Descubrir todo tu potencial
La atracción física e institntiva que emiten algunas personas es una cuestión de actitud. Se puede aprender… y mejorar.
Textos: Lluís Bosch
Si tuviéramos que poner en palabras qué es lo que nos atrae de nuestra pareja, de la persona que hemos elegido para compartir los momentos más íntimos, seguramente podríamos hacer una lista, más o menos larga, de cualidades físicas, psíquicas y espirituales que conocemos y que podemos identificar.
Nos tiene robado el corazón su sonrisa, sus ojos, su inteligencia, su sentido del humor, su coraje en los momentos difíciles, su generosidad…
Difícil de definir
Pero sin duda, comprobaríamos que también nos atrae con fuerza algo muy difícil de definir con palabras. Ese nose- qué que tiene al moverse -incluso mientras hace algo banal, como preparar el café-, la especial sensación que nos produce el olor de su piel, ese algo insondable de la caricia casual al pedir que le pasemos el pan…
Ese «algo» no es más que la sensualidad que puebla nuestra relación amorosa. Es el delicado vehículo de ternura sincera, y a la vez espontánea, casi inconsciente, que hace de nuestra relación algo más profundo que un compendio de amistad, sexo y contabilidad compartida. Es la esencia básica de la comunicación física de nuestros sentimientos amorosos.
Una cuestión de actitud
Pero la sensualidad no es tanto algo que se hace, sino más bien una forma de ser, de relacionarse con el entorno y con el otro. Es, quizá, la manera más efectiva a la vez que sencilla de comunicar nuestros sentimientos hacia la persona querida, allí donde ya no caben las palabras. Cuando el discurso hablado se nos antoja forzado e insuficiente y se corre el riesgo de trivializar nuestros sentimientos, la sensualidad es capaz de expresarlos con plenitud.
En parejas sólidas y felices, en las que la relación ha alcanzado un estado de madurez, esta forma de comunicación emocional está siempre presente.
Algo que también suele ocurrir en las primeras fases de enamoramiento, cuando ambos miembros de la pareja se dedican atenciones continuamente.
Pero en muchas parejas la relación cotidiana ha perdido este ingrediente sensual. A menudo, tras años de relación, se tiene la sensación de que la otra persona ya no tiene nada nuevo que ofrecernos en el campo de la relación íntima.
Esta sensación aparece cuando la rutina ha invadido las formas de comunicación emocional: se besa como siempre, se acaricia como siempre, se susurran las mismas palabras: se hace el amor como siempre.
La rutina conduce al hastío, de manera que muchas veces se abandona todo tipo de relación sexual y se acaba por creer que la relación está muerta. En algunos casos esto puede ser cierto y entonces lo más recomendable será terminar amistosamente con la relación para darse la libertad mutua de encontrar otra más feliz.
Sin embargo, la mayoría de los terapeutas sexuales y maritales opinan que lo que ocurre en estas situaciones es que la pareja abandonó la práctica del cortejo mutuo tras la primera fase de enamoramiento.
Este hecho se debe a que muchas parejas, tras haber encontrado una forma de hacer el amor suficientemente satisfactoria, creen «ya saber lo que le gusta al otro» y dejan de experimentar, de comunicarse sexual y emocionalmente. Se limitan a repetir lo que ya saben que funciona… hasta que deja de funcionar.
Recuperar la emoción
Para recuperar la emoción y la frescura de las sensaciones en la pareja, nada mejor que invitar a la sensualidad a entrar de nuevo en nuestras vidas. Pero, ¿cómo podemos hacerlo? Es cierto que algunas personas son sensuales por naturaleza. Pero la sensualidad no es una característica innata: es algo que puede aprenderse y mejorarse.
Y en este aprendizaje todos hemos nacido con una ventaja de salida, porque en la expresión sensual no hay normas fijas ni manuales categóricos. Cada cual decide qué es lo que le gusta y dicta sus preferencias y sus límites de acuerdo con su propio concepto del buen gusto y del decoro.
Además, potenciar la sensualidad no sólo resulta provechoso para las parejas instaladas en la rutina. Quienes gozan de una vida sexual excelente también pueden hallar nuevos estímulos. Y los enamorados que inician una relación tienen un delicioso camino por recorrer en el conocimiento mutuo, que les será ampliamente provechoso cuando sientan la confianza suficiente para adentrarse en las relaciones sexuales completas.
