EL CUADERNO DE NOTAS DE FRANCESC MIRALLES
Los pensamientos negativos y reiterativos nos roban energía y dificultan nuestras relaciones con los demás. Purgarlos de nuestra mente es el punto de partida para saborear la felicidad.
Al monje budista vietnamita Thich Nhat Hanh le gustaba contar la siguiente historia: «Un hombre remaba en su bote corriente arriba una mañana muy brumosa cuando, de repente, vio que otro bote venía corriente abajo directamente hacia él, sin intentar evitarle. El hombre empezó a gritar: «¡Cuidado! ¡Cuidado!», pero el bote le dio de lleno y casi le hizo naufragar.
Enfurecido, empezó a insultar al otro navegante con toda clase de improperios, pero cuando vio el bote de cerca, se dio cuenta de que estaba vacío».
Esta sencilla historia ilustra muy bien lo que sucede cuando caemos en las redes del pensamiento negativo: de repente el único enemigo es uno mismo. En un mundo dominado por las urgencias, las luchas de poder y la insatisfacción permanente, no es de extrañar que la mente –nuestro centro de operaciones– pueda verse desbordada.
Pensamientos negativos
Por las consultas de los médicos pasan cada vez más pacientes que creen sufrir toda clase de enfermedades, pero que en realidad padecen trastornos de ansiedad que desatan fobias con gran variedad de síntomas. Asimismo, muchas personas no pueden librarse de pensamientos repetitivos y angustiosos que no les dejan disfrutar de la vida.
La respuesta de la medicina convencional es ahogar el pánico bajo una gruesa capa de tranquilizantes, lo cual equivale a matar al mensajero, ya que no atendemos la señal que nos manda el cuerpo y el problema queda sin resolver. Conozco a muchas personas que, tras una crisis de ansiedad, han iniciado este tipo de tratamiento y diez años después siguen «enganchados » a los psicofármacos.
Superada la crisis inicial, en vez de dormir nuestra mente –como un niño pequeño que no queremos que moleste–deberíamos preguntarnos qué nos está pasando y cómo podemos desintoxicarnos de estos procesos negativos para conseguir pensar con claridad.
Miedo a uno mismo
El filósofo y científico francés Blaise Pascal decía ya en el siglo XVII que toda la infelicidad del ser humano deriva de una misma fuente: no ser capaz de estar sentado tranquilamente, a solas y en silencio, en una habitación.
Esta hipótesis tiene hoy incluso más vigencia, ya que la mayoría de personas llenan las agendas hasta los topes. Donde termina el trabajo empiezan las actividades de ocio, y el resto del tiempo se cubre con uno de los narcóticos más eficaces que tenemos al alcance: las pantallas. Lo que busca esta hiperactividad sensorial es mantener ocupada la mente a cualquier precio porque, como decía Pascal, nos inquieta encontrarnos a solas con nosotros mismos.
Cuando dejamos de bombardearla con estímulos, la mente es un espejo que nos devuelve nuestra verdadera imagen, y es posible que no deseemos enfrentarnos a nuestros propios fracasos y miedos.
Además de esa reticencia a mirarnos en el espejo interior, hay otro motivo por el que vivimos sumidos en la agitación. Después del miedo a la muerte, tal vez el más profundamente arraigado en los seres humanos sea el temor a enloquecer. Ése es un miedo totalmente infundado, pues es mucho más probable sufrir una enfermedad mental –además de graves dolencias físicas– cuando se vive bajo presión que si se goza de calma y tiempo libre para liberar la mente.
Un buen ‹champú mental›
Puesto que al pensar teñimos la realidad de nosotros mismos, además de acudir al gimnasio y cuidar la alimentación, vale la pena que nos «lavemos» la cabeza con un buen «champú mental».
Antes de nada, veamos algunos de los pensamientos automáticos o negativos que, como los parásitos en el pelo, necesitan de un buen desintoxicador:
- Rencor contra personas que, creemos, nos han tratado egoísta o injustamente.
- Insatisfacción e impotencia por nuestra situación actual.
- Envidia de los que creemos que están mejor que nosotros.
- Mortificación por errores cometidos en el pasado, ya sin remedio.
- Temor ante cosas que pueden acontecer –o no– en el futuro.
- Preocupación por lo que puedan pensar los demás de nosotros.
Este tipo de pensamientos tienen un efecto devastador en quien los alimenta: la persona se siente agotada e irritable, le cuesta asumir nuevos proyectos y, ciertamente, acaba siendo impopular en su entorno inmediato. Y es comprensible. Se entiende que no es ningún placer compartir el tiempo con alguien que siempre se está quejando.
Louise L. Hay, autora del superventas Usted puede sanar su vida, considera que este tipo de «emboscadaspsicológicas» tienen su origen en ideas y creencias erróneas que tenemos sobre nosotros mismos. Dado que somos lo que pensamos, un cambio de perspectiva –empezando por no criticar a los demás ni a nosotros mismos– puede conducirnos a la sanación.
Suspender el pensamiento
Tal vez el remedio más poderoso para desintoxicar la mente sea suspender el pensamiento y aplazar las cuestiones que nos preocupan hasta que nos veamos capaces de abordarlas con distancia. Lo más probable es que entonces nos demos cuenta de que el asunto no tenía la importancia que le habíamos dado.
Muchas veces veremos que el origen de la contaminación mental que desluce nuestra vida reside en la costumbre de juzgar nuestros actos y los de los demás. Quien juzga, acaba emitiendo un veredicto, al que sigue el castigo. Pero en este tipo de dinámicas el más castigado es el mismo juez.
Este mal hábito suele ir acompañado de una dependencia de las opiniones ajenas, y provoca unos padecimientos que no aportan ninguna ventaja y sí muchos inconvenientes.