El calendario celta y la naturaleza
Os ofrecemos una recopilación de las tradiciones, los rituales, los mitos y los buenos deseos basados en la sabiduría ancestral de los celtas irlandeses. Ana B. Nieto, estudiosa de la cultura celtas desde hace dos décadas, ha realizado una labor exhaustiva de investigación para ofrecer documentación contrastada y traducida de fuentes originales desde el gaélico antiguo. Su obra ayuda a profundizar en la espiritualidad celta y su práctica a lo largo de todo el año.
Escribe: Ana B. Nieto*
En las páginas del libro recojo lo que ha sido de mi viaje de tantos años, uno que me llevó a vivir en Irlanda durante sus cuatro estaciones y a recorrer su geografía…, además de Gales, Escocia, Bretaña, y el norte y noroeste español. Allí aprendí una lengua de raíz celta: el gaélico irlandés y su versión más primitiva, el irlandés antiguo, que seguí luego perfeccionando durante cursos de verano en la Universidad de Limerick y en las regiones llamadas gaeltacht.

NATURALEZA SALVAJE
Más allá de lo que me dieron las sagas celtas, los poemas y los libros de arqueología e historia, los museos, la lengua y la maravillosa música… Mucho más allá del legado cultural y artístico de los celtas, lo que me impactó de manera muy profunda fue el encuentro con la naturaleza.
En muchos de esos territorios, menos desgastados por el rodillo de la civilización, más apartados y protegidos, la naturaleza parece seguir viva con una fuerza enorme.
Son lugares salvajes de Europa, donde el viento es el protagonista y tienes que ponerte de rodillas ante él, ya que te rompe los paraguas y hay muchos días en que te levanta, literalmente, del suelo (a mí me pasó, mientras bajaba por una cuesta camino de la compra).
El paisaje de las islas de Aran está arrasado, así como el oeste de Irlanda (te animo a que lo observes en Google Earth o similar), con las costas desgastadas y la piedra desnuda. Como si, realmente, se tratara de una frontera y estuviera conteniendo a los dioses, que amenazan con abalanzarse contra Europa. Los acantilados, como los de Moher, observan el horizonte como gigantes alineados, levantando la defensa, esperando a que las tribus divinas de la diosa Danu regresen para una segunda batalla, donde nos arrebaten la tierra a los mortales.
Más allá de las nueve olas y del océano bravío se adivinan las Tierras de los Jóvenes, donde no hay padecimiento ni enfermedad, y es posible vivir para siempre.

EL OTRO TIEMPO
En los territorios celtas, los montes tienen nombres y cuentan historias, pues fueron escenarios de la leyenda. Las piedras apenas se han tocado, las ruinas siguen ahí, esperando al viajero que las descubra, y también invitan a soñar. Los ríos tienen nombres de diosas antiguas, que parecen rondar la tierra disfrazadas de mujeres, medio divinas, medio mortales. La lluvia y la niebla son poderosas y te hacen sentir pequeño, humilde. Todo está lleno de una belleza que clama respeto y reverencia.
Y hay algo todavía más misterioso en dichas latitudes: la luz. Allí parece oblicua, plateada, la media luz de una atmósfera única. Hace que los prados y los bosques tengan un fulgor extraño, un verde muy vivo que, en Irlanda, justifica su sobrenombre de «isla esmeralda».
Como podéis deducir de mis palabras, aquel fue un gran amor a primera vista. Los celtas parecen territorios entre dos mundos y, para mí, siguen siendo la reserva espiritual de Europa. Lugares donde se abandona el peso del progreso y la historia y el tiempo se suspende, como en las tierras de los síde. Se vuelve universal y circular.
Este libro contiene interpretaciones y búsqueda de sentido, espiritualidad, poética… y mi viaje personal de muchos años. Juntos, en estas páginas, trataremos de comprender la cosmovisión celta, a partir de las fuentes que conservamos, pero también a través de la tradición posterior, la leyenda, el folclore y el contexto indoeuropeo.
Vamos a disfrutar del legado celta en el presente, y de lo bueno que puede aportar a nuestra vida diaria. Con él intentaremos comprender sus historias y su forma de vida.
LA NATURALEZA SAGRADA
Los celtas vivían en gran armonía con la naturaleza, a la cual estaban sometidos por su tecnología básica y de la que dependían para su supervivencia. Esto hacía que la reverenciaran, y observaran con auténtico pavor y adoración cada una de sus regiones: los cielos y sus lluvias, las aguas, los bosques y las plantas, y los animales. Su cosmovisión animista y panteísta es, todavía hoy, una inspiración para el ecologismo protección del medioambiente. Su relación con lo que les rodea es de profundo respeto y, si bien toman de ella lo necesario, consideran que el hombre es, simplemente, un actor más del ecosistema y que no está por encima de él ni tiene derecho a abusar. En la observación de la naturaleza, de la cual se consideran hijos, encuentran el sentido de su existencia. Para ello, crean relatos sobre el paisaje, formando puentes que los vinculan con el entorno y lo salvaje.

