«Salir del despilfarro y del consumismo, y por tanto alimentarse de una manera sana, es asequible a cualquier bolsillo.»
BioCultura lleva más de treinta años en marcha, sirviendo como escaparate y motor para el movimiento ecológico y de consumo responsable. Es un encuentro de dimensión internacional que ya se ha situado como uno de los más importantes en Europa.
Esta feria de espíritu eco-natural aboga por la educación como semilla para el cambio y ya se celebra en Barcelona, Madrid, Sevilla, Valencia y Bilbao, llegando próximamente a La Coruña.
Ángeles Parra es la directora de BioCultura, además de presidenta de la Asociación Vida Sana y responsable de sus actividades. La entrevistamos (verano de 2017) en las oficinas de Barcelona para conocer esta bella historia en pos de la agricultura ecológica y la salud natural.
¿Cómo y cuándo nació la feria de BioCultura?
La feria empezó hace treinta y tres años de una manera muy especial. Tuvimos un encuentro con el que en aquel momento era alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, donde estuvimos hablando de la necesidad de una agricultura menos contaminada y biológica, en un momento en que empezábamos a moverlo. Y Galván, que era un hombre muy visionario, dijo: «Tenéis que hacer algo para dar a conocer todo esto de la ecología y las energías alternativas.» Te estoy hablando de una época en la que hablar de ecología era algo rocambolesco. Junto con la revista Integral, éramos los raros.
Galván insistió en que teníamos que hacer algo para dar a conocer esta alternativa, ya que era una propuesta de futuro. «Esto va a ser lo que en los próximos años mueva a la gente», nos decía el «viejo profesor». Así que empezamos con una lluvia de ideas y finalmente, después de dar vueltas a cursos y jornadas, pensamos en hacer una feria en la que hubiera una participación de empresas y asociaciones que ya se estuvieran moviendo en esa dirección, y una zona de actividades donde hubiera tertulias e intercambio de opiniones.
Aunque éramos de Barcelona, fuimos a Madrid para hablar con el alcalde y le expusimos la idea que habíamos tenido y que queríamos llamar “Cultura de la Vida”, es decir, BioCultura. Le encantó y nos dijo que teníamos todo a nuestra disposición. Nos cedió gratuitamente unas instalaciones, nos dio una pequeña ayuda para ponerlo en marcha… Vamos, ¡increíble! Todo fueron facilidades.
¿Qué tamaño tuvo aquella primera feria?
Con mucho trabajo, conseguimos que en la primera BioCultura hubiera unos cuarenta stands en el Pabellón de Agricultura de la Casa de Campo de Madrid, cuando en aquel entonces el movimiento no existía. No había ni certificación oficial para las empresas. Y tuvimos una gran sorpresa porque funcionó muy bien y vinieron más de diez mil personas.
A partir de ahí, BioCultura siempre ha ido creciendo y diversificándose. Hace veinticuatro años que empezamos a hacerla en Barcelona, y ahora mismo hace siete años que la hacemos en Valencia, cinco en Bilbao y lleva dos en Sevilla. Tenemos intención de empezar el año que viene en La Coruña. Trabajamos con la idea de que Barcelona y Madrid sean anuales y el resto se intercalen.
Creasteis algo que no existía… ¿Os inspirasteis en algún modelo de feria ya existente?
Partíamos de un movimiento que buscaba desarrollar la agricultura ecológica y para eso hicimos alianzas con otras asociaciones, principalmente de Francia, intercambiando ideas con ellas, porque justo entonces se empezó a celebrar una feria en París que todavía hoy pervive. Nos fijamos mucho en ellos porque queríamos hacer algo así, para el público general pero que también sirviera para profesionales y que tuviera unos cuantos días de duración. Nos inspiramos en ellos, pero al final lo hicimos a nuestra manera.
Los orígenes de la feria se explican con detalle en un número de The Ecologist en castellano. ¿Desde cuándo publicáis esta revista para España y Latinoamérica?
La revista la publicamos desde el 2000, también fue un inicio un tanto especial. En la década de los noventa empezó el tema de la soja manipulada genéticamente, de los transgénicos, y varias entidades nos unimos para hacerle frente con manifestaciones y otras acciones. En aquel momento conocimos una revista llamada The Ecologist, publicada sólo en inglés, que tenía un monográfico especial sobre los transgénicos. Nos pusimos en contacto con el editor de la revista y le comentamos la posibilidad de replicar ese número especial acerca de Monsanto para España y Latinoamérica. Enseguida nos dio permiso. De hecho, aquella revista se publicó en un montón de idiomas en todo el mundo, y tuvo muchos problemas legales porque la iban censurando por todas partes, pero gracias a eso ha sido una de las revistas más leídas en la historia de The Ecologist.
¿Cuál es su periodicidad en la edición de aquí?
