Empezamos este artículo con una incógnita sobre el final de este dios, pero no es menos incógnito su origen. Pan, el dios de la naturaleza tiene un origen incierto. Para unos es hijo del propio Zeus, para otros de Hermes o de Apolo, incluso le atribuyen la paternidad a Cronos. Qué curioso resulta esta ignorancia para los dioses griegos tan aficionados ellos a las sagas familiares… y aún resulta más extraño cuando tampoco está claro quién fue su madre. Se dice que pudo ser Dríope o quizá Calixto. En lo único que se está de acuerdo es que fuera quien fuera su madre, al nacer Pan quedó tan asustada por la extraña apariencia del bebé que huyó inmediatamente y lo abandonó. Así, este niño hirsuto, con cuernos, patas y cola de cabra fue criado por las ninfas que lo recogieron y lo llevaron a Arcadia, un delicioso lugar lleno de bosques y montañas.
TEXTO: CARME GARCIA GOMILA (médica y psicoanalista)
¿Qué nos cuenta este dios menor?
Aquí la palabra menor se usa en su doble sentido. Por poco importante en lo que respecta al poder olímpico, y menor en el sentido de que su comportamiento fue siempre infantil. Pan era sensual, caprichoso, juguetón y pasaba el día persiguiendo a las ninfas con las que tuvo una enorme descendencia. Disfrazado de cordero sedujo a Selene, la diosa de la Luna. Perseguía a quién se dejaba y a quién no, y cuentan que la ninfa Siringe, virginal seguidora de Artemisa, huyó hacia el río donde la transformaron en un cañizar. Pan inventó su flauta o siringa con las cañas que allí mismo cogió y aprendió a tocar hasta competir con el mismo Apolo y su lira.
Pan era el dios de los bosques y los campos, se encargaba de la fertilidad de la tierra y de los rebaños y básicamente era un diosecillo benevolente que vivía al aire libre. Si alguien le hacía enfadar, descubría su otra cara, pues enfurecía hasta hacer huir de miedo a los demás: de ahí procede la palabra «pánico». Incluso se cuenta que podía sembrar el terror en los ejércitos mejor pertrechados. Un altar dedicado a Pan en Atenas muestra la gratitud de la ciudad por su ayuda en la batalla de Maratón. Los atenienses estaban en desventaja y Pan sembró el pánico entre los persas hasta hacerlos huir.
Una divinidad infantil
A pesar de su apariencia extraña, pues lo vemos representado como un sátiro con nariz corva, cuernos y patas de chivo, perilla, cola y cuerpo velludo, o como un bello joven desnudo, de orejas pequeñas coronado de olivo, con la siringa en la mano derecha y un bastón en la izquierda, o como un diablo de los bosques, peludo y juguetón, siempre tenía el encanto de un niño. Seguía a Dionisos en sus bacanales y vivía como le placía gastando bromas y descansando.
Pan tiene los dones del ingenio mental y de la agilidad física. De hecho, vendría a representar a cualquier niño, a cualquier infancia en una Arcadia feliz donde todo es posible. Un dios niño, a fin de cuentas, de ahí probablemente tantos orígenes, tantos padres, tantas madres, puesto que todos hemos sido niños.
Parece ser que la tradición lo mató…
Como ya anunciamos, se dice que el dios Pan es uno de los pocos dioses que han muerto. Cuenta la mitología que una voz surgida del mar le anunció al marinero Tamo: «Tamo, ¿estás ahí? Cuando llegues a Palodes encárgate de anunciar que ha muerto el gran dios Pan». Plutarco recogió la noticia, pero no se pudo demostrar su autenticidad y se dice que Pausanias, quien realizó viajes por Grecia años después, aseguró que encontró muchas cuevas y templos consagrados a este dios. Por lo tanto, su muerte no es algo que pueda confirmarse. La leyenda culmina advirtiendo: si alguna vez viajas a Grecia, no busques la tumba del dios Pan, solo hallarás aire y tierra removida.
Esta muerte, si se produjo, representaría la muerte del niño que fuimos. Pero si miramos en nuestro interior, ¿ha muerto realmente este niño o sigue vivo en nuestras fantasías y nuestros sueños? Al buscar la tumba de nuestro niño ¿no encontraremos acaso aire y tierra removida? Si no lo hemos encerrado en una mazmorra fría, Pan sigue fertilizando nuestros campos y nuestros rebaños, nos hace imaginar, reír y enamorarnos, hacer amigos y bailar hasta el amanecer, pedir más y protestar vivamente e incluso enfadarnos hasta dar miedo. También es nuestro refugio cuando queremos estar solos. Así pues, sería lamentable que alguien albergara en su interior una tumba del dios Pan.
¿Qué hizo con él la historia?
Para los romanos, los atributos de Pan fueron divididos entre Fauno y Sileno, que conservaban el amor a la naturaleza y los dones juveniles en el caso de Fauno y el aspecto de sátiro y perverso en el caso de Sileno. Sin embargo, la religión católica revivió al antiguo dios Pan en forma de macho cabrío que bailaba y copulaba con las brujas como una advocación del diablo. Pan ya no era un niño travieso, era el mismo diablo que contagiando su lascivia condenaba a las almas al infierno.
El renacimiento y los románticos con su devoción por las culturas clásicas le devolvieron su aspecto juvenil, amoroso y amante de la música y los placeres, pero en realidad, fue un escritor escocés quien en plena época victoriana vino a resucitar al pequeño Pan. Sir James Matthew Barrie devolvió en 1904 los dones infantiles a un niño llamado Peter que veía en los jardines de Kensington. La novela se llamó Peter Pan y Wendy y ha dado lugar a numerosas versiones cinematográficas, e incluso a nombrar un síndrome psicológico: el síndrome de Peter Pan para designar a las personas que no asumen nunca las responsabilidades adultas.
No dejemos morir nunca al dios Pan de nuestro bosque interior o nos convertiremos en viejos estériles, cascarrabias y tristes, pero no dejemos tampoco que guíe nuestra vida, pues nos convertiremos en adultos enfermos, pobres y solitarios.