EL PODER DE LOS MITOS

Narciso, un mito en el que solo vemos lo que admiramos

Si hay un mito que todos creemos conocer, este es el mito de Narciso: un joven enamorado de sí mismo que se ahoga en las aguas de un río al intentar abrazar su propio reflejo. Nos ha quedado la idea de que Narciso era un engreído que se enamoró de sí mismo, pero en realidad, el mito de Narciso está vinculado al hecho de no poder amar a los demás. Y eso es quizá lo que en secreto admiramos de él: que no sienta la necesidad del otro.

Carme García Gomila (médica y psicoanalista).

¿Quién era Narciso?

Narciso era hijo de Cefiso, un dios del río en la mitología griega, y de Liríope, una ninfa, uno de esos espíritus asociados con la naturaleza. Liríope fue violada por Cefiso y de este acto nació Narciso. De entrada, tenemos un infante que nace no de un acto de amor sino de un acto de violencia en el que Liríope no es tenida en cuenta como sujeto, ni respetada, es vista solo como un instrumento para el placer y las ganas de dominio de Cefiso.

Liríope, consultó a Tiresias, el vidente ciego que conocemos de otros mitos, y éste le vaticinó que su hijo, Narciso, sería muy feliz y viviría muchos años si no llegaba a conocerse. En algunas versiones se dice que nunca debería ver su imagen reflejada.

Narciso era un joven muy atractivo, bello, que enamoraba tanto a hombres como mujeres. Sin embargo, era vanidoso y despreciaba a todo aquel que se enamorara de él, se burlaba de la capacidad de amar de los otros y la veía como una debilidad o una limitación y se sentía superior a todos. Se cuenta que, para reírse de Ameinias, un joven que se había enamorado de él le dejó una espada frente a su casa y, Ameinias, desesperado por el vacío y la burla al que le sometía Narciso, se suicidó con la espada después de pedir a Némesis que vengara su muerte. Huyendo de esta venganza, Narciso se dirigió hacia el monte donde se encontró con la ninfa Eco que se enamoró también de él. Narciso de nuevo la rechazó y se burló de ella y Eco, desconsolada, se retiró a una cueva donde murió.

Es ahí donde la venganza de la diosa Némesis tiene lugar: viendo de nuevo la crueldad de Narciso lo dirige hacia un remanso del río donde, al ir a beber, ve por primera vez su reflejo en el agua y queda prendado. Al ver que la imagen no responde, que solo hace lo que hace él, que no habla, sino que mueve los labios como él, que cuando intenta acariciarlo el reflejo desaparece, Narciso siente el rechazo y la burla que él mismo había vertido sobre los demás. Desesperado, quiere perseguir al joven de la imagen, y se lanza al agua donde perece ahogado y se cumple la profecía. Para advertir de los peligros de la autocontemplación, Némesis creó la flor del narciso que crece cerca del agua. Una flor bella que mira hacia el suelo y que nos recuerda de los peligros de no poder amar.

Narciso nos habla desde el fondo del río

Los mitos nos hablan en profundidad, aunque queramos ver solo su parte más superficial. Al hablar de amor, no se refieren solo al amor romántico o erótico, sino al amor en general a la familia, a los amigos, a la humanidad. Poder amar, necesitar al otro, implica reconocer la propia carencia. Solos no somos nada, de hecho, solos no habríamos sobrevivido, y esta primera dependencia se nos hace tan penosa que cada vez que amamos, algo en nosotros quiere negar nuestra propia carencia.
Por tanto, nos fascina el Narciso enamorado de sí mismo, que cree no necesitar a nadie y que se burla de aquellos que son capaces de amar y desear. Evidentemente esta admiración es una manera de defendernos de la dificultad que todos tenemos de depender de los demás, personas autónomas que escapan a nuestro control y que pueden abandonarnos. Pero llevado al extremo, este prescindir de dar y recibir amor, nos lleva -como en el mito- a la muerte del alma.

Tiresias vaticinó que Narciso viviría muchos años si no llegaba a conocerse, no solo porque se enamoraría de su propio reflejo, sino quizá también porque al conocerse sentiría la necesidad del otro, la soledad interior y el horror al rechazo y la burla.

A nivel individual nos dice cuanto cuesta hacer lugar al otro, cuanto cuesta sentirse incompleto y necesitado y cuan fascinantes son esas personas que viven con la apariencia de no necesitar de nadie. Es por eso por lo que del mito de Narciso nos quedamos con el enamoramiento de sí mismo. No nos gusta el Narciso incapaz de amar, ninguno de nosotros querría ser así, pero secretamente anhelamos ser amados por todo el mundo sin tener que hacer nada. Pero esta creencia es precisamente la debilidad de los seres humanos: sin el otro somos frágiles y vulnerables, dañamos y nos autodestruimos. Solo con los demás somos fuertes.

¿Conoces a Narciso?

Afortunadamente, este deseo interior de no necesitar no es tan intenso como para llevarnos a relaciones enfermizas y egoístas. Seguro que conocemos al prototipo de Narciso triunfador que seduce y dispone de los demás, que va a la suya y engaña y se aprovecha de las cualidades de otros sin reconocer lo que recibe. Sin embargo, resulta más difícil ver otro tipo de Narciso, el que no ama, que no da nada, pero que se muestra necesitado para aprovecharse de los demás a través de la pena y la queja, de la reclamación y del agravio. Es otra forma de narcisismo -más difícil de reconocer, nada seductor- pero igualmente egoísta y mortífero. También este aspecto lo hemos de vigilar en nosotros mismos, pues la queja, la reclamación, a veces tienen efectos adictivos y son antitéticos del amor.

¿Vivimos en una sociedad narcisista?

Sin lugar a duda en sociedades consumistas como la nuestra, el narcisismo está a la orden del día. Se priman los valores vinculados al tener o a la belleza, se teme cualquier dependencia sin distinguir la sana de la patológica y parece que todo está dirigido al individualismo. Cabe desconfiar de estos modelos, puesto que como vemos en el mito, la soledad para el ser humano supone su debilidad. En las sociedades capitalistas los ideales son el hombre hecho a sí mismo, la competitividad más que la cooperación, el tener más que el ser y una supuesta autosuficiencia que da un aire de superioridad que esconde las carencias. No es de extrañar, así somos influenciables y vulnerables, y quizá así nos quieren, sin poder pensar y luchar porque toda la energía se nos va en construir un personaje que no somos, un pobre reflejo sin substancia. Siempre ha habido manipulación a través del miedo, pero ahora también la hay a través de la seducción: vigilemos pues los caramelos envenenados que nos prometen el don de no necesitar de otros.

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