¿Qué entendemos por salud mental?: ¿Manicomio? ¿Diagnósticos psiquiátricos? ¿Trastornos de conducta? ¿Ansiedad? ¿Depresión? ¿Desequilibrio?… Necesitamos «etiquetas» como referencia para saber dónde pisamos y tener sensación de control y seguridad.
Quizá la palabra «desequilibrio» es más justa y nos incluye a todos, porque todos estamos expuestos al desequilibrio emocional. Los altibajos emocionales forman parte de nuestro día a día y no excluyen a nadie, con o sin diagnóstico.
La salud mental y emocional no se puede desligar de la salud en general. En este sentido, todos y cada uno de nosotros debemos cuidar nuestra salud tanto en lo físico como en lo químico, mental y emocional. Eso implica conocer cómo YO recupero el equilibrio en mi vida, ya que no es algo fijo.
Las emociones son necesarias y cambiantes. De hecho, nos informan de cómo sentimos lo que nos toca vivir y cuál es nuestra sensibilidad ante lo externo y lo interno. Forman parte de nosotros y no podemos controlarlas (decidir qué voy a sentir), pero si reconocerlas y canalizarlas de forma constructiva aprovechando su información.
Cuando una emoción se intensifica y nos atrapa, dejamos de pensar reflexivamente: el pensamiento se vuelve rápido, automático y coherente con lo que siento y lo refuerza en bucle. Es como si, delante de una herida, en lugar de limpiar, desinfectar y atender para curarla y que se cierre, yo mismo la reabriera constantemente para no olvidar el dolor que me causa y entrara en un bucle sin fin.
Hay que entender y aceptar la importancia de nuestras emociones. Entender el hecho de que enfadarse, entristecerse o tener miedo no es una patología, si no que forma parte de la vida y son necesarias. Lo que nos lleva al desequilibrio es atraparse en la emoción, precisamente por tenerle miedo o por tener razón, así como no atender el resto de nuestras necesidades biológicas, psicológicas…
Lo que vamos a encontrar, sentir o ver, lo que va a pasar exactamente mañana, es incierto. Podemos intuir, pero no determinar el futuro. El siguiente minuto de nuestra vida es incierto y esos es un hecho, no un deseo. Necesitamos vivir sin miedo esa incertidumbre real que es la vida y centrarnos en la única certeza del aquí y el ahora: cómo estoy ahora, qué siento y qué puedo hacer en este momento con lo que vivo. No hay más. Podemos anticipar y planificar cosas basándonos en nuestra experiencia a fin de vivir proyectos a largo plazo, pero nada nos garantiza que vaya a pasar como hemos planeado. Si somos conscientes de eso podremos centrar nuestra energía en el momento presente -lo único que tenemos realmente en nuestras manos- y así simplificar nuestra vida.
Hablamos de aceptar que no podemos controlarlo todo. Un factor clave para una buena salud es el equilibrio entre lo que siento que necesito controlar y lo que realmente puedo controlar. Simplificar es reducir esa diferencia para fomentar la salud mental y global hasta llegar a un balance satisfactorio de mi día.
Presentamos un caso de elevada necesidad de control, hasta el punto de perder la capacidad de recuperar el equilibrio y sentir la pérdida de sentido de la vida misma. Veremos el proceso necesario para ajustar la necesidad de control a un nivel más realista y sano aprendiendo de la propia experiencia y autobservación.
El caso de Clara
Clara (nombre ficticio) tiene 52 años, casada hace 25 años y sin hijos. Viene a la consulta preocupada por una creciente angustia, malestar y pérdida de sentido en la vida. Tiene varias dolencias físicas limitantes pero controladas hasta ahora: diabetes, tensión alta, arritmias y una afectación de la piel por la que tiene que evitar el sol a toda costa. Actualmente se encuentra desbordada y se plantea coger la baja médica, aunque le da miedo encontrarse peor. Por un lado, le gusta su trabajo (diseño y confección) y por el otro es autónoma y su trabajo se detiene si ella se para.
Se describe como una persona organizada, exigente y perfeccionista. No le gusta equivocarse y dedica mucho tiemplo a la planificación. Se reconoce más bien seria en las relaciones. No le gustan las bromas ni «perder el tiempo». Dice que su pareja es todo lo contrario y, por ello, tienen espacios individualizados para no pelearse, por lo que no está como desearía.
Hasta no hace mucho tenía muy claro que su bienestar dependía de esforzarse para que todo saliera bien en el trabajo, en casa, en la relación y, en todas las actividades en que estaba implicada, que no son pocas: tesorera de la Asociación de vecinos del barrio, secretaria de la Asociación de artesanos de la confección, voluntaria en Cáritas y en la Cruz Roja.
Reconoce que en los últimos seis o siete años, el esfuerzo por mantener el nivel de cumplimiento es mucho mayor, tiene menos energía y no puede llegar a todo como le gustaría. Eso ha disparado su preocupación hasta llegar a un punto en que no sabe cómo salir de toda la negatividad y angustia, y empieza a cuestionarse todo.
Trabajo terapéutico
En un inicio necesitamos conocer sus hábitos, prioridades y el ritmo que todo eso le conlleva para explorar cómo llega al punto de desequilibrio. Nos cuenta que, para ella, lo principal es hacer las cosas «bien», todas. Eso supone unos hábitos fijos durante muchos años de levantarse a una misma hora todos los días, llevara cabo sus rutinas de higiene de la misma manera (sin saltarse ni un día ni un paso), las tareas de la casa en el mismo orden y mamenra antes de ponerse a trabajar. Y así con toda y cada una de las actividades que realiza, y también con sus relaciones: dónde queda, para qué, cuánto rato (¡ni más ni menos!)…
Observamos una gran necesidad de control y que cualquier cosa que rompe esa rutina crea un intenso malestar y angustia.
Exploramos cómo ha manejado ese malestar hasta ahora y la razón de la consulta, y nos encontramos que tenía puesta toda su confianza en que el malestar duraría poco si se esforzaba un poco más en reencauzar de nuevo las cosas hacia el orden conocido (algo que según ella, solía conseguir con relativa facilidad). Lo único que tolera (a la fuerza) que rompa su rutina es la salud física y, aun así, ha conseguido controlar sus dolencias (con medicación). Es necesario reconocer la parte positiva de su control: es una persona cumplidora en todo, incluido lo positivo para su salud (horarios, sueño, medicación…)
Su primer deseo es volver a estar como «antes». Aquí le planteamos a Clara un trabajo de autoobservación de ese «antes» para llevar a cabo un aprendizaje sobre cómo ha llegado a este punto de desequilibrio y dónde se requiere un cambio. El objetivo es reconocer el modo en que la rigidez en cómo tienen que ser las cosas bien hechas influye directamente en la pérdida de energía para hacerlas, y en su salud en general.
Es necesario flexibilizar (no cambiar) sus hábitos para que le reporten estabilidad y seguridad, pero no le dificulten vivir mejor la parte de incontrolabilidad e incertidumbre que conlleva la vida.
En este contexto, Clara decide coger la baja para poder implicarse de lleno en su recuperación, y reforzamos positivamente esa decisión como muestra de su capacidad de priorizar y, por tanto, empezar a flexibilizar sus hábitos.