafíos a diario, como lavarse los dientes con la otra mano. Preparar recetas de cocina complicadas o incluso aprender un nuevo idioma o a tocar un instrumento. Esto último, además, puede reforzar el contacto social. otra de las claves para mantener la cabeza en forma.
• Algunos trucos. Para evitar que la memoria nos falle, se puede recurrir, por ejemplo, a elaborar listas. Otro buen recurso es fijarse en qué cosas nos confunden e intentar establecer asociaciones. Si cada día cuesta encontrar las llaves del coche, mejor dejarlas siempre en el mismo lugar. También se puede fragmentar la información para recordarla mejor y, en lugar de tratar de memorizar un número de teléfono entero, por ejemplo, hacer grupos de tres números. O establecer asociaciones de imágenes mentales con aquello que se quiere memorizar.
• Rebajar el estrés. El estrés perjudica a la memoria. Si bien es un mecanismo que nos hace estar alerta ante una situación determinada, cuando la tensión es continua afecta negativamente a la memoria y la concentración. Si a eso se suma la multitud de tareas que nos ocupan a diario, como los hijos, el trabajo, el hogar, las preocupaciones, no es de extrañar que saturemos nuestra actividad cerebral, lo que es garantía segura de que se produzcan errores.