MAGIA DE LAS PIEDRAS
La adopción de las piedras megalíticas como centros de poder, por parte de las culturas celtas, tiene paralelismos con la montaña sagrada. Se trata de monumentos verticales, que actúan como eje del mundo y conectan las tres esferas: la celeste, la terrestre y la subterránea.
Algunos creían que, si se tallaban, podían perder su energía, por lo que conservamos muchas en bruto, sin tocar, aunque otras se tallaron con espirales o, más tarde, se utilizaron como piedras ogam, inscritas con el alfabeto de los árboles que veremos después, o se reaprovecharon como lápidas cristianas.
Las piedras tienen un claro simbolismo fálico y protector, como en Irlanda las solitarias Piedra del destino de Tara o la Piedra de Turoe. Aparte del menhir aislado, a veces las encontramos gemelas (Anglesey), en círculo (crómlech de Stonehenge) o alineadas, como en Carnac (Francia) o Avebury (Inglaterra). En el caso de varias piedras, los espacios que hay entre ellas y los agujeros practicados en su superficie son importantes en los ritos de fertilidad y de salud.
En otras ocasiones, las piedras forman una construcción más compleja y aparecen en forma de dolmen (que en bretón significa «mesa grande de piedra»). Bajo los dólmenes se realizaban enterramientos, que quedaban protegidos por la construcción megalítica y muchas veces excitaban la imaginación popular, y servían para crear historias sobre el paisaje.
En el caso de Irlanda, a los distintos dólmenes se les considera las camas de los amantes Diarmait y Gráinne, que recorrieron la isla huyendo del jefe de la banda, Finn mac Cumaill, y se vieron obligados a dormir en los bosques.
El dolmen, por su forma que imita una cavidad, se relaciona con el útero femenino, en contraposición al menhir, que es masculino.
Tanta importancia tenían las piedras para los celtas, que se les conocía como venatores lapidum (veneradores de piedras). El Monsacro asturiano fue construido sobre un dolmen por parte de los templarios y, alrededor del mismo, nacen las flores del cardo, que se recogen durante su peregrinación por ser un símbolo solar y de protección.
La piedra en horizontal es la que sirve como altar y conservamos alguna, como la de la iglesia de Albarca, que aún posee los canales para el desagüe de la sangre, después del sacrificio. Muchas de estas piedras han pasado al folclore como lugares por los que hay que pasar o frotarse para curarse de una enfermedad, recuperar la fertilidad o proteger un embarazo.
En España está el caso de la Pedra dos Cadrises y d’abalar en la Costa da Morte. Se trata de un menhir fragmentado por cuya hendidura hay que pasar para que, con el frotamiento, «se vaya» la infertilidad.

