La vida es un constante proceso de duelo (y es una buena noticia)

Casi siempre se suele asociar la palabra ‘duelo’ con el período duro, largo y triste que sigue a la muerte de un ser querido. Esta es la razón por la cual nadie quiere estar en duelo, nadie quiere hablar de sus duelos. De esta manera, ‘duelo’ se transforma en una palabra tabú, cargada con elementos negativos.

Y se entiende.
Sin embargo el duelo es mucho más que eso. Veamos juntos por qué.

Textos: Alberto Simoncini*

Alberto Simoncini

El duelo es el proceso de integración de una o más pérdidas.

El término ‘proceso’ significa que hay un cierto tipo de trabajo ejercido durante un tiempo.

El trabajo es el esfuerzo que hacemos para integrar una o más pérdidas.

¿Qué significa integrar una pérdida? Incluirla, fusionarla, hacer que encaje en nuestra experiencia de vida, en nuestra narrativa, la historia que nos contamos en cada momento sobre nosotros mismos.

Entendemos entonces que el duelo es un proceso natural de actualización al momento presente.

Es el mecanismo natural a través del cual actualizamos nuestra vida proyectada, imaginada, soñada (la narrativa) con lo que percibimos como verdad en el presente.

De allí que en realidad, podríamos afirmar que estamos en duelo cada día de nuestra vida.

Porque cada día nos enfrentamos a pequeños cambios de narrativa. Y alguna vez nos toca lidiar con grandes cambios, los que nos hacen sufrir más.

No hay vida sin duelo, ya que no hay vida sin cambios, sin pérdidas.

Es importante también aclarar que las pérdidas son tales cuando se consideran cómo pérdidas.

No hay pérdidas objetivas. Hay cambios que podemos considerar como positivos (y solemos llamarlos ‘logros’, ‘suerte’, ‘victorias’) y hay cambios que percibimos como negativos (y solemos llamarlos ‘mala suerte’, ‘desgracias’, o simplemente ‘pérdidas’).

¿Cuándo percibimos un cambio como negativo?

Cuando previamente lo hemos etiquetado como no favorable con respecto a nuestros deseos, sueños, proyectos. O cuando, una vez ocurrido el cambio, nos percatamos de las consecuencias y consideramos que el cambio habría podido ser mejor.

Entenderás entonces cuanto es importante la perspectiva (la lectura de la realidad que es fruto de nuestras creencias) a la hora de definir si lo que estamos viviendo es una ganancia o una pérdida.

Veamos ahora cuáles son las principales pérdidas:

– La muerte de un ser querido (humano, animal, vegetal, mineral). Ésta, como puedes imaginar, es una de las pérdidas más duras de procesar.

No queremos perder quien amamos. Si nosotros somos los protagonistas de nuestras historias, nuestros seres queridos casi siempre son coprotagonistas. Así que podemos entender porque la pérdida de un ser querido nos lleve a sentir que ya no hay nada que contar, que no hay sentido en el vivir. Que todo está perdido. El sufrimiento es directamente proporcional a la inversión sentimental. Cuanto más fuimos capaces de amar, cuanto más sufrimos.

El ser que hemos querido (y que seguimos queriendo después de su desaparición) puede ser un ser humano, un ser animal (un perro, un gato, un pez, etc.), un ser vegetal (un árbol, una foresta, una planta que hayamos abonado con las cenizas de un ser querido, ‘la rosa del principito’), un ser mineral (una casa, un templo/iglesia, una joya, algo que simboliza algo importante).

El denominador común es siempre el amor que hemos sentido y sentimos hacia lo que consideramos que hemos perdido.

– Un diagnóstico médico no favorable o amenazante. Un diagnóstico médico puede ser no favorable, por ejemplo, en el caso de una enfermedad crónica, que nos obliga a cambiar nuestro estilo de vida, a renunciar a algunas elementos “obvios” de nuestra cotidianidad.