Empezar por uno mismo
Pero para ser sensuales hay que sentirse sensuales. Por lo tanto, necesitamos antes que nada conocer nuestro propio cuerpo y aceptarlo tal como es, saber percibirlo atractivo y agradable.
Algunas disciplinas, como el yoga, la PNL (programación neuro-lingüística) o el tai-chi, pueden ayudarnos. Pero hay también otras maneras mucho más sencillas, como la técnica del espejo: se trata de colocarse ante un espejo y mirarnos largamente cada día.
Quizá nos parecerá que no hay nada atractivo en nuestra imagen, pero con atención y sabiendo ser generosos con nosotros mismos, seguro que encontraremos algunos aspectos agradables. Esa media sonrisa, la silueta de nuestro pecho cuando giramos el cuerpo de esa forma, esa peca graciosa en el hombro…
Fijémonos en esos aspectos agradables y no en lo que interpretamos como defectos. Y cada vez que nos asalten complejos por algo que no nos gusta, contraataquemos con algo que sí que nos gusta: «mis caderas son algo anchas, pero tengo unos ojos preciosos…» Alabémonos sin vergüenza.
Pedir ayuda a la pareja en este aspecto puede ser revelador: a veces nos abrirá los ojos a cualidades en las que no nos habíamos ni fijado.
Recuperar. El juego del espía
Podemos convertir este intercambio en una experiencia divertida con el juego del espía. Se trata de mirar al otro sin que se dé cuenta mientras hace cualquier cosa cotidiana.
Al observarle, pondremos toda nuestra atención en apreciar aspectos atractivos en la otra persona: una postura determinada, cómo se frota el mentón al pensar, esa manera de cruzar las piernas… Cuando nos apetezca, podemos decírselo con dulzura, sin previo aviso.
Por ejemplo «Me encanta cómo frunces el ceño cuando cambias una bombilla, ¡es tan sexy!» (o cualquier cosa que sintamos como cierta). No hay que esperar a un momento «romántico». Es mejor que sorprendamos agradablemente al otro en «fuera de juego». Con el tiempo, se establece una divertida complicidad secreta, en la que uno mira y el otro intuye que es mirado, y hace aquellas cosas que sabe que gustan.
El juego del espía es una forma relajada y lúdica de recuperar el ojo enamorado, de reforzar la autoestima y el propio sentido de ser sensual y de aprender a valorar de nuevo al otro.
Una vez que se ha establecido cierta complicidad, nuestra imaginación se pone en marcha para encontrar nuevos momentos de sensualidad compartida. No hay límite en este sentido, y cada pareja es un mundo, con sus propias reglas y juegos. La única frontera que no debe traspasarse es el respeto mutuo.
Sin embargo, hay que tener en cuenta dos premisas o precauciones importan tes. Por un lado, la clave de la sensualidad está siempre en la moderación. Como en las mejores recetas tradicionales, el éxito está en pocos ingredientes de buena calidad, cocidos lentamente, y en ir probando hasta que se alcance el punto óptimo, sin pasarse en las especias.
Por otro lado, es importante esforzarse por vivir el presente sin pretender racionalizar e interpretar las sensaciones y las emociones.
Aparcar el sexo
Una buena manera de poder zambullirse en la sensualidad con total confianza es comprometerse de antemano en no acabar con el coito, o cualquier otro tipo de acto explícitamente sexual.
Este compromiso permite a ambos liberarse de las presiones del tiempo y de la obsesión por «cumplir», desterrando de entrada todo fantasma de impotencia, eyaculación precoz, frigidismo o anorgasmia.
El mejor afrodisíaco
Cuando el único objetivo es comunicarnos con nuestros cinco sentidos, divirtiéndonos y disfrutando a la vez, se abre todo un campo nuevo de experiencias sin tabúes, prisas ni prejuicios.
Hay numerosos juegos y situaciones que podemos crear para vivir nuestra sensualidad a fondo, experiencias puramente eróticas sin que medie el sexo explícito en ello, como, por ejemplo darse un masaje mutuamente, relajando zonas sensibles (cabello, cabeza, cuello), besarse, bailar, hacer deporte o tomar un baño juntos.
