El abonado que ayuda a la fertilidad de la tierra con productos naturales
Existen suelos muy fértiles que apenas necesitan abonados, pero en general se acepta que, junto a la acción de la Naturaleza, las plantas crecen gracias suelo y los nutrientes que extraen. Así que conviene enriquecer el suelo hasta donde sea posible. Un terreno bien abonado es esponjoso, retiene la humedad en la medida justa y necesita poco esfuerzo para trabajarlo.
Una de las aportaciones decisivas de la agricultura ecológica es la sustitución de un tipo de abonado procedente de derivados del petróleo y de la química sintética más venenosa por el compost, que es el abono natural por excelencia. Vamos a ver un poco cómo se hace, aprovechando además nuestros propios restos orgánicos.
Incorporar nutrientes al suelo
Las plantas toman los componentes básicos para su nutrición, como el nitrógeno, el fósforo y el potasio junto a otros microelementos básicos, como el hierro, el magnesio o el azufre. En este sentido podemos compararlas con la alimentación humana, que necesita también de minerales y oligoelementos para su completo desarrollo.
Las plantas toman estos componentes, y el resto de bioelementos, de la atmósfera y del suelo, ya que la naturaleza puede reponerlos cuando las plantas mueren y se descomponen. En el huerto-jardín ecológico, la mayor parte de la vegetación muerta se transforma porque pasa a formar parte del compost (si no hay restos de enfermedades o plagas que nos obliguen a desecharla). Así, sin necesidad de los abonos inorgánicos de la industria, incorporaremos nutrientes al suelo.
Los abonos orgánicos
Los abonos compuestos están formados por una mezcla de restos orgánicos de la cocina, del propio huerto, paja, etcétera, y tierra. Es el abono casero que se ha convertido en una de las bases esenciales para la correcta fertilización en agricultura ecológica. Para elaborar el compost utilizaremos restos orgánicos (desde una piel de manzana hasta hojas, ramitas y trocitos vegetales) que obtengamos de nuestro propio huerto y del hogar.
El abono verde, por otra parte, es cualquier planta que se entierra en el suelo para mejorar su fertilidad. Lo normal es plantar una mezcla de leguminosas, como la alfalfa, y gramíneas, como la avena y la cebada, en una parcela y después de varias semanas y antes de la floración, enterrarlas.
En el apartado de acolchado («mulching») vemos también los restos orgánicos que se colocan directamente sobre el suelo en torno a las plantas o en la superficie que se quiere fertilizar o proteger del frío o del impacto de la lluvia, para evitar escorrentías indeseables que abrirían surcos.
El humus y los minerales
La humificación incluye una serie de reacciones químicas que transforman la materia orgánica en un elemento reutilizable por la plantas. La colaboración de microbios, hongos y bacterias transforma toda esas materias primas en una solución nutritiva biológicamente perfecta para las raíces. Absorben el nitrógeno del aire, combinan las pequeñas partículas del suelo y dan lugar a una estructura esponjosa de color oscuro con una elevada capacidad de retención de elementos minerales: un suelo mullido y aireado, capaz de absorber y retener las lluvias.
La lluvia no endurece ni anega el humus, que se combina con la arcilla del suelo para formar complejos esenciales en la tierra vegetal. Además, el humus posee carga negativa y actúa como un imán que atrae a los elementos minerales, que suelen tener carga positiva, y que luego libera a las plantas.
Lo que nosotros pretendemos al elaborar el compost es imitar a la naturaleza y devolverle a la tierra lo que nos ha ofrecido tan generosamente.
El humus natural
En el campo el humus se forma a partir de las hojas caídas y de los excrementos de los animales. La capa superior, formada por la hojarasca, ramas y materia orgánica fresca cubre las capas inferiores y se acumula a la espera de que llegue su momento en las capas sucesivas.
En la segunda capa o capa de descomposición, empiezan a actuar bacterias y hongos que atacan la celulosa y la lignina de las partes duras, junto con babosas, caracoles, escarabajos, ácaros y colémbolos. En esta capa empieza a aparecer el humus, que tiene una coloración marronosa y se descompone entre los dedos.
La tercera capa está en contacto con el suelo y en ella aparece el humus propiamente dicho. Aquí actúan hongos y bacterias y es el territorio de las lombrices. Ya no se reconocen los elementos del bosque y el color es marrón oscuro o negro.
El arte de hacer el compost
El compost es el abono del huerto biológico, pues en él se digieren y transforman los «desperdicios» del biojardinero a lo largo del año. Cuando se incorpora la cantidad adecuada de compost al suelo, las plantas adquieren un aspecto fresco y sano.
Elaborar el compost es un arte. La hojarasca, los restos de las plantas que ya han cumplido su ciclo, las podas, la limpieza de tubérculos, las vainas de los guisantes, los chupones de los tomates, los deshechos orgánicos de la cocina, se convierten en humus gracias a la descomposición natural producida por bacterias y hongos. Nosotros podemos ayudar a que este ciclo se realice con más rapidez y eficacia.
Estiércol y compost
El estiércol ha ocupado un lugar preponderante y a menudo único entre los abonos usados en horticultura, pero para que aporte riqueza a la tierra hay que usarlo adecuadamente. Los estiércoles tienen su ciclo de maduración y, en la practica, su aplicación tiene usos diferentes.
El horticultor suele esparcir estiércoles de vaca, caballos, aves o cerdos en el huerto o en el jardín, con la creencia de que aportará riqueza a la tierra, sin tener en cuenta que, enterrado y sin oxígeno, no se descompone. Así que sus componentes no actúan adecuadamente, se pudre y no fertiliza la tierra.
A diferencia del estiércol, el compost es un recurso esencial en la práctica del cultivo ecológico, ya sea en cultivos extensivos, en un huerto o en micro espacios en la ciudad, como jardineras en balcones, macetas de todas las medidas, parterres y jardines en azoteas de bloques de viviendas… ¡en todas partes!
Cómo elaborar el compost
Buscaremos con cuidado el lugar, decisivo para el desarrollo favorable o desfavorable de los microorganismos. El compost necesita calor moderado y humedad. Un lugar semi sombreado por arboles lo protegerá del exceso de rayos solares y le dará frescor sin perder luminosidad. Una vez elegido el lugar es preferible no cambiarlo, pues la elaboración del anterior compost dará lugar a seres vivos de todo tipo, que inoculan el nuevo compost con bacterias y hongos.
Es necesario proteger el compost de los extremos atmosféricos, frío, calor y viento. Para evitar el viento se puede utilizar un seto, arbustos ornamentales, girasol o maíz. Si lo envolvemos con una valla metálica, podemos sembrar alrededor capuchina y espliego, que repelen las hormigas y alegran la vista.
El tamaño del rincón que vayamos a destinar al compost ha de estar en función de la superficie disponible y de las necesidades de abono. En la azotea o balcón se pueden usar barriles, bolsas o sacos con ranuras y orificios que permitan la circulación del aire, aunque también podemos fabricarnos un pequeño silo con unas maderas.
Conviene tener dos recipientes o silos al menos, para acumular los residuos frescos en uno, mientras el otro madura, y disponer de compost con diferentes grados de descomposición.
Hay dos plantas especialmente favorecedoras para el compost, la ortiga, por su riqueza en nitrógeno y en enzimas que favorecen la vida microbiana, y la consuelda, rica en minerales, nitrógeno y potasio.
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