El último trabajo de Francesc Miralles y Héctor (Kirai) García* mantiene el caudal de propuestas que de antemano sabemos que van a venir bien a muchas, muchas personas. Son «granos para el molino» de cada cual, presentados en un tono fresco y directo. Es su mirada a la «vía india a la felicidad, la realización y el éxito personal».
Selección y presentación: Blanca Herp y Jaume Rosselló.
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Este último trabajo, al igual que su obra reciente, contiene tantos datos, curiosidades e información útil que, aunque el lector conociera un par o tres de detalles, no importa: lo abra por donde lo abra encontrará sugerencias y consuelo, con el ánimo necesario para recuperar la chispa divina. Se trata de nuevo de una vía hacia la armonía, la consciencia y el bienestar, esta vez inspirado en la sabiduría tradicional de la India, si bien, como en otras veces, encontraremos referencias de todo el mundo, desde el Japón a Nueva York.
Son alrededor de veinte ideas clave que procuran dibujar una geografía de la felicidad para dejar atrás el sufrimiento.
LOS CUATRO DESAFÍOS
Se dice que muchos japoneses pasan por tres religiones a lo largo de su vida. Nacen como sintoístas, que es la espiritualidad ancestral del país, se casan como cristianos —quizás porque replican la boda que han visto en las películas de Hollywood— y mueren como budistas, practicando el desapego.
Nos detendremos un poco en este último concepto, y no sólo porque la religión hoy seguida por más de 500 millones de personas en todo el mundo tiene su origen en Siddhartha Gautama, el príncipe indio que se convertiría en Buda, que significa «el despierto». Si asumimos que la alegría es nuestro estado natural, una vía para recuperarla es desligarnos de todo lo que la ahoga.
Como las capas de una cebolla, cada vez que nos liberamos de un apego estamos más cerca del corazón de la felicidad.
Despegarnos de lo material:
Buda on the road
Éste es un manual para la vida, así que no nos detendremos en la biografía de Buda, referenciada ya en miles de libros. Basta recordar que el aprendizaje espiritual de Siddhartha Gautarna comienza cuando renuncia a todas las comodidades de palacio, donde su padre le protegía de los disgustos del mundo, para recorrer los caminos como un asceta más.
Pasar de lo sólido a lo fluido, cambiar la seguridad por la aventura es una constante de todos los buscadores de la verdad.
Lo que movía al joven nacido en Lumbini, hoy parte de Nepal, no es en esencia diferente de lo que impulsa a los protagonistas de On the Road a vagar por Estados Unidos y México en busca de experiencias y sabiduría.
El libro de Jack Kerouac novela los viajes de un grupo de bohemios —muchos de casa buena— entre 1947 y 1950 para descubrir los secretos de la existencia, al igual que Siddhartha buscaba respuestas para librarse del sufrimiento.
Para avanzar en esta búsqueda, al igual que ocurre con los sadhus, los peregrinos a los que dedicamos todo un capítulo, hay que desprendernos del apego a lo material. Esto no significa necesariamente ser pobre, como Siddhartha cuando deambulaba medio desnudo y desnutrido por los senderos, sino evitar que las posesiones materiales sean un impedimento para la felicidad.
Apego. El coche nuevo
Un ejemplo que a menudo se pone al hablar de esta clase de apego es el del coche nuevo. Una persona se enamora de un flamante último modelo que ha visto en anuncios y revistas. Es un utilitario caro, así que duda y hace muchos números antes de decidirse a comprarlo con un crédito que va a pagar en cuatro años, con el sobrecoste correspondiente.
El día que sale del concesionario con el coche resplandeciente, le llena una euforia que está destinada a no durar. A los pocos días de rodar por las calles con él, encuentra una rayadura que atraviesa toda la puerta. Quizá alguien lo ha hecho deliberadamente o solo se trata de un accidente, pero el caso es que el coche ha dejado de estar nuevo e impecable.
Algo se oscurece en el alma de su propietario. Unos meses más tarde, el coche tendrá algunos pequeños golpes y abolladuras, fruto de las fricciones con la vida. Si ahora quisiera venderlo, solo le darían la mitad, aunque la carrocería no hubiera sufrido ningún desperfecto. Ha dejado de ser nuevo y cada día que pasa pierde valor, aunque el conductor seguirá pagando en los próximos años.
La luz que calentaba su corazón al salir del concesionario se ha apagado y ahora se siente triste y engañado. Esto es el apego.
Una de las claves a las que llegó Buda al sentarse bajo la higuera, siete días y siete noches, es que buscar una satisfacción permanente en lo impermanente es una autopista hacia la infelicidad.
Si el propietario del coche hubiera comprado una carraca de veinte años con el dinero que tenía en su cuenta, no le hubiera importado recibir golpes o rayaduras. Y menos los protagonistas de On The Road, que van saltando de un camión a otro sin otra pertenencia que su anhelo de viajar.
¿Significa esto que, a menos posesiones materiales, más felicidad?
Afirmar esto sería un ejercicio de simplismo, pero todos conocemos distintas versiones del dicho «No es más rico quien más tiene, sino el que menos necesita». Ciertamente, pensar que los objetos nos van a producir una alegría permanente, cuando ésta sólo puede venir del interior, de nuestras fuentes inmateriales, es un grave error de cálculo.
