Eros era el dios griego del amor que a partir del siglo IV a.C. nos llega representado como un niño alado cuyas flechas de oro provocan enamoramientos y las de plomo provocan rechazos. Sin embargo, esta advocación no es más que una interpretación tardía y superficial de un mito vinculado al origen de la vida. Sócrates afirma que el Eros no es un dios, sino algo intermedio, como si fuera un genio, que transmite a los dioses las cosas humanas y a los hombres las cosas divinas, permitiendo que el Todo quede perfectamente unido.
TEXTO: CARME GARCIA GOMILA (Médica y Psicoanalista)
Por eso digo que el Amor es
el más antiguo de los dioses,
el más honrado y el más poderoso
para ayudar a los hombres
a conseguir la virtud y la felicidad.
El Banquete, Platón
¿Cuál es el origen de Eros?
Es curioso que en los dioses de aspecto joven o casi infantil se encuentren siempre varias versiones sobre su origen. Ello se debe a que la creación de los mitos que entroncan con la propia esencia humana es mucho más compleja que la de los mitos de poder o conflicto.
Como mínimo hay dos versiones sobre la concepción de Eros. Para unos se trata de una deidad primordial, un dios que no encarna solo la fuerza del amor erótico sino el impulso creativo de la naturaleza, el amor que sería responsable de la creación y el orden del cosmos. Así, en los mitos de la creación griegos, se cree que Eros surgió tras el Caos primordial con Gea, la Tierra y Tártaro, el Inframundo, es decir que se contaría precisamente como uno de los primeros dioses. Dentro de esta misma línea, en los misterios de Eleusis se le adorado como Protogono, es decir «el primero en nacer». De aquí se desprendería la creencia de que lo primero fue el amor.
Posteriormente aparece una versión alternativa en que se considera a Eros hijo de Afrodita con Ares, con Hermes o con Hefesto -según distintas y entretenidas versiones-. También se le considera hijo de Poros (el Recurso) y de Penia (la Carencia). En ambos casos se le considera como un ayudante de Afrodita que dirigía la fuerza primordial del amor y la ponía al alcance de los mortales.
Las flechas del amor… y del desamor
En Grecia, Eros se asociaba sobre todo con la fertilidad, el deseo y el amor sexual, pasiones que podían resultar muy difíciles de controlar, por lo que se le consideraba un astuto juguetón. Otras veces, era cruel con sus ataques sorpresivos que sólo traían pasión temeraria y confusión. La falta de disciplina y la poca fiabilidad general de Eros pueden explicar por qué algunos no le consideraran uno de los doce dioses olímpicos, aunque gozó de muchas ayudas por parte de ellos que, por cierto, no eran especialmente moderados en las lides amorosas. Ya hablamos de Zeus (ver el número 499) y de sus triquiñuelas, llevadas más por el afán de poseer al objeto deseado que a un auténtico amor, aunque fuera el amor sexual ofrecido por el joven Eros.
En la actualidad este mito ha quedado cristalizado en el amor romántico o erótico como un infante con alas que va lanzando al azar flechas que enamoran o que generan rechazo. Queda muy bien en las postales de San Valentín, pero no deja de ser una visión superficial que contiene elementos con una importante carga simbólica. ¿Por qué el amor nos tiene que llegar como una herida? Una flecha que nos hiere y nos hace descubrir al otro como alguien valioso, deseable y sin el cual nos cuesta vivir.
Esta herida que sentimos al amar al otro no es otra que una herida narcisista. Es el nacimiento de la necesidad o el deseo del otro, es la rotura de la ilusión de completud, por eso es una herida: nos duele sentirnos incompletos. Una flecha de oro genera amor, una flecha de plomo genera rechazo. En ambos casos el otro adquiere importancia y el ego se ve cuestionado. Por eso la ausencia del amado duele, porque nos hace sentir su autonomía, nos hace saber que no somos autosuficientes, que nuestro bienestar no depende sólo de nosotros.
Probablemente, este dolor surge de forma primigenia en el bebé cuando descubre la autonomía de la madre a la que adora. Él no es único, mamá no está bajo su control. Tampoco el padre… y en aquellos momentos este sentimiento está vinculado a la supervivencia. Por suerte, este enamoramiento surge también en los padres cuando contemplan a su retoño. Sin este enamoramiento, sin este apego, la especie humana no habría sobrevivido. El afán de criar durante tantos años a unos seres tan vulnerables y necesitados como los bebés humanos sólo se ha sostenido a través del amor. En la vida adulta, toma la forma de enamoramiento -un paso previo para que aparezca el amor más complejo y completo-.
El cuerpo y el enamoramiento
Eros es considerado el dios del amor sexual, aunque en su origen es el amor primigenio, previo a todo. Esto es así, porque representa la corporalidad de las emociones que despierta. Es un amor incompleto pero imprescindible. Tiene algo del soplo vital, que puede engendrar muchas creaciones, pero es cierto que sus efectos son intensos y giran alrededor de las sensaciones corporales. Desde la excitación y la exaltación amorosa placentera, hasta la angustia por la ausencia del objeto y el miedo a ser abandonado.
Del juego al amor verdadero
Al joven y hermoso Eros lo encontramos en muchas lides amorosas que se dieron en el Olimpo y entre los dioses y los humanos. Al mando de Afrodita premiaba y castigaba con sus flechas a héroes y villanos.
En una de sus aventuras, encontramos a Eros muy enfadado con Apolo por haber bromeado sobre sus habilidades como arquero. Con una de sus flechas, Eros hizo que Apolo se enamorase de la ninfa Dafne, quien lo rechazó. Dafne rezó al dios río Peneo pidiendo ayuda, y fue transformada en un árbol de laurel, que se consagró a Apolo. Otro caso en el que Eros utilizó sus flechas portadoras de amor fue cuando hizo que Medea se enamorara del gran héroe Jasón, el que se apoderó del Vellocino de Oro.
Sin embargo, tendremos que esperar para conocer la historia de amor de Eros. Él mismo se enamoró y nos dio una lección sobre como pasar del amor carnal y el enamoramiento al amor que conmueve hasta vencer a la muerte. Pero la historia de Eros y Psique deberá esperar un mes a ser contada.