El nombre Sirena nos llega asociado a mujeres con cola de pez. Esta forma aparece a partir de la Edad Media y se popularizó a través de los cuentos de Andersen. Aquí, sin embargo, nos referiremos a las Sirenas de la mitología griega. Éstas eran mitad mujer, mitad ave de rapiña. Se cuenta que el propio Zeus les otorgó alas para que pudieran encontrar a su hija Perséfone que había sido raptada por Hades y que ellas mismas no supieron proteger. También se cuenta que después desafiaron a las Musas con su canto y que ganaron la competición. Como terrible burla, las musas les cortaron las alas y así las Sirenas quedaron asociadas al mar.
Texto: Carme Garcia Gomila (médica y psicoanalista).
¿Qué nos dicen sus cantos desde la costa de nuestra alma?
Cuenta la mitología que las Sirenas emitían bellos cantos para atraer a los navegantes y hacerlos naufragar. En unas versiones se dice que los devoraban, en otras que los navegantes embelesados dejaban de comer y morían de hambre escuchando sus bellas voces en una especie de porque sí, o de maldad innata de las Sirenas.
La versión más interesante, sin embargo, es la de la Odisea, en que Circe le promete a Ulises la sabiduría y la iniciación en la luz de la consciencia. Obtendrá esta sabiduría si consigue escuchar el canto de las Sirenas (una versión realmente más compleja que cuando se las presenta con la simple maldad de seducir y matar marineros).
Así, Ulises se dirige hacia la isla donde viven estos seres, e instruido por Circe se hace atar al mástil del barco dando la consigna a sus hombres de que cuanto más quiera desatarse, más fuerte deben atarlo. Tapó con cera los oídos de todos los marineros para que no sucumbieran al canto y al conocimiento y así pudo obtener esta iniciación.
En la Odisea, el canto de las sirenas es el canto de los misterios del universo que hace imposible seguir adelante con la vida cotidiana. El peligro está en que pueden hacer olvidar su pasado terrenal a quien los escucha. Al oír estos cantos, uno no puede tener pensamientos intrascendentes, pero no oírlos nunca nos hace permanecer en el plano más simple de la consciencia tanto personal como de la percepción del mundo.
Unos seres míticos con mala fama
No es el primer mito en que la promesa del conocimiento, —generalmente transmitido por figuras femeninas— se muestra como un peligro. La acepción popular es negativa. El canto de las Sirenas seduce, enloquece, mata, pervierte, pero en la Odisea no era así, ni así lo vieron los filósofos helénicos. Tan importante se consideraba la transmisión de estos misterios, que cuando las Sirenas no conseguían atraer a un barco, una de ellas debía morir. Así le sucede al interior profundo de nuestras almas cuando, al negarnos a conectar con el conocimiento sobre alguna de las verdades trascendentes -o no tan trascendentes- algo muere en nosotros. Y esta es la verdad profunda de este mito que persiste a pesar de las versiones simplificadas de unas mujeres perversas que devoran hombres.
En el saber popular y de forma paradójica, el canto de las Sirenas es sinónimo de peligro, de algo que no hay que escuchar, pero a su vez llamamos sirenas a los sonidos estridentes que nos advierten de un peligro y de su solución. Junto a los enhiestos faros de Bretaña, hay unas pequeñas edificaciones que contienen las enormes sirenas que suenan los días de niebla con el fin de advertir a los barcos del peligro. Sobre los camiones de los bomberos y sobre las ambulancias, las sirenas nos advierten que la ayuda está llegando. Así se expresaría el subconsciente colectivo, mostrando la ambivalencia frente al saber. Su peligro y su poder sanador. Esta paradoja viene dada por la lectura más profunda del mito con respecto a la capacidad de estos seres de proporcionar sabiduría.
De nuevo estos personajes míticos son seres en contacto con el inframundo ya que su misión es encontrar a Perséfone -raptada por Hades-. Este inframundo no se refiere solo a la muerte, sino -como hemos dicho- a las profundidades del alma de donde se extrae la auténtica sabiduría, a los peligros que se derivan de no escuchar este saber, aquello que sabemos que nos conviene, que nos coloca en el mundo y nos protege, aunque a veces no sea lo que nos gusta oír. Es cierto que el gran conocimiento produce un cierto miedo (el miedo a no regresar a la vida cotidiana) y por ello muchas veces queda asimilado a la locura.
Afrodita y Orfeo
Aparte del episodio mencionado, donde Ulises entra en contacto con estos seres, en la mitología griega las Sirenas tienen relación con dos mitos más.
Se dice que Afrodita las volvió seres horribles porque se negaban al amor terrenal o por envidia al ser más bellas que la propia Afrodita. (En cualquier caso, su conocimiento debía despertar envidia, sin duda).
Las Musas, que en algunos relatos se consideran las madres de las Sirenas, les cortaron las alas a pesar de que fueron las Musas las ganadoras de la competición de canto. Resulta curioso. Quizá en el aspecto femenino del mito, se proyectan las envidias por el conocimiento -aunque desplazadas a la belleza o a la armoniosa voz- cuando unas diosas rivalizan con ellas. ¿No sería esta una forma de taparnos los oídos con la amenaza de que si sabes serás castigado o castigada?