Carl Safina: antes de la explosión vegana
Entrelazando décadas de observaciones de campo con nuevos y sorprendentes descubrimientos sobre el cerebro, el doctor en ecología Carl Safina (Univ. Rutgers, EEUU) nos ofrece una visión íntima de la conducta animal que suprime las clásicas fronteras que separaban hasta ahora a los seres humanos del resto de animales. Con él viajaremos a parques naturales de Kenia (elefantes), Yellowstone (lobos) y a la costa Noroeste del Pacífico (orcas), y con él descubriremos las personalidades únicas de los animales a través de su alegría, pena, celos, ira y amor.
La similitud entre las conciencias humana y no humana y la empatía nos llevan, inevitablemente, a reevaluar cómo interactuamos con los animales con quienes compartimos el planeta.
En las profundidades de la mente
Según él mismo cuenta, un gran grupo de delfines acababa de emerger junto a su embarcación en movimiento; saltaban, salpicaban y se llamaban misteriosamente unos a otros con sus característicos chillidos y silbidos; entre ellos había muchas crías deslizándose junto a sus madres. Y en ese momento, viéndose limitado a observar nada más que la superficie de aquellas vidas tan profundas y hermosas, comenzó a sentirme insatisfecho. Quería saber qué experimentaban y por qué nos resultaban tan fascinantes y tan cercanos. Esta vez se permitió hacerles la pregunta tabú: ¿quiénes sois?
Por lo general la ciencia evita a toda costa las cuestiones acerca de la vida interior de los animales. A los jóvenes científicos se les enseña que la mente animal es insondable. Las preguntas aceptables son impersonales: dónde habitan, qué comen, qué hacen cuando se sienten amenazados, cómo se reproducen. Ahora bien, ¿quiénes son?
Hay motivos para evitar una cuestión tan delicada. Pero la razón que más nos cuesta reconocer es que la barrera entre los humanos y el resto de animales es artificial. Durante la travesía había estado leyendo acerca de los elefantes, y los recordó mientras se hacía aquellas preguntas sobre los delfines y los observaba surcar su reino marino con fluidez y libertad.
Elefantes
Cuando un cazador furtivo mata a un elefante, no sólo mata a ese animal que muere. Su familia puede haber perdido la memoria crucial de su matriarca de mayor edad, que sabía adónde trasladarse durante los años más duros de sequía para encontrar el alimento y el agua que los mantendría con vida. Por tanto, esa bala puede acarrear más muertes años después. Al observar a los delfines mientras pensaba en los elefantes, se dio cuenta de lo siguiente: cuando otros reconocen y dependen de ciertos individuos, cuando una muerte marca la diferencia para los individuos que sobreviven, cuando las relaciones nos definen, es entonces cuando hemos cruzado cierta frontera difusa en la historia de la vida en la Tierra, y hemos transformado el «qué» en un «quién».
Los animales saben quiénes son; saben quiénes son su familia y sus amigos. Conocen a sus enemigos. Forman alianzas estratégicas y se enfrentan a rivalidades crónicas. Aspiran a alcanzar una posición superior y esperan su oportunidad de cuestionar el orden existente. Su estatus afecta al porvenir de su descendencia. Su vida sigue el arco de una carrera profesional. Las relaciones personales los definen.
Una especie problemática
Ese «ellos» nos incluye a nosotros. Los humanos no somos los únicos que vivimos una vida plena y familiar. Naturalmente, vemos el mundo a través de nuestros propios ojos, un mundo en el que los humanos no somos la medida de todas las cosas, sino una raza entre otras. Al distanciarnos de la naturaleza, nos hemos desprendido de nuestro sentido de la comunidad y hemos perdido el contacto con las experiencias de otros animales. Y dado que todo en la vida se ubica en una escala gradual, es más fácil comprender al animal humano en contexto, considerando que el hilo humano está entrelazado con los hilos de tantos otros en el tejido de la vida.
Se había propuesto tomarme un descanso de su labor habitual como escritor sobre conservacionismo y sin embargo en todas partes vio que los animales sentían una presión humana que afectaba a lo que hacían, adónde iban, cuánto vivían y al bienestar de sus familias. De manera que se propuso conectar con las mentes de otros animales y escuchar aquello que necesitan que oigamos.
Como nosotros
Lo más importante es ser conscientes de que todos formamos parte de lo mismo. Cuando tenía siete años, junto con su padre construyó un pequeño cobertizo en el jardín de su casa en Brooklyn, y compraron unas palomas mensajeras. Observaba cómo construían nidos en sus huecos, cómo se cortejaban, discutían, cuidaban de sus crías, echaban a volar y regresaban con fidelidad; veía que les hacía falta comida, agua, un hogar, y que se necesitaban mutuamente; y así se dio cuenta de que vivían en sus pisos como ellos en los nuestros. Igual que ellos, pero de un modo distinto. A lo largo de los años ha vivido con muchos otros animales, los he estudiado y he trabajado con ellos, tanto en su mundo como en el nuestro, y esa experiencia no ha hecho más que acentuar la sensación de que la nuestra es una vida compartida. ¡Compartámosla!