Es amenazante cuando se logra estimar un tiempo máximo de vida o cuando la natura degenerativa de la enfermedad diagnosticada nos habla de un momento a partir del cual las cosas podrán complicarse.

– La pérdida de funcionalidad motora/cognitiva. Perder el uso de un brazo o de un ojo, no poder andar como antes o tener que lidiar con una nueva reducida memoria, son pérdidas que nos obligan a cambiar la idea que tenemos de nosotros mismos y a cambiar la manera de vivir.

– La ruptura de una relación (de pareja, de amistad, familiar, laboral). En este caso lo que se pierde no es una persona, sino propiamente la relación que teníamos con ella. A menudo donde hay ruptura hay resentimiento, celos, rabia y estos son propiamente los principales obstáculos a la integración de la pérdida.

– La pérdida de trabajo, el cambio de trabajo, la jubilación. El trabajo, queramos o no, sigue siendo algo que ocupa mucho tiempo de nuestra vida y que por eso sigue definiendo la narrativa que escribimos sobre nosotros mismos y sigue siendo un importante espacio vital en el cual experimentamos la vida y las relaciones. Perder el trabajo cuando no lo queríamos perder, cambiarlo cuando habríamos preferido quedarnos con el anterior o directamente llegar a la jubilación cuando habríamos dedicado con gusto un poco más de tiempo al trabajo, son todos momentos delicados que pueden poner profundamente en duda el sentido que damos a nuestra existencia y la idea que tenemos sobre nosotros.

– El maltrato físico/sexual y emocional/psicológico. Hay muchos tipos de maltrato, y a menudo las personas que son víctimas de maltrato no son conscientes de ello, al principio. Las pérdidas relacionadas con el maltrato son múltiples, ya que conllevan, según los casos, la pérdida de integridad, de dignidad, del yo proyectado en el futuro, de identidad.

– El mobbing/acoso laboral. El mobbing es en la práctica puro maltrato psicológico (y a veces también físico) que se hace durante un tiempo prolongado para crear un clima de miedo, terror, humillación alrededor de una o más personas, que son las víctimas del mobbing. Se caracteriza por estar relacionado con el ambiente de trabajo, sin embargo, como es de imaginar, sus consecuencias nefastas afectan a la víctima en su entereza y en todos los ámbitos de su vida.

– El duelo migratorio. Cambiar de continente, de país, de región o simplemente de ciudad puede significar un cambio ambivalente. Por un lado puede haber el entusiasmo y la fe que acompaña un viaje, una nueva aventura vital y laboral, enriquecida por nuevos estímulos, nuevas culturas, idiomas, etc.

Por otro lado, dejamos una tierra familiar, relaciones, una cultura y un modo de hablar, hasta sabores y olores que asociamos con nuestras raíces profundas, nuestra identidad. A menudo nuestra misma identidad viene puesta en juego, porque dependiendo de donde nos mudamos, podemos vernos obligados a lidiar con unos prejuicios sobre nosotros que antes no habían. En cuanto a la distancia, la tecnología de los últimos años permite tener la sensación de estar menos lejos, sin embargo hay muchas situaciones en las cuales, tanto por temas económicos como políticos, el marcharse empieza con un viaje de sola ida. Una vez más, la pérdida no es el cambio en sí, sino que depende de la percepción de lo que uno esté viviendo.

– La pérdida de dinero y/o estatus socioeconómico. El dinero, el estatus, la fama (no sólo en los canales tradicionales como la televisión, la radio o la prensa, sino hoy también –y con mayor virulencia– en las redes sociales) son elementos siempre presentes en la narrativa de una persona. Casi todo el mundo desea estar mejor económicamente y recibir aprobación social a través de los objetos o del estatus que podemos ostentar. Es raro –sin embargo pasa– escuchar a alguien alegrarse por haberse quedado sin dinero o sin fama. Y por otro lado es improbable escuchar que alguien se queje por haberlos ganado.

Así que podemos entender por que esta pérdida es una de las principales pérdidas.