DRUIDAS
Los druidas son los sabios de las tribus y cumplen la función social relativa a la cabeza, en la división tripartita de las funciones. Eran la élite intelectual, que acaparaba todo el conocimiento, sobre todo al principio. A medida que la sociedad se va transformando en medieval, sus funciones se diversifican y profesionalizan, pero en inicio tomaban todas estas:
◊ Oficiantes religiosos: eran intermediarios con los dioses y el mundo sobrenatural. Encargados de conducir los rituales y sacrificios y de imponer los tabúes reales.
◊ Filósofos: relataban cómo estaba hecho el mundo y explicaban su comportamiento, además de marcar la moral y acuñar las máximas de sabiduría, para cada aspecto de la vida cotidiana.
◊ Videntes: haciendo uso de su intuición y sabiduría, cifrada en cientos de historias y cantos, debían interpretar los signos enviados desde el Otromundo a través de los animales o fenómenos atmosféricos. Mediante los rituales que vamos a ver, intentaban forzar sus dotes proféticas y anticipar el destino individual y colectivo. Tanto la poesía como los sueños les permitían anticipar lo que iba a pasar, permitiendo que actuaran el inconsciente y la intuición.
◊ Historiadores, genealogistas, juristas, consejeros: todo el conocimiento estaba cifrado en las historias y mitos que memorizaban, por lo que daban legitimidad a unos poderosos sobre otros, relataban la historia mítica de las tribus y actuaban de consejeros en cuanto a diplomacia y justicia, según las acciones marcadas por los dioses y héroes «en el principio de los tiempos», en la edad de oro del pasado mítico.
◊ Médicos: sus conocimientos del bosque, las plantas y los animales se sumaban a las creencias y los cantos de curación, al modo de los médicos-brujos de muchas culturas.
◊ Astrónomos y astrólogos: observaban los cielos y, con ellos, marcaban el calendario y los momentos adecuados para el ciclo productivo, las batallas o los sucesos importantes. También hacían interpretaciones de los fenómenos celestes.
◊ Magos: mediante la palabra, las invocaciones y los sacrificios pretendían manipular los elementos y el destino.

La de los druidas era una clase muy cerrada, que basaba su poder en la exclusividad y los secretos, como hemos visto en la escritura cifrada del ogam. La primera se consigue manteniendo cerrado el acceso a la clase, de forma hereditaria, por lo que era necesario ser druida de tercera generación para optar a las escuelas (hijo y nieto de druida). Las mujeres también podían acceder y lo tenían mucho más fácil si no contaban con hermanos varones. En ellas se aprecian especialmente sus cualidades diplomáticas, como embajadoras, y videntes, pues las mujeres se consideraban más cerca de los secretos de la vida y la muerte solo por el hecho de dar a luz.
EL CALENDARIO CELTA. LAS CINCO ESTACIONES
Para los celtas todo es un continuo, un gran círculo que sigue los movimientos del sol y que nos afecta por completo: regula la vida y la muerte, el verano y el invierno, el día y la noche. Las espirales del arte celta nos sugieren un universo orgánico, donde todo fluye, y sus medallones se equilibran en tríadas que florecen, se multiplican y se contrapesan entre sí.
Igual que nosotros tenemos un sentido lineal del tiempo (pasado, presente y futuro), los celtas tenían un sentido circular. Como muchos pueblos sin historia escrita, que se narraban y explicaban a sí mismos a través de la tradición oral, no podían retener detalles históricos concretos, las fechas no tenían sentido, y transmitían su origen, moral y significados a través de los poemas y los relatos.

