Texto: Carme García Gomila, médica y psicoanalista.
Este es uno de los mitos menores de la antigua Grecia. Está protagonizado por seres humanos y nos habla de sus sueños. Al no tratarse de dioses, la historia nos resulta muy cercana y atractiva: Pigmalión era un rey de Chipre que no encontraba una mujer que le gustara para desposar con ella, así que decidió no casarse. Como fuera que tenía gran habilidad para la escultura, esculpió con marfil la estatua de una bella mujer. Le pareció tan hermosa su obra que la colmaba de joyas y telas, le hablaba y la besaba y se enamoró profundamente de su creación.
Un día rezó con devoción a la diosa Afrodita, pidiéndole que le pusiera en su camino una mujer hermosa como su estatua. La diosa visitó los sueños de Pigmalión y vio que el rey soñaba también con aquella mujer de marfil. Afrodita se conmovió y en vez de buscarle una esposa parecida a la estatua, convirtió a la propia estatua en mujer. Al despertar, Pigmalión se encontró junto a su amada, a la que llamó Galatea.
¿Por qué recovecos de la mente nos hace transitar este mito?
En una primera lectura, el mensaje de este mito parecería un simple consejo de pensamiento positivo del tipo «si realmente lo deseas, puedes tenerlo», pero si reflexionamos vemos que va mucho más allá. Es una historia que va del poder transformador del amor hacia el otro y también hacia uno mismo, pero también trata del poder transformador del desprecio o del odio.
Podríamos imaginar -para entender mejor a qué me refiero- que, al conocer a alguien, ese alguien siempre es como una estatua. Solo conocemos su aspecto, pero la relación carece de vida. Poco a poco a medida que miramos y escuchamos, nuestros deseos y fantasías, nuestras expectativas y carencias, empiezan a moldear al otro y creamos, al igual que el escultor Pigmalión, una imagen propia de esta persona. Según sea esta mirada, la trataremos sin darnos cuenta, de una u otra manera y así, la relación irá adquiriendo unas características determinadas. La diferencia es que, a su vez, quien para nosotros es estatua desde nuestro punto de vista, es escultor desde el suyo y así se generan expectativas, deseos y fantasías cruzados que dan lugar a un tipo u otro de relación.
La psicología moderna nos habla del efecto Pigmalión
A mediados de la década de 1970 se realizó un estudio peculiar. Se pasó un test de inteligencia a un grupo numeroso de alumnos, todos de nivel medio. A los profesores se les mintió, diciéndoles que algunos alumnos tenían capacidades especiales. Al cabo de un curso, estos alumnos a los que se había falseado los resultados, habían mejorado de forma significativa su rendimiento escolar en relación con años anteriores y se encontraban mucho más seguros de sí mismos y satisfechos con los resultados.
A este proceso se le llamó Efecto Pigmalión. Los alumnos respondían con mejorías significativas a las expectativas de los profesores. Bien mirado, podría haberse llamado también efecto Galatea.
Cuando analizaron el experimento, llegaron a la conclusión que era una situación de profecía autocumplida. Al saber quiénes eran los alumnos destacados, los profesores les tenían más simpatía y estaban más atentos a sus necesidades, solían responder a sus preguntas en un tono más amable y les prestaban más atención. Este trato inconsciente por parte de los profesores, hizo que chavales digamos normalitos pudieran destacar, de la misma forma que en el mito una estatua cobra vida.
Esto sucede sin darnos cuenta en numerosas relaciones de la vida. Este constituye el aspecto positivo: que la persona se identifica con las expectativas favorables que los padres, la familia en general, los amigos y los maestros tienen de ella. Entre esta identificación y el trato favorable que recibe, la persona acaba sacando lo mejor de sí mismas. Sin embargo, creo necesario diferenciar este proceso de la sumisión a las expectativas conscientes de la familia o la pareja, como por ejemplo continuar el negocio familiar o dedicarse a una determinada profesión o crear o no una familia. Se trata de creer en uno mismo porque los demás creen en ti. Y que puedas dirigir tus deseos, no convertirte en lo que los demás esperan de ti. Y esta diferenciación es muy importante para entender el efecto Pigmalión, porque ambos procesos se dan de forma inconsciente tanto por parte del «escultor» como por parte de la «estatua».
En sentido contrario
Lamentablemente este efecto se da también en el sentido contrario. Si nuestras expectativas sobre alguien son bajas o si tenemos un pobre concepto de una persona, la trataremos sin darnos cuenta de forma negligente, no le daremos oportunidades ni recursos ni tan siquiera le propondremos determinadas cosas. Así pues, tendremos la peor versión de alguien.
Donde este mecanismo puede tener consecuencias indeseables, es si este efecto es masivo y se da por ejemplo con un hijo. Un hijo puede considerarse como nuestra creación así que, como Pigmalión, proyectamos en él nuestros ideales y deseos, pero también nuestros temores más profundos.
Por tanto, el poder transformador del mito nos ayuda al hablar a nuestras partes inconscientes y al abrir una brecha en la consciencia para que entren la luz y el aire, y nos podamos preguntar sobre nuestros malestares y carencias y, con ello, prestarles atención o pedir ayuda. Pedirle, como Pigmalión a Afrodita, que nos conceda el don de darnos vida y podernos amar.