Aracne era una joven de Lidia famosa por la belleza y precisión de sus bordados y tapices. Todo el mundo admiraba su obra y le decían que había sido bendecida por la diosa Atenea, patrona de los tejedores e hilanderas. La joven Aracne negaba ostensiblemente que su trabajo se debiera a un don divino. Esta manifestación -considerada de soberbia- llegó a oídos de la diosa que se acercó a la joven disfrazada de anciana para conminarla a abandonar su orgullo. Aracne respondió desafiando a Atenea a una competición para dilucidar quién era mejor tejiendo. Al momento Atenea desveló su identidad y aceptó el reto. La tragedia estaba servida.
Texto: CARME GARCIA GOMILA (médica y psicoanalista).
Una competición reñida pero desigual
Atenea y Aracne se pusieron manos a la obra para ver cuál de las dos resultaba ganadora. Al finalizar, Atenea había realizado un tapiz que mostraba las gestas de los dioses del Olimpo y Aracne había tejido un tapiz que reflejaba las debilidades de los dioses del Olimpo en el que se podían ver, entre otras cosas, los amoríos de Zeus (padre de Atenea) disfrazado de Cisne seduciendo a Leda o de Toro raptando Europa. Atenea no pudo dejar de reconocer que el tapiz de Aracne era mejor que el suyo pero enfurecida por la crítica hacia los dioses del Olimpo, destrozó el tapiz de Aracne con su lanzadera.
Se dice que Aracne, desesperada, huyó y se suicidó colgándose de un árbol pero en otras versiones se ahogó enredada en los hilos del su tapiz destrozado. En cualquier caso, Atenea dijo apiadarse de ella y la convirtió en araña para que siguiera tejiendo para siempre. De hecho, la palabra araña y todos sus derivados vienen del nombre de Aracne.
Esos dioses tan humanos…
Atenea tenía un lugar especial en el Olimpo. Había nacido de la cabeza de Zeus que había devorado a Metis, madre de Atenea, para obtener su sabiduría e impedir que tuviera un hijo varón que lo destronara. Era pues la diosa de la sabiduría y de las artes y los oficios. También era diosa de la guerra, pero más como mediadora que como guerrera, a diferencia de su hermano Ares. Dominaba la ciudad de Atenas que se había construido en su honor y gozaba de gran prestigio entre los dioses y los humanos.
Por su origen partenogénico (no nacida de una mujer) había sido criada por unas pastoras y unas cabras en Libia, lo que recuerda la anulación de la madre como le sucedió a la de Zeus. Parece que aquí habría una herida profunda que a pesar del prestigioso y cómodo lugar que ocupaba en el Olimpo podía albergar fuertes sentimientos melancólicos. Aracne fue una de sus víctimas. Si bien la conducta de Aracne era un pecado muy temido en la antigua Grecia (la Hybris, es decir la desmesura en el orgullo y la soberbia que desencadenaba todas las tragedias), no es menos cierto que la joven era una simple mortal y que Atenea, con todos sus atributos divinos no pudo refrenar un ataque envidioso a la magnífica obra de Aracne.
Hay quien dice que es una fábula moral que relata el castigo por la soberbia. Hay quien dice que refleja la rivalidad de Atenas con Lidia, ciudad famosa por sus tejidos teñidos con púrpura, un tinte procedente de un caracol marino muy cotizado en la antigüedad. Hay quien dice que advierte sobre los peligros de desafiar al pode (criticad a los dioses y a los poderosos y seréis castigados). Nada que objetar a estas interpretaciones del mito, pero ¿qué nos demuestra la psique?
Fracasar cuando se triunfa
A nivel intrapsíquico el mito de Atenea y Aracne refleja un mecanismo psíquico muy destructivo. Puede parecer un ataque envidioso hacia uno mismo en el que se destrozan las propias obras y se limitan las capacidades, ya que a veces, el conseguir el éxito en alguna empresa que nos importa es vivido como demasiado bueno para nosotros. Pero en realidad para algunas personas el éxito es tomado como un triunfo sobre las figuras paternas (algo que comporta mucha culpa pues inconscientemente consideran que superar en dinero, prestigio, cultura o bienestar a uno o a los dos padres, se hace insoportable) y no pueden llegar a alcanzar los logros que anhelan.
Así una orgullosa Aracne consigue tejer un precioso tapiz crítico con las figuras paternas y consigo misma, Atenea lo destroza con la misma herramienta que lo tejió: la lanzadera. Aracne y Atenea son pues dos aspectos de la psique que aún teniendo capacidades para tejer bellos tapices se condena a sí misma a tejer telarañas.
A menudo se confunde el éxito con el triunfo. En el éxito el sujeto logra algo, en el triunfo además alguien lo pierde: si uno toma el éxito como un triunfo sobre sus figuras paternas, no puede permitirse lograr lo que deseaba: es demasiado costoso en términos de culpa y sentimientos destructivos y prefiere renunciar a la satisfacción de sus aspiraciones. Es más frecuente de lo que se cree que personas que realizan grandes esfuerzos para unas oposiciones, para un trabajo, para un viaje o para conseguir una pareja, cuando se acerca el momento de la satisfacción cometan inconscientemente actos que destruyan el proyecto. Cuidado pues con la soberbia de Aracne, cuidado pues con la crueldad de Atenea, y usemos la clarividencia de Tiresias para distinguir éxito de triunfo.