Una edad dorada
Las historias que repetían una y otra vez, de memoria, tenían lugar en un tiempo mítico, en una edad dorada, poblada de dioses y héroes. Su tiempo responde al mito del «eterno retorno»: los eventos de esa edad dorada siempre vuelven y se hacen presentes, se recrean y reviven, una y otra vez, mediante los rituales. Es mediante el ritual que se hacen presentes y conectan con cada generación, que puede participar de manera activa y compartir su esencia. Pertenecer al pueblo. Para ellos, realizar estos rituales (supervisados por los druidas) sin equivocarse y siempre de la misma forma, era esencial: de ello dependía que la rueda del tiempo siguiera girando, que los días se sucedieran y las estaciones siguieran su curso de germinación, brote, flor, fruto y caída. Estas etapas corresponden a las cinco estaciones que veremos aquí, pues Samain está dividida en dos mitades, al principio y al final.
Además, los celtas creían que la muerte no era el final y que la esencia de los seres se reencarnaba, bien en animales o en otras personas. Tenemos historias de rivalidades entre hermanos (como la del toro blanco y el toro pardo) y grandes historias de amor (como la de Midir y Étaín), con amantes que se buscan a través del tiempo y se encuentran en varias reencarnaciones. Los ancestros podían pasar una época en el Otromundo y volver al nuestro mucho tiempo más tarde, adoptando otra forma. Ahora bien, en este calendario circular…, ¿quién tenía preferencia?
Familias y dinastías
Para los celtas siempre tienen más importancia los muertos que los vivos. Los ancestros, a los que siguen venerando mucho después de la muerte, aparecen como fundadores de las familias, las tribus y las dinastías, y son convertidos, muchas veces, en pequeños dioses. Sus formas, mitad animales, mitad humanas, se esculpen en postes de madera que se colocan en las fronteras de las tribus. También son ellos los que marcan los apellidos (O’Neill, descendiente de Niall) o la ausencia de ellos (Finn mac Cumaill, hijo de una esclava).
El conocido «mac» de los irlandeses y escoceses significa «hijo de» y el «O» significa «nieto de» o «descendiente de».
Esta jerarquía (los muertos antes que los vivos) se traslada por completo al calendario y, como veremos, a ellos se les concede el privilegio de disfrutar primero del calor y del verano.

El año celta
De esta forma, el año celta comienza en la noche entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre, en los meses más fríos para los vivos, y alcanza su «primera mitad» en mayo. Los días funcionan de la misma forma: la jornada celta comienza a las doce de la noche, cuando está oscuro en nuestro mundo. «La medianoche es cuando empieza el día», canta Bono (U2) en la canción Lemon, en la más pura tradición celta-irlandesa.
La jornada tiene una parte visible y otra invisible, al igual que la realidad, y no se puede comprender una parte sin la otra. Un tiempo circular siempre es distinto y, a la vez, el mismo tiempo: un día y una noche son el mundo entero, puesto que se repiten una y otra vez, y fuera de ellos, no existe nada más.
El año, como veremos, también consta de dos mitades: una invernal inaugurada por Samain (1 de noviembre) e Imbolc (1 de febrero), y una segunda mitad veraniega, marcada por Beltine* (1 de mayo) y Lugnasad (1 de agosto). Todos los períodos se inauguran con fiestas y ceremonias muy especiales.
Las artes celtas
El arte celta está asociado a los patrones geométricos de nudos y espirales, que tienen que ver con la numerología y la concepción del cosmos, como un entramado de triples, sietes, multiplicados por nueve o doce, etc. Los diseños celtas forman especies de mandalas que recuerdan a las fuerzas dinámicas del sol, las aguas y el ciclo productivo. Este es el arte propio del período La Tène, pues el anterior de Hallstatt se limita a decorar el metal con líneas rectas, punciones y algunos motivos estilizados de la luna y el sol. Se trata de un arte que tiene, por un lado, funciones religiosas, invocando o protegiendo y, por el otro, busca la belleza y reforzar el estatus y el prestigio de los poderosos, a cuyo servicio se encontraban los orfebres, escultores, etcétera.
* Para la escritora Ana B. Nieto lo importante es la épica y la época es lo de menos. Debutó con la saga histórica de La huella blanca en 2013, lo que le valió una nominación a los Premios Hislibris, y alcanzó los primeros puestos de bestseller en Amazon. Junto a muchas otras, La magia de los celtas es su última obra, un ambicioso resumen de todo cuanto tiene que ver con el mundo celta, con una contrastada documentación y traducida desde el gaélico antiguo.
** En los buscadores lo encontraréis como Beltane.
Textos por cortesía de Ed. Luciérnaga.