Es una revista trimestral monográfica. La que sale este mes va sobre la cosmética con certificado ecológico, y tocamos todos los temas desde una visión ecológica profunda. Se hace una tirada de unos diez mil ejemplares y tenemos unos mil quinientos suscriptores directos, además de venta en quioscos, librerías…
Publicar la revista fue una nueva etapa importante dentro de vuestro proyecto…
Sí, claro. La semilla de todo esto surgió en el 79, más o menos, cuando nos reunimos un grupo de jóvenes que queríamos volver al campo —lo que ahora se llama neo rural— y empezamos a unir sensibilidades. Vimos que había que cambiar los métodos de cultivo y empezamos a hablar con los agricultores. En el 81 vimos la necesidad de que hubiera una serie de normas y preceptos para regular la agricultura ecológica, en colaboración con la asociación francesa que ya lo hacía, para que un agricultor que no quisiera usar productos químicos tuviera unas bases y una formación. Así que nos constituimos legalmente como asociación y editamos lo que en España se conoce como los primeros cuadernos de agricultura ecológica, muy de la mano de los franceses.
También en el 81, empezamos a certificar productos ecológicos. El inicio fue de forma privada de mano de la Asociación Vida Sana. Años más tarde intentamos dar un paso más y hablamos con el Ministerio de Agricultura para que se oficializara la agricultura ecológica. No nos hicieron ningún caso, pero después, cuando se estableció el reglamento europeo y España entró a formar parte de la Unión Europea, rápidamente nos llamaron y se pusieron las pilas para elaborar lo que fue la normativa de agricultura ecológica de España. En un principio lo llevaba a nivel estatal un organismo llamado CRAE, que estaba en Madrid, y unos años más tarde, cuando las competencias en agricultura se traspasaron a las autonomías, cada comunidad pasó a tener su sistema de certificación.
Volviendo a la feria, ¿cuál dirías que es el secreto de BioCultura para que tanta gente se haya sumado?
Al principio encontramos un rechazo impresionante, tanto de las administraciones públicas como de la sociedad, porque nos veían como los raros, los hippies. Incluso cuando se certificaban productos ecológicos, llegaban a decir que eran ilegales y que no se podían comercializar.
Después del rechazo pasamos a un «Bueno, esto hay que regularlo», pero quedó ahí minimizado, es decir, que sean legales y ya está.
Una tercera época empezó cuando hubo una buena acogida por parte del consumidor, buena prensa, con un trabajo de fondo por parte nuestra, pero también de otros, como la revista Integral, que colaboró mucho a que todo esto se conociera, así como CuerpoMente y otras publicaciones, junto con muchas asociaciones ecologistas que se sumaron al movimiento de la producción ecológica. Y eso fue una novedad, porque normalmente las asociaciones ecologistas se dedican más a la naturaleza y el medio ambiente, pero poco hablaban de la alimentación. Y ayudó mucho que estas entidades se sumaran al discurso de una alimentación sana.
Lamentablemente, ayudaron bastante los escándalos alimentarios que se sucedieron durante años: el aceite de colza, las vacas locas, los pollos con dioxinas… Y paralelamente a eso, aparecían estudios científicos que hablaban de que muchas enfermedades —cáncer, osteoporosis, diabetes, etc.— tienen su origen en la alimentación. Gracias a ese despertar del conocimiento por parte de la sociedad, el público se ha ido acercando mucho a este tipo de consumo.
Este ha sido un poco el recorrido y BioCultura ha estado ahí desde el primer momento. La feria ha ido creciendo, las empresas del sector siempre nos han apoyado y han sentido BioCultura como algo suyo. Hoy en día sigue siendo la locomotora de todo ese movimiento de producción ecológica y consumo responsable, que tiene su escaparate en la feria. De hecho, la mayoría de las empresas o asociaciones que tienen que ver con la producción ecológica, de una manera u otra, han nacido o crecido en BioCultura.
¿Cuál es el nivel de participación de los visitantes?
En la primera edición, como he comentado al principio, fueron unas diez mil personas, y en la última en Barcelona fueron unas setenta y cuatro mil, y en Madrid rondábamos las ochenta mil. Crecemos cada año, de hecho vamos a ampliar con un pabellón entero en la próxima feria de Madrid. Y se ha dado una situación curiosa en el sector, y es que, como el consumo crece, y de hecho España es el primer país en superficie dedicada a la producción ecológica a nivel europeo, y el quinto a nivel mundial en consumo. Esto ha traído como consecuencia que las grandes marcas y grandes superficies pongan sus ojos es este mercado, nuevo para ellos.
¿Qué opinas de que se haya masificado la agricultura ecológica con grandes cadenas, o que incluso los distribuidores convencionales tengan su propio sello dentro de la agricultura ecológica?
Hay que partir de la base de que cuando empezamos con todo esto, el objetivo siempre ha sido que siga creciendo el consumo, porque queremos que el producto ecológico sea lo normal, no la excepción, y que todo el mundo pueda consumir de una manera sana. Por eso, cualquier canal de comercialización nos debería valer. Si queremos ir hacia al gran consumo, un canal especializado difícilmente llegará a todos. Pero por otra parte, también sabemos que las grandes industrias y las grandes superficies tienen unos modelos de producción que no son los que queremos. Ahí habría mucho que discutir, en el sentido de que no es el modelo de comercialización que buscamos, pero lo que sí que queremos es que el producto ecológico llegue a todo el mundo.