MENOS ES MÁS
El auge actual del minimalismo —«menos es más»— obedece a esta evidencia. Mejor tener tres jerséis con los que nos sentimos cómodos y que nos pondremos cientos de veces que un armario lleno de prendas que acumulan polvo. Mejor tener un buen amigo que atender al ruido de cien conocidos.
¿Cuándo ya tienes lo necesario para poder vivir en paz, por qué complicarse con más?
Los minimalistas
En 2015, Netflix estrenó Minimalismo, las cosas importantes, un documental protagonizado por los jóvenes Ryan Nicodemus y Joshua Fields Millburn, impulsores de la web www.theminimalists.com.
Amigos desde la infancia, ambos se habían dejado atrapar por la fiebre de ganar dinero, por lo que trabajaban de sol a sol para conseguir un sueldo de seis cifras que les llevaba a un estrés enfermizo, a la ansiedad y al acumulación de cosas que no necesitaban. Ryan lo define así: «Rellenaba mi vida con cosas».
Joshua fue el primero en desconectarse de esta forma de vivir. Tras dejar ese trabajo que le mataba, dejó de consumir a ciegas y empezó a recuperar la felicidad. Sentía que caminaba ligero, como un peregrino liberado de una mochila cargada de piedras.
Desengancharnos de los afectos:
cuando amar duele
Si aspirar a lo permanente en lo que, en esencia, es impermanente nos lleva a la infelicidad, no debemos sorprendernos que las relaciones personales mal entendidas puedan pesar como piedras en la mochila.
Se dice que quien tiene cincuenta amigos, tiene cincuenta dolores de cabeza. Y es que la ansiedad de acumular y retener no se limita a lo material, también se produce en el mundo de los afectos.
De la misma forma que las cosas envejecen, se rompen o dejan de interesarnos, también las relaciones van mutando con el tiempo. Aquel amigo divertido con el que teníamos tanto en común de repente «ha cambiado» —lo podemos vivir como una traición—; es ahora alguien tedioso que nunca tiene tiempo para quedar y que, si coincidimos, sólo suelta quejas y amarguras. Aquella persona que tanto nos atraía físicamente ahora nos aburre y los ojos se van hacia otras personas desconocidas.
Esto no significa que todas las relaciones cambien por mal. Por el contrario, si amamos desde el desapego, aceptando lo que cada uno es en cada momento, podremos compartir la aventura de la vida. (…)
Fritz Perls, el fundador de la Gestalt, nos legó una oración para liberarnos de esta dolorosa trampa. Y dice esto:
Yo soy Yo
Tú eres Tú.
Yo no estoy en ese mundo para cumplir tus expectativas.
Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Tú eres Tú
Yo soy Yo.
Si en algún momento o algún punto nos encontramos será maravilloso.
Si no, no se puede remediar.
Desaferrarnos del conocimiento
Además del apego a las cosas ya las relaciones, existe un tercer apego que produce tanto sufrimiento como los anteriores. Es lo que nace de la necesidad de saber más o mejor que el otro, llevar la razón. Tener ideas preconcebidas sobre el mundo, es decir, aferrarse al propio conocimiento, es otra fuente de constantes choques con los demás.
En el día a día presenciamos muchos encontronazos que proceden de este tercer apego. Dos ejemplos:
- Las discusiones sobre política o religión, en las que cada uno batalla por su «verdad», sin darse cuenta de que sólo se trata de una opinión.
- El enfado con lo que ocurre a nuestro alrededor, porque no encaja con nuestra idea preconcebida de cómo deberían ser las cosas.
Cuanto más rígido sea nuestro pensamiento, mayor será nuestra infelicidad, ya que se multiplicarán las ocasiones en que la realidad no se ajustará a nuestros prejuicios sobre cómo debería ser.
Desaprender nuestras ideas fijas, asumiendo que es mucho mejor vivir en paz que llevar la razón, es el tercer desapego que nos acercará a una vida serena.
Desaferrarnos del ego
El ego es como una fortaleza que necesitamos defender. Si ésta es pequeña, habrá pocos flancos por los que pueda ser atacada. Si es amplia y abultada, nos obligará a montar guardia en cada puerta, lo que nos producirá un enorme desgaste.
La necesidad de ser «alguien», que se distingue y es reconocido por los demás, es un cuarto apego que nos produce dolor y sufrimiento. Como los demás tienen su propio ego y defienden asimismo su fortaleza, no nos faltarán ocasiones en que nos sintamos menospreciados, afrontados o desacreditados.
El origen de esta fuente de dolor y malentendidos es la ilusión de que tú eres un ente separado del mundo, sin comprender que, esencialmente, todos tenemos las mismas necesidades: obtener alimento y cobijo, ser queridos y respetados, sentir que la nuestra presencia en el mundo cuenta.
Es célebre la ocasión en que un peregrino se dirigió a Ramana Maharsi, que vimos en el capítulo dedicado a la autoindagación, y le preguntó:
—¿Cómo deberíamos tratar a los demás?
—No existen, los demás. —respondió Maharshi.
Con esto quería decir que todos somos uno, en realidad.
* Francesc Miralles, es autor, con Héctor García, del fenómeno editorial Ikigai, que ha sido bestseller número uno en las listas de los países anglosajones y en la India. Namasté es su último libro, también publicado por Ed. Urano (en catalán, Ed. Entramat).