Iniciamos en la revista una nueva serie sobre los mitos y su influencia en nuestras vidas. El ser humano siempre sintió la necesidad de la crear historias, cuentos, leyendas y mitos que, a lo largo de generaciones, se enriquecían y eran utilizados para enseñar no sólo conceptos prácticos de supervivencia y de ética para la vida cotidiana, sino que a un nivel más profundo servían y todavía sirven para pensar, más allá de la simple razón. A través de sus símbolos y sus personajes arquetípicos, los mitos nos permiten entrar a una especie de sueño lúcido, al tiempo que nos ayudan a conectar y, por encima de todo, a elaborar colectiva e individualmente los sentimientos más profundos y los conflictos emocionales más complejos, para mantener un buen equilibrio psíquico.
¿Qué nos siguen diciendo los mitos hoy?
Textos: Carme García Gomila (médica y psicoanalista).
Casandra
La bella Casandra no es precisamente un personaje muy elevado en el rango de los mitos griegos, pero puede servirnos mucho para poder entender un aspecto de nuestra forma de funcionar que nos suele producir mucho sufrimiento.
Casandra era una joven troyana que poseía el don de la adivinación. Apolo, que quería seducirla, le hizo este preciado regalo con la esperanza de obtener su amor. Pero no estaba en el corazón de Casandra el amar al divino Apolo y le rechazó. Apolo, el dios solar, el poderoso, al sentirse despechado lanzó una maldición sobre Casandra: «Tus predicciones serán certeras, pero nadie te creerá». Parte de lo que sigue lo conocemos bien. En su lucha contra Troya, los griegos decidieron regalar -en supuesta señal de buena voluntad- un gran caballo de madera a los troyanos. Sabemos que se trataba de una estratagema para introducir soldados griegos en el interior de Troya para que abrieran las puertas de la ciudad y para que el ejército griego pudiera entrar por sorpresa y ganar la batalla.
Pues bien, en estas estamos que Casandra avisaba a todos los príncipes y generales de Troya sobre la importancia de no aceptar regalos de los griegos, ya que esto supondría la destrucción de la ciudad. Pero tomando sus palabras por un desvarío, según la maldición de Apolo, no hicieron caso a lo que la joven noble profetizaba y abrieron las puertas de la ciudad para recibir el caballo de madera que les regalaban los griegos. El final de la historia de Troya todos lo conocemos. Pero, ¿qué fue de Casandra?
Casandra, que había perdido toda su familia, fue tomada como botín de guerra por Agamenón, rey de Micenas. Ella intentó resistirse a partir, y le contó reiteradamente a Agamenón la predicción sobre el terrible fin que les esperaba si volvía a Micenas con ella, pero Agamenón tomó una vez más las palabras de Casandra como el desvarío de alguien trastornado por la desgracia y partió con ella hacia Micenas. Ambos fueron asesinados cruelmente por Clitemnestra, la esposa de Agamenón, tal y como predijo Casandra.
¿Qué nos enseña este mito?
Ahora deberíamos poder realizar el ejercicio imaginativo de ver a Casandra, a los generales troyanos, a Agamenón y al mismísimo dios Apolo como aspectos de nosotros mismos. Apolo sería aquella parte de nosotros que quiere a toda costa obtener algo. Un trabajo, un piso, una pareja y es capaz de ofrecer grandes ventajas con tal de obtenerlas, con tal de seducirnos a nosotros mismos. Casandra en principio, es una parte de nosotros que escucha su propio ser y no se deja comprar por tentadoras ofertas, pues sabe lo que le conviene y se protege de aquello que no quiere. Por eso le dice no al dios. Apolo, esta parte de nosotros codiciosa y prepotente insiste, pero al verse frente a la frustración, decide castigarnos con no creernos lo que nuestro aspecto más sano nos dice.
Es esa obstinación en no escucharnos, lo que nos hace insistir en permanecer obstinados en relaciones, trabajos o lugares en los que no nos sentimos bien y que resultan tóxicos o peligrosos, sea en lo emocional, en lo económico, en lo relacional, pero pesar de que nosotros mismos nos lo advertimos constantemente, no podemos ni queremos creer en nuestras advertencias. Nos sentimos invulnerables como los troyanos o el gran Agamenón y no escuchamos esa voz interior que nos advierte de los peligros que corremos si nos dejamos seducir por palabras, por falsas esperanzas, por miedos recubiertos de soberbia y nos creemos invulnerables como el dios Apolo o los orgullosos habitantes de Troya.
Si una parte de nosotros nos advierte sensatamente primero y grita desesperada después, advirtiéndonos que no hagamos algo o que lo hagamos, o que sigamos adelante o que nos detengamos, como mínimo, concedámosle el beneficio de la duda, y quizá así, podremos cambiar el final de la guerra de Troya. Lo que hará entonces el poderoso Apolo no lo podemos predecir, aunque probablemente buscará otras ofertas con las que seducirnos y engañarnos. Y así será que siempre deberemos vigilar la parte más soberbia, voraz, ávida y narcisista que habita en nuestro interior y que, a fin de cuentas, es la que más problemas nos da, aunque su voz sea suave como la seda y tenga el poder brillante del sol. Prestemos atención y escuchemos la voz de nuestra Casandra interior que, desde el conocimiento de la intuición y la sabiduría natural, nos advierte de los peligros que corremos a causa de nosotros mismos.