Veamos juntos algunas buenas prácticas que facilitan todo duelo.

No lo resuelven, pero crean un terreno fértil para su proceso.

  1. Camina siempre que puedas. Si es posible mantente por arriba de los famosos diez mil pasos. Si no puedes andar, haz el movimiento que puedas, según tus posibilidades. Cualquier deporte que te haga mover y que te guste es bienvenido. Frecuenta la naturaleza. Frecuenta la playa, el campo, la montaña. Frecuenta los ríos y los árboles. El contacto con la naturaleza calma, sana, nos devuelve aquella mágica sensación que, a pesar de todo lo que estemos pasando, estamos donde tenemos que estar. En la naturaleza no hay juicio ni maldad. Todo lo que tiene que pasar pasa.
  2. Pide ayuda cuando la necesites. A veces uno piensa que puede solo. Que no necesita a nadie. Y que los demás no pueden o no quieren. Pero no es así. Pide ayuda. Quien te quiere encontrará tiempo y ganas para ayudarte, no lo dudes.
  3. Empápate de silencio. El silencio es la música de las músicas. Es sanador y una verdadera panacea para muchos dolores mentales. Apaga el móvil, escucha sin juzgar. Respira hondo y profundamente y siente como en el silencio puedes hasta escuchar el latido de tu corazón.
  4. Personas tóxicas, ¡fuera! Siempre que sea posible, aleja de ti las personas que sientes que te absorben energía y serenidad. Las que piensan y hablan mal, las que siempre ven el vaso medio vacío, las que critican y se quejan de todo el mundo. Necesitas espacio y silencio para procesar tu pérdida. No tengas miedo a respetar tu espacio vital.
  5. Bendita gratitud. La gratitud es un medicamento maravilloso, porque funciona siempre, no tiene contraindicaciones, y si alguien recibe nuestro “gracias” viene trasformado por ello. Gratitud por todo. Gracias, gracias, gracias.
  6. Evita televisión, redes sociales y videojuegos. Reduce lo máximo que puedas el tiempo que dedicas a lo virtual, a la sobrecarga de estímulos artificiales, a la bulimia electrónica. Puedes entrenar la atención plena en lo que haces, puedes leer un buen libro o aprender algo nuevo.
  7. Frecuenta personas que saben escuchar. Y que saben quedarse en silencio. Cuando estás en duelo, es importante poder expresar los sentimientos y los pensamientos. Así que no necesitas alguien que te cuente su vida. Necesitas alguien al cual contarle tú la tuya. La escucha es presencia y es un regalo tanto para quien escucha cuanto para quien es escuchado.
  8. Sentimientos de culpa, no. O por lo menos, sólo por un breve periodo de tiempo, el necesario para que tomemos conciencia de nuestros errores. Pero luego, ya no. Lo sentimientos de culpa tienen la tendencia a instalarse cómodamente con un pie en tu cabeza y otro en tu corazón, así que luego resulta complicado echarlos. Desde el primer momento recordemos que cada uno hace lo que puede, ni más ni menos lo que puede. Y que es humano equivocarse y aprender de los errores.
  9. La capacidad de recuperación. Debemos confiar en el hecho que tenemos la capacidad de ir adelante, siempre. Hay pérdidas que son tremendamente difíciles de procesar, porque implican que una parte de nosotros muera y deje espacio a un nuevo yo, a una nueva narrativa. Hace falta tiempo, paciencia, magia. Confía en tu capacidad natural de volver, poco a poco, a un estado de equilibrio. No olvidarás lo que perdiste, las cicatrices se quedan, sin embargo podrás con el tiempo volver a dar un sentido al vivir.

* El terapeuta y formador Alberto Simoncini es autor de “El coraje de romperse. Manual de reconstrucción de vidas rotas” y “21 duelos. Conversaciones sobre el dolor”. Ed. Corona Borealis. Duelos y Pérdidas. +34 600 467 524. Av. Diagonal 436, 1-1. 08037 Barcelona.

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