Quizá, sin proponérnoslo, nuestra experiencia sensual acabe en una relación sexual. Si es así, estaremos más dispuestos, ya que la sensualidad desacomplejada es el mejor afrodisiaco.
Utiliza tus cinco sentidos
La sensualidad no se ve ni se toca, pero se capta a través de los sentidos: una mirada, una caricia, el olor de la piel… Por ello, hay que mantener los sentidos despiertos y estar abierto a todo tipo de sensaciones.
- El tacto. es sin duda el rey de los sentidos. Podemos hacer el amor sin ver, oír, oler ni saborear nada, pero sin sensación de tacto, el sexo no sería nada. Sin embargo, es uno de los sentidos menos explotados. Por ejemplo, tendemos a hacer caricias con las palmas.
Pero hay muchas otras posibilidades: con las yemas de los dedos, el pelo, la cara o cualquier parte del cuerpo. E incluso con objetos: una flor, una pluma… Y, por supuesto, nada supera la sensación del contacto directo, piel sobre piel, cuando una pareja se abraza desnuda.
- El olfato. Es el segundo en la jeraquía sensual. El olor de las personas es mucho más importante de lo que solemos creer, y es un criterio fundamental a la hora de elegir pareja.
Para estimular la sensualidad conviene aprender a reconciliarse con los olores naturales del cuerpo. Nos sorprenderá, quizá, descubrir que el sudor fresco del otro es un potente afrodisiaco.
También podemos, claro, jugar con otros olores y esencias. El jazmín y la lavanda son considerados estimulantes para la mayoría de las mujeres y el romero y la hierbabuena son estimulantes para los hombres.
- La vista. Nuestra cultura es fundamentalmente visual, y quizá nos resulte más fácil estimular nuestra percepción sensual a partir de imágenes. Podemos usar técnicas de cromoterapia, o, sencillamente, disfrutar de la visión sensual de nuestra pareja.
- El oído. La música y el sonido del agua en estado natural, como el de las olas del mar, la lluvia o el fluir de un río son ambientes espléndidos para estimular el sentido auditivo.
Sin embargo, nada mejor que la voz de la persona amada susurrándonos cariñosamente algo al oído para que sintamos estímulos por todo el cuerpo.
- El gusto. El sentido del gusto tiene connotaciones eminentemente sensuales, porque en él intervienen las papilas gustativas, que están localizadas en la lengua. Además, el sabor y las formas de algunos alimentos despiertan nuestra sensualidad.
Por eso es importante no abusar, ya que los sabores extremos (excesivamente salados, dulces o muy picantes) pueden aletargar nuestra capacidad de saborear otras sensaciones, como, por ejemplo, la dulzura de cada rincón de la piel de nuestra pareja.
Una fiesta sensual
Aquí tenéis algunas ideas para cuando nos sintamos dispuestos a disfrutar de una fiesta sensual:
- Crear un ambiente recogido e íntimo
Sin luces exageradas pero tampoco en penumbra, pues la vista desempeña un papel esencial en el juego. Si nos apetece, pondremos algo de música relajante, pero conviene no perfumar la habitación con olores fuertes que impidan percibir los aromas de la comida.
- Colocar un mantel en el suelo
Para sentirse cómodo y no delimitar el espacio. Sobre el mantel (que puede ser una sábana de seda o raso) hay que poner todo tipo de manjares que nos sugieran sensualidad: frutas como higos, plátanos o fresas; alimentos fáciles de comer y de textura tierna: croquetas, buñuelos, pastelillos. Y no pueden faltar las bebidas: agua fresca, zumos, vino opcional… Cualquier cosa que nos apetezca y sea fácil de masticar.
- Las reglas del juego
Hasta que termine la cena, hay que respetar tres normas: no hablar, no utilizar cubiertos y darse de comer mutuamente con las manos (uno mismo no debe hacerlo). Nos sentaremos frente a frente sobre el mantel, desnudos, o con ropa ligera y fresca.
- Un placer para todos los sentidos
En una cena así se suelen despertar todos los sentidos: el del sabor, claro; el olfato, al percibir el olor de la comida y del cuerpo del otro; el oído, al escuchar los sonidos que se hacen al comer; el tacto, al sentir las texturas de cada alimento y las manos del otro sobre nuestros labios; y, por supuesto, el placer visual, al observar las expresiones de placer del ser amado cuando prueba los diferentes sabores: dulce, salado, ácido.