Las grandes superficies como Carrefour, Aldi, Lidl, Consum… todos tienen bastantes referencias de productos ecológicos, y muchos de ellos poseen incluso marca propia y son fabricantes. Por otro lado está el canal especializado, las tiendas de productos ecológicos; prácticamente todas están creciendo de tamaño para tener una oferta más variada. Al mismo tiempo han surgido cadenas tipo Veritas, Herbolario Navarro, Organic Market, exclusivamente de productos ecológicos. Algunas grandes superficies tienen incluso tiendas exclusivamente de productos ecológicos, como Carrefour, que cuenta con un inmenso supermercado especializado en Madrid. Todo el mundo está tomando posiciones porque es un consumo que está creciendo. Lo ven como una garantía de futuro con un consumidor muy fidelizado.
¿Son productos de la misma calidad que los que antes llegaban a las pequeñas tiendas de agricultura ecológica?
Un producto certificado es aquel que cumple el reglamento de la producción ecológica. Esto te garantiza que no se han usado ciertos productos, pero cómo es el método de producción y los procesos empleados… ahí es donde empiezan los distintos niveles de calidad. Es decir, no es lo mismo un tomate de invernadero, aunque tenga la certificación ecológica, que un tomate de un agricultor pequeño, que además hace agricultura biodinámica y que produce sólo veinte kilos. No podemos comparar una calidad con la otra. Y en la industria pasa lo mismo, no es lo mismo producir diez mil yogures que cincuenta.
Los consumidores que no han entrado todavía en el mundo del consumo ecológico a veces se quejan de precios abusivos. ¿Hasta qué punto los precios que se manejan son reales o tienen que ver con esa fidelización de la que nos hablabas?
En principio, el producto ecológico tiene un precio más justo que uno convencional porque al agricultor se le paga por su trabajo. Para el gran consumo, a veces es más barato traer tomates de Chile y venderlos aquí tirados de precio, pero al agricultor ni siquiera se le ha pagado el coste de producción, y por otro lado ese precio de saldo tampoco incluye los gastos medioambientales que la agricultura química produce. En ese sentido, el ecológico es un producto justo con el agricultor que no contamina, te da salud y por lo tanto siempre debería tener un sobreprecio respecto a la gran industria.
Pero después pasa como con la ropa, cuyo precio cambia según la marca. Y en producto ecológico, cuando hablamos de precios, también hablamos de marcas. Pero también es cierto es que, a medida que aumenta el consumo, van bajando los precios porque aumenta la producción y hay menos gastos de distribución. Entonces, estas grandes cadenas de las que hemos hablado, como tienen centrales de compras y distribuyen a todos sus centros, compran la producción entera al productor. Así consiguen rebajar el precio respecto a lo que puede costar en una tienda especializada.
Hay mucha variedad y precios ahora. De hecho, consumir ecológico es mucho más económico que hace unos años, porque se ha normalizado el consumo.
¿Qué opinas de las empresas que argumentan que, cuánta más población mundial, más necesidad de cultivos transgénicos para alimentarla?
Esa es la gran mentira tras la que se escuda la gran industria agroquímica para justificar que se utilicen productos químicos, transgénicos, etc. Podemos demostrar que la humanidad no necesita de esa agroindustria para alimentarse. Hay científicos que explican que es posible alimentar a toda la población mundial, aunque siga creciendo, sin necesidad de usar productos químicos. Aparte, claro, de todas las consecuencias medioambientales y sociales que tiene el uso de estos productos.
¿Cuál es la solución, entonces, para una demanda creciente?
El secreto está en relocalizar las cosas, relocalizar la economía, la agricultura… Al fin y al cabo, salir de la globalización, porque si huimos de ese modelo económico y socio-alimentario será posible que las personas se puedan alimentar. Pero para ello hace falta educación, porque ahora hay mucho despilfarro en la alimentación. Se tira mucha comida, o a veces ni siquiera se llega a cosechar porque el agricultor cobra más diciendo que la cosecha se ha perdido que si la recoge. En fin, que todo esto poco tiene que ver realmente con las necesidades de las personas.
Salir del despilfarro y del consumismo, y por tanto alimentarse de una manera sana, es asequible a cualquier bolsillo. Es más, sigue creciendo el número de personas que pasan hambre en el mundo, por mucho que la agricultura transgénica afirme que lo iba a resolver. Se está tirando comida y, al mismo tiempo, cada vez hay más gente que pasa hambre.
Esa es la gran mentira y nosotros tenemos nuestra vía paralela en la que, como hormiguitas, vamos siguiendo y vamos creciendo. Quizás avanzaremos a diferentes velocidades, pero una cosa está clara: quien empieza a consumir ecológico se queda.
Entrevista de Francesc Miralles
(transcripción: Isabel del Río)
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